Charla realizada el martes 12 de abril de 2016 en el Café Literario Parque Balmaceda

Por Miguel Vera Superbi

¿Qué se puede decir cuando se reúne un panel de gran nivel intelectual e invita a pensar en forma colectiva y concisa a una treintena de asistentes ávidos por escuchar y compartir en torno a las utopías y contrautopías?  En lenguaje simple, a hablar-nos de los sueños y las realidades arreadas por los lazos de la historia y estampados por la literatura, que amalgama los hechos con el sentir. Fue un verdadero banquete, una hora y media escuchando la voz de gente que piensa y piensa bien; con un público inteligente y sagaz. En suma, una cazuela con mazamorra con la ‘cuchara pará’, así de concreto.

Como a eso de las siete y diez de la tarde Volker Gutiérrez (periodista), quien oficia de moderador, presenta a los participantes de la mesa: Rafael Gumucio, el historiador a bordo; Cristián Montes, el especialista en literatura y Diego Muñoz, el escritor. Se largan por turnos.

Sin anestesia, Rafael Gumucio coloca con fuerza algunas contundentes reflexiones –propias o citadas– tales como estas sobre la mesa:

–          La democracia está capturada por la Banca.

–          El sueño de la utopía es el sueño de la igualdad.

–          Solo existe la contra utopía. Lo real adverso.

–          El hambre es la parafina de los pobres.

–          Hoy no hay diálogos, ‘discutir’ suena a amenaza.

Como cuando uno encuentra el delicioso trozo de choclo dentro de una densa cazuela, continúa Cristián Montes con estos aportes:

– Los escritores de la generación vigente son, en su mayoría, los ‘hijos de’ aquellos que vivieron y se quedaron pegados en gran medida al período de la dictadura. Este vínculo es fundador porque o la narrativa recuerda esa época o la proyecta (los hijos sienten una extraña culpa que los impele a seguir con la mirada atrás), pero en general no la sueltan. ¿Por qué seguir solo apuntando allí? se pregunta Cristián Montes.

– La contrautopía viene a ser la desilusión ante las expectativas que ofrecía la ciencia y la tecnología, esas hermosas promesas de modernidad.

– Quedó como sentimiento generalizado lo apocalíptico, la catástrofe constante que perciben estos “hijos”. Escriben con melancolía como tonalidad musical tónica, el ‘duelo interminable’.

Diego Muñoz recibe estos ingredientes y los mete a la olla recordando a Platón y su idea de sociedad perfecta, donde se busca la libertad y vivir placenteramente. A tantos años de que escribiera “La República”, unos 2.400 años, ¿qué hemos tenido? dictaduras, totalitarismos, un neoliberalismo que mata todo pensamiento novedoso, colectivo. Cita la obra de Aldous Huxley “Un mundo feliz” de 1932, donde plantea el logro de una forma de felicidad (utopía) a costa de sacrificar el razonamiento como pilar de evolución.  También se refiere a “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, publicada por primera vez en 1953, que muestra admonitoriamente que con todo pauteado y controlado, todos bien entretenidos por el sistema, funcionaremos mejor…  ¿para quiénes?; “leer llena de angustia” es la premisa del poder en esta novela y hay que quemar los libros, sean cuales sean y para eso están los bomberos (lo anti utópico).

La entretención (curiosa etimología: entre – tener, ¿será el lapso donde uno se pierde de sí mismo?), lo rápido, todo aquello que nos impide desarrollar la consciencia, encontrar la armonía y afinidad con nosotros mismos, con los demás; preocuparnos de los demás en serio, cuidar el planeta, pero no como acción ‘para la tele’; la mantención del ansia con el deseo insatisfecho (jóvenes amaneciendo en la calle para ser los primeros en comprar el último modelo de teléfono, que será obsoleto en unos meses); el consumo como la sangre de la sociedad; no la cultura, no los sueños de un mundo mejor, solo lo inmediato sin sacrificio, y esto para paliar la inseguridad, el miedo que tan bien nos ejemplifica el primer cuarto de los noticieros (violencia, robos, crímenes, contrautopía).

Diego Muñoz señala que ‘leer literatura implica ponerse en el lugar del otro’, del autor, de los personajes, incita una búsqueda de un algo más, de lo profundo en las ideas expuestas; pero el modelo individualista (los jóvenes con audífonos y la música fuerte como símbolo estrella), lo impide. Casi nadie lee libros por el mandato de una fuerza interior.

Por ahí Rafael Gumucio reitera por lo bajo: no se dialoga, las miradas se clavan sobre los teclados de celulares y tablets y se pierde lo original.

Finalmente, vino una interesante serie de preguntas del público, tales como, si la utopía es tema realmente en el día de hoy. Se resume la idea de que la literatura debe proponer/promover las utopías, los sueños, las claves del conocimiento de sí mismo para evolucionar como especie y no quedarnos e incluso devolvernos a lo gutural del reggaetón, del tambor que llama a satisfacer los instintos básicos sin esperanza de vencer lo animal.

El ‘mirar hacia atrás’ de los hijos, al decir de Cristián Montes, aleja a los jóvenes también del anhelo por lo cultural.

Se huele un vaporcito saliendo de la olla con cazuela, una sugerencia que asoma por sí sola: la ciencia ficción es un buen puntal, una fuerte espiral hacia una mirada optimista del futuro en la medida que proponga, que desafíe. El lector busca ser desafiado en su inteligencia para resolver dilemas en conjunto con el autor, o para imaginar acciones para crear este mundo mejor, con participación.

En fin, para los asistentes esto fue un verdadero festín de ideas. Estas se han visto revitalizadas, cobran nuevas fuerzas y vida para volver a reinar en el mundo. ¿Podría usted perderse el próximo encuentro de Literatura e Historia que propone Letras de Chile? sí… pero no debería.