descargaPor Miguel de Loyola

Si hay una palabra que en mi familia era impronunciable cuando te referías a una persona, era el adjetivo calificativo viejo o, peor aún, vieja. Te asegurabas el correspondiente coscorrón por mal educado, además de una rotunda desaprobación ética.

El viejo, la vieja para nominar a las personas de cierta edad, constituía ofensa extrema. Y, por cierto, la expresión en sí misma, pronunciada en chileno posee una connotación despreciativa del otro, de ese otro nominado como tal.

Andando el tiempo advertí que tales adjetivos no son usados de la misma manera en otros países de América, para nominar a una persona de mayor edad que la nuestra. En Cuba, por ejemplo, y en todo el Caribe, se les dice abuela o abuelo, según sea el género, mamita, mamasita en México, papá o papasito, pero en ningún caso vieja, ni viejo a las personas adultas. En Argentina, a un hombre de edad se le llama un tipo grande, o bien se antepone el pronombre personal mi, mi vieja o mi viejo, pero tampoco se usa la palabra viejo a secas, porque definitivamente constituye desprecio.

Por los años setenta, época en que se usó y abusó mucho del adjetivo en Chile, dando  posiblemente origen a esa cancioncilla pegajosa que versa: una vieja con un viejo/ fueron a cortar porotos/ la vieja que se agacha/ y el viejo….  fue cuando más reclamaban los adultos por el uso de tal vocablo. Y, en efecto, denigraba a las personas mayores, quienes posiblemente se veían a sí mismas como tales, dada la naturaleza evocativa y exacta del concepto en si mismo. Entonces se importó el mi, de los argentinos, a través de las canciones de Sandro, Favio, Piero y otros, y serían primero los jóvenes del barrio alto quienes comenzaron a hablar de mi vieja y mi viejo, para referirse a sus padres, suavizando así el vocablo mediante esa pequeña connotación afectiva.  

Sin embargo, a partir del año 2000, la vulgaridad del habla cotidiana en Chile ha vuelto al uso del adjetivo descalificativo tal y como se usaba por esos años, provocando ahora la desaprobación y rechazo de quienes hemos llegado a esa fase de la existencia, cuando los otros comienzan a vernos como tales, en medio de nuestra más absoluta sorpresa, por supuesto.

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Noviembre del 2015.