Por Pertti Mustonen

Palabras en la celebración de los 90 años de Inés Valenzuela, escritora Distinción Letras de Chile 2015.

En una tarde de esas de Santiago aparecen en la puerta de mi oficina un señor mayor con sombrero y un poncho de color café con leche y una señora con un tapado y bufanda de lana. Es todavía invierno en Chile, pues.

–          Necesitaríamos hablar con Ud.

–          Bien, pasen, por favor.

–          Bueno, nosotros somos unos escritores chilenos y tenemos una aflicción grande hoy día.

–          A ver, cuéntenme.

–          Sí, es que un “Viejo Amigo” nuestro, un ferroviario chileno, tendría que salir urgentemente del país, porque aparentemente es un gran peligro para el nuevo gobierno, y lo quieren asesinar.

–          Bien, y ¿a dónde quiere ir?

Como sí en esos tiempos uno hubiese elegido libremente a dónde quería ir. Más bien era cuestión de a dónde podía ir. Ya sabía de unos que habían pagado el precio de todos sus muebles vendidos para poder atravesar la Cordillera conducidos por algún guía que se aprovechaba de la situación de muchos.

–          Bien, vamos a estudiar la situación. ¡Vuelvan en unos días, en una semana, más o menos, y les contaré!

Y ambos se despidieron de mí con una solemnidad pícara en los ojos. Ya nos habíamos entendido sin más detalles de qué se trataba el caso del “Viejo Amigo” de ellos. Y yo me eché a andar de una oficina a otra, de despachos de amigos y funcionarios internacionales de caridad, cantando esa canción de Violeta, que dice: “Qué vamos a hacer con tantos y tantos…, mamita mía, mamita mía”.

Y luego nos juntamos los entendidos del asunto. Todo se resolvió en un par de semanas. La visa a un país amigo, el pasaporte. A la semana aparecieron de nuevo en mi puerta el señor con el poncho de color café con leche y la señora con su sombrerito pequeño, tapado de tweed inglés y chalina de lana.

–          Bueno, miren, todo va bien, pero me toma una semana más para tener las confirmaciones.

–          ¿Y usted cree que va a poder ser?

–          Sí, tengo buenas noticias. Tranquilicen a su “Viejo Amigo”, que lo lograremos.

Llega el día de la salida de un hombre de más de 70 años. Yo y el funcionario internacional de origen ucraniano le entregamos el pasaporte visado y el pasaje hasta una capital nórdica. “Póngase ropa de invierno, porque ya se acercan los días siberianos en ese lugar” – dice el funcionario. El viejito me mira con lágrimas en los ojos, me agradece y me entrega un paquete envuelto en un papel marrón gastado. Lo abro en casa y veo un libro de más de un kilogramo de peso con dedicatoria escrita con todo su corazón, como si yo fuera el héroe de su vida. En esa época ese libro no se podía comprar en Chile.

De izq. a der., Diego Muñoz Espinoza, Pertti Mustonen e Inés Valenzuela, a fines de los 70. Fotografía gentileza de Germán Corey.

En la misma tarde yo corro a la casa del señor con el poncho de color café con leche y la señora de tapado de tweed inglés para contarles que ya están llevando al “Viejo Amigo” al aeropuerto. Y así nos hicimos amigos para siempre.

Unos años más tarde supe por ellos que el “Viejo Amigo” se murió en el norte de nostalgia por su país, porque no pudo hallarse en esa nueva supuesta vida más protegida. Añoraba su país, como todos los que tienen que irse.

Y hoy, después de tantos años, me siento con la señora de tapado de tweed inglés, nos miramos, nos abrazamos, y no hace falta que digamos nada. El señor de poncho de color café con leche ya no está, pero parece que siempre está con nosotros, porque tanto nos parecemos.

Buenos Aires, 23 de junio de 2015

Pertti Mustonen, finlandés- argentino, economista.  Ejerció labores diplomáticas antes y durante la dictadura en Chile, ayudó a muchas personas a salir del país.  Palabras en la celebración de los 90 años de Inés Valenzuela, «la señora del sombrero y el abrigo de tweed» y a quien considera su segunda madre.