El poeta chileno participa en varias actividades del sexto Festival de Literatura de Córdoba. Hace poco publicó la novela La edad del perro, su salto a la narrativa.
Por Javier Mattio
1–En tu trayectoria tiene prioridad la poesía, pero hace poco publicaste tu primera novela, “La edad del perro” (Random House, 2014). ¿Qué significó ese salto? ¿Qué diferencias encontrás entre prosa y poesía?
–Siempre he escrito también textos narrativos, pero me parecía que nada de eso tenía el menor interés, y por eso no había publicado. En cuanto a las diferencias entre prosa y poesía, tengo una confusión muy grande, aunque sé perfectamente cuándo estoy allá o acá y me producen cierto rechazo las ideas de “prosa poética” y “poesía prosaica”. Se supone que uno debería tener las cosas muy claras al respecto, pero todas las diferencias que me parecen evidentes también me parecen falsas. Para mí son campos tan opuestos como fundidos, o por lo menos es así en la prosa y la poesía que me interesa hacer.
2–Se dice que Chile es un país de poetas, pero eso parece estar cambiando en los últimos años con el surgimiento de muchos narradores. ¿Qué pensás vos, que encarnás ambas figuras?
–Sí, parece que el panorama narrativo ha ido mejorando. Supongo que Roberto Bolaño tuvo mucho que ver en eso, porque desplazó el ámbito de acción hacia la poesía. En la década de 1990 habría sido extraño lo que ahora es más o menos normal: que un narrador tenga entre sus referentes, por ejemplo, a Enrique Lihn. Aun así, en Chile los buenos prosistas siempre han sido escasos, porque nuestra lengua es muy precaria y su riqueza está asentada en su fragilidad, problema que los poetas han resuelto de manera más plausible que los prosistas. Lo divertido es que todavía hoy se dice en Chile que somos “los ingleses de Latinoamérica”, siendo que nuestros mejores prosistas han sido sujetos de un desorden retórico y lógico no muy británico que digamos. Piénsese nomás en Manuel Rojas, que hizo del caos mental una fiesta de la prosa. En fin, parece ser que, en un país hecho de terremotos y tsunamis, el único brillo posible es la elaboración de esa precariedad.
3–“La edad del perro” se concentra en las vivencias de un niño chileno durante 1983 y 1984. ¿Por qué retratar la infancia? ¿Qué tienen de específicos esos años en tu biografía?
–Bueno, la clave de la novela está justamente en esas preguntas. Me parece que, antes que un retrato de la infancia, es un retrato de la memoria. Cuando uno recuerda, no sólo asiste al cambiante espectáculo del pasado, sino que se ve a sí mismo desde afuera, de modo que sería una suerte de hipocresía contar los recuerdos en seco, sin mostrar esa dualidad. Por eso el narrador de esa novela es una especie de fantasma de niño y en ocasiones parece que está a punto de decir que en realidad está muerto.
4–En el relato tiene fuerte presencia el advenimiento del nuevo milenio y la preocupación por el Apocalipsis, figura escatológica que sigue muy presente. ¿Por qué se da el fenómeno?
–Vaya uno a saber. Quizá somos países debiluchos ante las ideologías, y por eso las religiones no tienen que hacer mucho esfuerzo para penetrar con sus idioteces. Los españoles nos dejaron inoculado ese virus, y hasta hoy estamos invadidos por retóricas en que la salvación y el desbande son presentadas como antagonistas. Gracias a España, además, en Latinoamérica el Siglo de las Luces nunca llegó, y por lo mismo nunca hubo romanticismo, de modo que el siglo 20 nos agarró en pelotas.
5–La narración ocurre en Temuco, tu ciudad de nacimiento. ¿Cómo te marcó esa geografía?
–Toda esa zona de Chile, conocida como la Frontera, está hecha de contradicciones. Sangre coagulada y grosellas verdes, pudrición y belleza, violencia y sosiego. Por eso haber crecido ahí produce sentimientos encontrados. Es difícil haber crecido en Temuco y salir indemne de ese influjo. El río Cautín, el humo, las lluvias, todo eso se mete en la cama de los niños con toda su cariñosa violencia, como el “dios pardo” en el cuarteto de T. S. Eliot. Tal vez yo no sería escritor si hubiera crecido en una ciudad más seca, como Santiago. Pero eso ya es especular demasiado.
6–El origen de “La edad del perro” es el golpe de Estado de 1973. El Festival de Literatura de este año trata los temas de la herencia y la memoria. ¿Qué significó tratar ese hecho político-histórico desde la ficción?
–Para mí no hay distancia entre realidad y ficción en los libros. La memoria más íntima siempre está proyectada en el mismo telón de la invención y la imaginación. Los cuentos populares vienen de ese encuentro. Cuando escribo, recuerdo e imagino a la vez. ¿Cómo podría hacerlo de otro modo?
7–Además de literatura, estudiaste geología. ¿Eso instala una bipolaridad?
–Dejé la geología en el año 2000, pero no dejé mi interés por las ciencias. De hecho, publiqué un libro en 2010 que se titula La ley de Snell y está por salir La juguetería de la naturaleza, donde la relación entre ciencia, tecnología y emoción estética tiene un rol principal. Eso no quita, sin embargo, que haya una especie de melodrama entre mi lado científico y mi lado literario, que se aman y odian mutuamente.
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El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…