Diego Muñoz Valenzuela, escritor:
“En Chile no hay un sistema
académico que esté estudiando el microcuento”
Por Gonzalo Robles Fantini
El autor de Ángeles y verdugos, volumen de microcuentos publicado originalmente en Chile el año 2002, lanzó recientemente el libro en Argentina, por la prestigiosa Macedonia Ediciones. En esta entrevista nos habla de la importancia de la microficción a nivel hispanoamericano, de la carencia en nuestro país debido a la neutralidad de la Academia respecto a este género, de los orígenes de creación del libro y su interés en publicarlo, mucho después, y de emblemáticos relatos breves que se han instalado en la memoria de muchos lectores.
Diego Muñoz Valenzuela sonríe nostálgico al recordar los orígenes de su libro de microcuentos Ángeles y verdugos. “¡Mira la ironía!”, exclama luego de contarnos que los primeros relatos breves que conformarían el volumen, que el año 2002 serían publicados por Editorial Mosquito, fueron escritos durante los años 70 sobre microbuses, en sus recorridos desde su casa en Ñuñoa hasta la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. En páginas finales de cuadernos de Cálculo o de Física, se fueron acumulando y, por las circunstancias particulares de producción, los bautizó microcuentos, en una época en que el incipiente género aún no tenía denominación formal. Bien pronto daría con la coincidencia, tal vez más intencionada a nivel inconsciente que casual, del sentido de pequeño en el nombre, por la brevedad de su extensión.
Ahora que el libro acaba de ser publicado por Macedonia Ediciones, sello líder en minificción en argentina, Diego rememora los diversos encuentros de este género a los cuales ha asistido en distintos países latinoamericanos, como el reciente llevado a cabo en julio de este año, en Neuquén, lugar donde aprovechó de lanzar la edición transandina de su obra.
Diego Muñoz Valenzuela es un reconocido escritor nacional, que también ha destacado por sus libros de cuentos de formato clásico y por una saga de novelas de ciencia a ficción -Flores para un cyborg (1997), Las criaturas del cyborg (2010) y Ojos de metal (2014)-, entre otras obras narrativas, y preside la Corporación Letras de Chile, donde ha contribuido al fomento lector y la difusión del trabajo de escritores. En su experiencia, evalúa la carencia del género del microcuento en nuestro país al no ser estudiada por la Academia, y entrega sus impresiones sobre algunos relatos breves de Ángeles y verdugos que hoy forman parte del inconsciente colectivo de un número considerable de seguidores de estas narraciones.
Asimismo, aprovecha de visitar la trayectoria pretérita de sus creaciones, tanto en el género de minificción como en la narrativa en general, desde sus inicios en dictadura, con todo lo que significó, pasando por sus primeras proyecciones fuera del país, hasta el día de hoy, en que regresó hace poco de Argentina donde tuvo estreno la edición argentina del libro que hoy nos convoca.
Ángeles y verdugos fue publicado hace poco en Buenos Aires, por Macedonia Ediciones. Cuéntenos cómo fue la visita al país transandino con motivo de las actividades del IX Congreso Internacional de Minificción, realizado en Neuquén.
-Se realizó este Congreso de Minificción en Neuquén, en su novena edición, y estando relativamente cerca en el barrio pudimos concurrir, Por primera vez fui al Tercer Congreso, que fue en Chile, y desde entonces he asistido a muchos otros eventos alrededor de la minificción, de microcuento, como se le dice aquí en Chile. Entonces ya conozco a una parte bastante sustantiva, tanto de los escritores que se dedican al género, a lo largo de Hispanoamérica, como de los estudiosos, quienes se dedican a establecer los códigos propios del género y a estudiar la producción.
Esto es, en cierto sentido, una cofradía que se estructura en torno a un género. Algunos lo proclaman como el cuarto género narrativo, después de la novela, la nouvelle y el cuento (entendido como el cuento clásico).
Ello genera una cierta complicidad, una cierta cercanía mayor, poco usual, entre autores y estudiosos. Imagino que es porque contiene lo nuevo, la ruptura de las fronteras, tiene algo exploratorio. Además, es un género que tampoco se resiste a fáciles definiciones y tiende a romper los mismos marcos que los teóricos le proponen. Pese a esa tensión, genera una cierta amistad.
Muchos de mis amigos hoy día es gente que practica este género, en Chile y, la mayor parte, fuera del país. Es gente que uno ve cada cierto número de años. En el Congreso me encontré con gente que no veía desde el año 2011. Fue una oportunidad única.
En el contexto de este Congreso de Minificción fue que se presentó Ángeles y verdugos.
Este libro fue publicado, por primera vez, en Chile, el año 2002. ¿Qué significado otorga usted a publicación por Macedonia Ediciones?
-En Chile, hay varias editoriales que han dedicado un esfuerzo al microcuento, se han dedicado a publicarlos, no exclusivamente, pero le han dado un espacio importante: Editorial Cuarto Propio publicó, probablemente, la primera antología de microcuento, que antologó Juan Armando Epple. Así, también Editorial Mosquito, que fue la que publicó Ángeles y verdugos el año 2002, con una colección del género. El otro autor que inauguró esta colección fue Jaime Valdivieso. Tal vez estos dos libros sean los primeros publicados en una colección de microrrelatos, como libros del género, en Chile, en el sentido de un libro de un autor que se dedique exclusivamente a eso.
También hay otras editoriales, como Asterión, que dirige Pía Barros. También está la Editorial Simplemente, que ha publicado un par de mis libros de microcuentos, y algunas otras que han ido entrando en esto. Es decir, el género se va tornando interesante.
El panorama tiene otra tonalidad en Argentina: el campo editorial, el campo lector, el campo autoral en el país transandino es mucho mayor que en Chile, y de una historia mucho más larga. Editorial Macedonia es, fuera de cualquier lugar a dudas, la más importante en Argentina en el ámbito de la minificción. Hay otras que publican, muchas en regiones, que tienen una actividad interesante, pero Macedonia es la mayor, y para mí tiene una trascendencia muy importante estar en esa colección. En ella deben estar los autores argentinos más importantes en minificción, y Argentina tiene mucho peso en este género. Entonces, por cierto, es un gran honor estar ahí, junto a otro chileno: Pedro Guillermo Jara, de Valdivia, que también estuvo en el Congreso.
Los libros, en general, a nivel de países latinoamericanos, tiene una circulación muy difícil entre naciones. Nosotros no tenemos idea lo que se está produciendo en los países limítrofes al nuestro, y ni qué decir en los más lejanos, Venezuela, Centroamérica, México, no sabemos casi nada. Algunos libros llegan, que traen las grandes editoriales, pero la verdad es que aquellos son los que tienen más circulación, los llamados best sellers. Las mismas editoriales promocionan y hacen un esfuerzo de circulación. Pero es apenas la punta del iceberg de aquello que se está produciendo en otros países.
Entonces, que Ángeles y verdugos haya circulado en Chile en su momento- hoy está absolutamente agotado-, puede hacer pensar que los escasos ejemplares que habrán llegado a Argentina, no tuvieron una gran difusión. La publicación en otro país asegura que uno tenga alguna posibilidad de conocimiento, más allá de los libros que circulan por Internet. La garantía es una edición local.
¿Cómo ha sido el desarrollo del género de la microficción en Chile desde el año original de publicación de Ángeles y verdugos, 2002, y el momento actual?
-Si uno mira, hablando de manera muy simplificada, la producción de escritores de Latinoamérica, hay algunos países que tienen una más voluminosa, antigua y variada que otros. Entre ellos México, Colombia, Venezuela, Argentina, Perú y Chile. En estos países hay autores imprescindibles a la hora de considerar un panorama. Ahora, Chile tiene una presencia autoral destacada, se está publicando mucho en nuestro país, han surgido nuevas editoriales, las microeditoriales chilenas están cumpliendo un muy buen papel en este género, y eso habla de una producción autoral importante.
En Chile hay diversidad de autores y editoriales, y en cantidad significativa, pero no estamos tan bien respecto de la Academia, en ese ámbito estamos débiles. No hay profesores, o mejor dicho un sistema académico que esté estudiando el microcuento. Esto existe en Argentina, en México, en Colombia, en Venezuela, en casi todos los países que antes mencioné. Y constituye un problema, pues si la Academia no estudia la producción del género, además que en Chile la crítica literaria no tiene efecto real, menos lo va a tener en un género en que los académicos siembran la duda sobre si es necesario estudiarlo. Si uno envía un libro de microcuentos, publicado o inédito, a un concurso literario, puede surgir un prejuicio en el jurado y el ejemplar es posible que sea descalificado antes de poder competir. Esto ha ocurrido en varios casos.
Pese a que hay otras iniciativas que lo impulsan, como por ejemplo Santiago en 100 Palabras, ello contiene una dificultad. La ventaja es que estos concursos incentivan, divulgan, atraen, muestran. El lado negativo es que, a la vez, pulveriza. Es decir, en general, cuando uno lee los cuentos de Santiago en 100 Palabras, no todos los premiados son buenos microcuentos, porque no han sido juzgados con los parámetros propios del género. Probablemente el gran volumen de participantes hace más difícil la selección. Pero casi nunca hay microcuentistas entre los jurados o personas que tengan conocimiento del género. De ese modo se genera la idea de que cualquiera puede opinar, y yo no creo que pueda hacerlo cualquiera. Por ejemplo, con frecuencia se considera microcuento un chiste. Aunque un chiste aparenta tener la estructura de microcuento, no lo es. Un microcuento tiene intención estética, es una pequeña obra de arte, y obedece, además, a ciertas reglas particulares, ciertos marcos, que deben conocerse a la hora de juzgar.
Usted preside la Corporación Letras de Chile. ¿Cuál ha sido el rol que le ha cabido a esta entidad en el desarrollo e impulso del microcuento?
-Letras de Chile es una organización cuyo centro está en promover la lectura, por una parte, y la difusión de la literatura, por otra. En este último aspecto, se refiere a mostrar la producción nacional y el género del microcuento es parte significativa de ésta.
No obstante, la Corporación ha tenido un rol mayor porque ha realizado encuentros del microcuentos, ciclos de lectura- ahora mismo hay un ciclo que se está organizando-, y a la fecha se han llevado a cabo cuatro encuentros en torno de este género, agrupados bajo el título Sea breve, por favor, y esperamos que en los próximos años realicemos el quinto encuentro, es una tarea pendiente.
Asimismo, como parte de la difusión de la literatura, Letras de Chile ha logrado la enseñanza del microcuento en liceos, que hayan ido autores a establecimientos educacionales a dar clases o a leer sus microcuentos, y este formato ha resultado una herramienta pedagógica magnífica, tanto para promover la lectura como en la creación literaria. Entonces creo que, realmente, el potencial que tiene es enorme, infinito tal vez. Si hubiera un reconocimiento mayor, un estudio del microcuento como herramienta de fomento lector, sería un gran acierto, podría reforzar mucho la educación en estos aspectos.
Partiendo del título, y de los microrelatos que inauguran la publicación, Ángeles y verdugos puede interpretarse como una desacralización, mediante la ironía y el humor, de las figuras arquetípicas a las que alude. ¿Hubo una intención en este sentido y respecto a qué circunstancias?
-Hay un libro anterior a Ángeles y verdugos, que es Nada ha terminado, publicado el año 1984, y que no pudo ser publicado antes por el ejercicio de la censura en dictadura. Obedece a una creación, en lo grueso de los trabajos incluidos, realizada entre mediados de los 70 y el año 1980. Los textos que generan el marco del título, es decir, El verdugo y El ángel, estaban publicados en revistas el año 1978. No obstante, antes de eso, fueron publicados en revistas de circulación mucho más restringida, o bien, en diarios murales.
El verdugo tiene una lectura inmediata en ese contexto de dictadura: se está aludiendo al Tirano. Este verdugo es destruido por efecto de la acción de su propia imagen, o el resultado de su imagen. El otro es un ángel que, en su esencia, no puede ejercer su rol, es impedido socialmente y condenado por ejercerlo. Finalmente decide abandonar este rol. Entonces, estas dos imágenes están muy vinculadas a la esencia del período dictatorial.
Entonces me pregunto, ¿cómo se llaman estos textos, reunidos en un legajo? Algunos sobrevivieron, los que están aquí, otros no. Son cuentos escritos en la micro, microcuentos, dije yo. ¡Mira la ironía! Después, vaya, surgió el juego semántico con lo pequeño. En esa época no había una denominación para estos textos.
Tuvo que pasar mucho más tiempo para que ocurriera otra operación. En 1984 se anuncia que la censura va a terminar. Yo no había querido someterme a ella. Estaba ejercida por un organismo, la Dirección Nacional de Comunicación Social, uno llevaba a ese lugar el original que quería publicar; luego de algún período de tiempo indefinido te contestaban si ese texto era publicable o no, y te daban una autorización. Con ella, uno o el editor, iban a la imprenta. Yo nunca quise aceptarla, pues a muchos colegas que se habían sometido a la censura, les decían que no o que sí, o simplemente no les contestaban.
Se levantó la censura y un editor, José Paredes, el mítico gestor de la colección Sin Fronteras, me anuncia que quiere publicar un libro mío. Yo empiezo a trabajar, con estos textos y con otros más extensos, y publico Nada ha terminado que, como todos los libros de la época, tiene un enigma, un mensaje.
En ese libro, muy bonito y pequeño, que hoy no se puede encontrar, hay una parte de los microcuentos que hoy están en Ángeles y verdugos. Este volumen despertó el interés de una crítica naciente. Recuerdo que a Guillermo Blanco le llamaron la atención estos relatos breves, a Enrique Lihn también, y él me lo señaló, como una muestra de lo sensible que era en cuanto a la novedad.
Estos textos entran en un estado de hibernación. El año 1999, transcurridos una buena cantidad de años, me invitan a Argentina a un encuentro llamado Foro por el Fomento de la Lectura, realizado en el norte, en Resistencia, provincia de El Chaco, organizado por la Fundación Mempo Giardinelli. Fui a colegios y escuelas a hablar con los chicos. Pero en una parte central del encuentro, uno se dirige a un auditorio en que hay básicamente profesores y estudiantes de pedagogía. Ahora, lo importante es que eran más de dos mil quinientas personas. Entonces yo llego y me doy cuenta que tengo que leer una ponencia que llevaba preparada, más una serie de textos de distintas épocas, ante ese público.
El día que fui había 2.500 personas en este gimnasio escogido para la lectura, y quinientos más afuera, que escuchaban por altoparlantes. Entonces dije ¿qué leo aquí? Decido que voy a leer estos cuentos cortos, y así lo hice. Tuvieron mucho éxito en el momento. Resistencia es una ciudad de unas 400 mil personas. A la tarde de ese mismo día, y en los días siguientes, la gente me paraba en la calle, y me preguntaba dónde podía encontrar el libro donde estaban estos cuentos. Algunos de esos cuentos no estaban incluidos en ningún volumen, otros en Nada ha terminado, imposible de encontrar en ese momento.
Con esta recurrente pregunta que me hacen en la calle yo llego a la conclusión de que es factible publicar un libro con esta clase de piezas narrativas. Eso llevó al nacimiento de Ángeles y verdugos, y lleva tres años encontrar al editor, en este caso Cristián Cottet de Mosquito, pues editoriales como esas han hecho un trabajo increíble. Esa es la historia. No sé qué habría pasado si no hubiera ido a Argentina. Ese país ha tenido una gran importancia en el desarrollo de mis microcuentos: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Denevi, cultivaron este género antes de que tuviera un nombre, y de alguna manera actúan como maestros.
El microcuento, presente en este volumen, Amor cibernauta, ha sido muy difundido y popularizado, incluso ha aparecido como ejemplo para preguntas de facsímiles de la PSU. ¿En qué circunstancias lo escribió y recuerda cuál fue la intención comunicativa al crearlo?
-se es el texto más posterior del libro. Fue escrito a mediados de los 90, cuando estaba popularizándose el género. Es un texto por encargo. Me escribieron de una universidad canadiense, y me invitaron a ser parte de un desafío de escribir un texto en torno al potencial de las redes digitales. Les pedí un tiempo para pensarlo. Le di vuelta varias semanas y, de pronto, surgió esta historia de amor, que pasó -como siempre- por muchas versiones.
Pienso que, en estos casos, alguien invisible te sopla la idea, porque si bien cuento una historia, también relato muchas otras cosas acerca de algo tan difícil de atapar como el amor, por un lado, la idealización del afecto, que todos hemos realizado alguna vez, y por otra la dificultad de alcanzar esa idealización. Probablemente atrapar esa idealización es imposible, porque, claro, el amor es otra cosa muy distinta a la que usualmente entendemos. Y se corre el riesgo de perderlo al entender lo que realmente es. Como la felicidad; también opera en contra cuando se idealiza.
Y en este cuento están esos elementos. Creo que alguien me sopló al oído esa historia, pues no se me hubiera ocurrido de otra forma. Este texto gusta mucho a los jóvenes, se sienten identificados con la irrealización del amor y la mentira que existe en la comunicación en las redes sociales.
En este sentido, ¿considera que la literatura continúa siendo un vehículo fluido de emociones, en estos tiempos de realidad virtual y plataformas digitales?
La comunicación vía Internet genera la ilusión de la inmediatez. Pero la velocidad de la interacción impide la riqueza. Esta realmente se produce cuando tomo un libro, lo leo y tal vez pase toda una tarde enfrascado en esa lectura, o lo lea en breves momentos y siga pensando casi todo el día en él. Entonces esa lectura genera más riqueza que la de un texto en Internet.
Yo creo que la literatura es cuando retrocedo a volver a leer el texto, no porque no lo entienda en el sentido de que esté mal escrito, sino porque hay algo que no estoy asimilando bien, o algo que en un principio no percibí en la primera lectura. En el caso de un texto pequeño, como un microcuento, tal vez no sea necesario releerlo, pero queda la imagen del relato dando vuelta, en la memoria y la reflexión.
Me ha ocurrido que, al conocerme, personas asocian mi nombre a microcuentos míos como El verdugo, El ángel, Amor cibernauta, La vida es sueño. Eso para mí equivale para un futbolista es el gol de media cancha. Que la imagen quede para siempre. Eso ocurre también con un cuento, presente en Ángeles y verdugos, que es Auschwitz.
Justamente ese cuento, Auschwitz, es bastante popular y ha sido muy elogiado en círculos literarios. Sé que fue escrito el año 1980. Creo que no podría hacerse una interpretación de consenso, entre los lectores, de su significado. ¿Tuvo una intención comunicativa clara al escribirlo?
-Ese cuento vino así: estaba en mi casa, sucedían las cosas que eran propias de esa época (año 1980), y de pronto vi esta historia. Vi un señor mayor en el Metro, y vi ese conjunto de imágenes. Me senté a escribirlo, recuerdo que lo escribí a máquina, en mi máquina de escribir de esos años. Claro, no es un texto muy largo, pero salió como un torrente.
A diferencia de otras historias, yo creo que sufrió menos modificaciones. Fue como un dictamen inconsciente. Ahora, ¿qué significa? Yo vi la historia y no la entendí. Mientras menos entiendo lo que voy a escribir, más contento estoy. Si lo entiendo mucho, no lo escribo. Así de concreto.
Este cuento tiene muchas interpretaciones y todas son válidas. Yo no tengo una decodificación particular de lo que escribo. Han ocupado cuentos míos para ensayos de la PSU, como El paseo matinal, y yo he revisado las preguntas, del tipo: El autor en este cuento quiere decir… Me he equivocado en varias.
Ahora, ¿qué pienso yo en la actualidad de Auschwitz? Yo creo que es un cuento que, sobre todo, lo que narra es la transformación de la sociedad chilena. El año 1980 es la matriz de todo esto. Está el Metro, un símbolo de modernidad, el cambio que viene. El consumismo está clarísimo en la historia, así como el hedonismo. El hombre viejo reconoce que su tiempo terminó: muere una sociedad y nace otra. Es el nacimiento del neoliberalismo en su versión chilena. Yo no hubiera sido capaz de explicarte esto al momento de escribirlo.
Son muchos los recuerdos que salen al tapete con esta entrevista. Diego guarda nostalgia y alegría al rememorar parte de su trayectoria, en este caso referida al microcuento, y se muestra emocionado también al evocar momentos duros de la historia chilena, que le tocó vivir e, inevitablemente, fueron el contexto de creación de sus primeras obras, espacio social y político que lo marcaría y nunca ha abandonado del todo a la hora de escribir.
Un proceso creativo que ha cosechado con los años, de forma merecida, y que entusiasma a jóvenes escritores, o a otros no tan jóvenes que a una edad mayor deciden asumir el desafío de comunicar con la ficción creativa, y que sin duda orientan el derrotero de la narrativa chilena, no sólo en cuanto a relatos breves, sino que también respecto a la pasión por contar historias significativas en un sentido amplio.
El verdugo
El verdugo, ansioso, afila su hacha brillante con ahínco, sonríe y espera. Pero algo debe vislumbrar en los ojos de quienes lo rodean, que petrifica su sonrisa y se llena de espanto.
El Heraldo se acerca al galope y lee el nombre del condenado, que es el verdugo.
El ángel
Un ángel que realiza prácticas de vuelo ilegales en plena urbe, es detenido y juzgado por infringir las leyes de los caminos aéreos, provocar desorden público y no señalizar debidamente.
Ante tamaña acusación el ángel no puede de- fenderse. En la cárcel medita sobre el significado de la libertad y decide buscar una ocupación menos riesgosa.
La vida es sueño
Duerme. Sueña que vuela. Despierta. Cae al vacío.
Amor cibernauta
Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro brutal de neanderthal: cabeza enorme, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar, aunque enriquecida por historias y percepciones diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Y fue un amor de sueños, de mensajes, de versos, de canciones. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.
En Ángeles y verdugos, Diego Muñoz Valenzuela. Macedonia Ediciones, 2016.
En revista Urbe Salvaje
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…