Oacutescar Barrientos BradasicÓscar Barrientos Bradasic

El ganador del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar conversa con BOHEMIA –desde Magallanes- acerca de sus orígenes, influencias, miradas, pasiones, literatura fantástica y “ciudades excéntricas, donde el aislamiento opera como referente fundacional”

Por Irene Izquierdo

En www.bohemia.cu

Habla como quien entrega su carta de presentación: “Provengo de la ciudad continental más meridional del mundo. A orillas del estrecho de Magallanes, que tiene como eje fundamental la inmigración de pueblos del sur de Chile y de europeos, principalmente, croatas. Estamos bastante cerca de la Antártica”… Luego de una pausa,prosigue: “… me siento un creador de literatura fantástica y un hombre de izquierda. Escribo de ciudades excéntricas, donde el aislamiento opera como referente fundacional.”

Oscar Andrés Barrientos Bradasic es un novelista, poeta y profesor magallánico de origen croata; siente regocijo por el Premio Julio Cortázar obtenido en Cuba, en agosto pasado, a propósito del aniversario 101 del natalicio del autor de Rayuela.

“Es una alegría doble –afirma-, que en gran medida empalma épocas diferentes de mi aprendizaje escritural y proyecta sobre el telón del presente, una singular revisión. Cortázar es un escritor ineludible, cuya irrupción en la vida de varias generaciones literarias tiene que ver con el delirio, con el privilegio por lo extravagante y por el ludismo. Me parece imprescindible en la comprensión de la narrativa actual. En mi época, todos los estudiantes de letras se creían un poco Oliveira o La Maga. Es un escritor vivo, de manera especial en su cuentística. Nos enseñó a fantasear con hombres que vomitan conejitos, con autopistas detenidas en el tiempo, con inversiones temporales y paradojas que parecían remolinos que estallaban en el infinito. Pero yo quiero rescatar otro aspecto que me es especialmente sensible. Demostró que se puede ser un escritor de literatura fantástica y con el mismo énfasis, tener compromiso político con respecto a situaciones muy concretas.

“Ahora en relación a Cuba, para mí es un país que ha representado resistencia y dignidad, que ha repartido medicinas y metáforas en los países acosados y cuya solidaridad con el pueblo chileno fue incondicional en los tiempos más difíciles. En alguna medida pienso en lo presente que siempre ha estado Cuba en mi vida y recuerdo que un muchacho de secundaria, en la ciudad más austral del mundo, leía a Martí, soñaba con las gestas revolucionarias de los sesenta,  escuchaba las canciones de la Nueva Trova; consiguió las películas de Gutiérrez Alea, leyó algunas historietas de Juan Padrón y un largo etcétera de instantáneas que hacen de ese bello país un ejemplo de coraje y autodeterminación, pero en lo personal una patria que me influye profundamente. Creo que la Revolución Cubana hizo mucho por la autoestima de los pueblos latinoamericanos, situó a América Latina en el mapa de las preocupaciones mundiales y lo sigue haciendo.”

 ¿Ha estado en Cuba?

-Tan sólo una vez, en 1998. Fue una experiencia inolvidable haber compartido con amigos en las calles de La Habana Vieja y en el soberbio malecón a mar abierto. Es un país donde el Caribe y el barroco encuentran un singular coloquio de luces y sombras. Recordé el poema “Escrito en Cuba” del chileno Enrique Lihn.  Conocer al pueblo cubano, la historia de sus triunfos y sus reveses, fue una experiencia de mucho crecimiento. Creo que en tiempos donde se ha vuelto una moda hablar mal de Cuba, yo me he esmerado en comprender y valorar su ejemplo.

¿Qué contactos ha tenido con la literatura de la Isla? ¿Qué escritor de acá le interesa o le ha motivado más?

-Hay libros que me han acompañado como espíritus tutelares durante años: Espejo de Paciencia de  Silvestre de Balboa y El Ismaelillo, de José Martí. Por ser textos escritos en épocas muy pretéritas que siguen refrescando este tiempo confuso y, por momentos, aterrador que vivimos. En especial, el Apóstol que representa, en gran medida, al intelectual latinoamericano, universalista por excelencia. Leí, con extraordinaria pasión el encuentro entre Martí y Víctor Hugo en el año 1874, en París. Era el diálogo entre dos gigantes de diferente procedencia que conjugaron preocupaciones estéticas radicales con un sentido de la pertenencia histórica, una conciencia rotunda del momento que incluye tanto la posteridad como la contingencia.

“Naturalmente he leído a Alejo Carpentier, a los origenistas, a Virgilio Piñera, a varios más. Sería una lista larga.

“Ahora, escritores cubanos con los que tuve contacto personal, te diría que intercambié opiniones con Víctor Casaus y Reina María Rodríguez, en La Habana aquel año que te decía. Por una coincidencia borgiana y fantástica estuve presente en la entrega del Premio Nacional de Literatura a la poeta matancera Carilda Oliver Labra. Compartí una mesa de lectura fantástica en la Feria del Libro de Caracas con Raúl Aguiar, y hace muchos años conversé largamente en la Universidad de Chile con Enrique Cirules. Me interesa mucho la literatura de Arturo Arango y Senel Paz, aunque no los conozca personalmente.

“Percibo que la literatura -y por cierto la cultura cubana- es una de las más vitales.”

¿Tuvo alguna influencia familiar que lo guiara por el camino de la literatura?

-Desde luego. Mi padre es lector de Historia (de mi región) y mi madre lee novelas policiales. Pero sobre todo fueron muy definitorios algunos profesores, y la necesidad de permanecer durante horas en la biblioteca del colegio, ingresando a ese mundo que me parecía asombroso y por momentos inmarcesible.

¿Cuál fue su primera obra y cuándo la escribió?

Cuando yo era un adolescente fundamos en la ciudad una pequeña editorial que se llamó Eolírica. Allí publicamos unos torpes primeros poemas y también emergieron de aquello algunas revistas que el tiempo diluyó. Creo que el primer libro propiamente tal se llamó La ira y la abundancia y fue editado en 1997 en Santiago. Se trata de una saga de espías románticos que recibió algunos tímidos comentarios en la escasa crítica de la época. Muchas veces he fantaseado con la idea de reeditarlo para volver a esa idea desesperada de la fundación de un imaginario, de sentirse el capitán Nemo comandando el Nautilus y luchando contra los tentáculos demoledores del Kraken. Allí radica el sentido, vivir sin más estrella que el asombro.

¿Qué significa el Grupo Mangosta? Hábleme de sus vivencias en él.

-El Grupo Mangosta tuvo corta vida, pero para mí fue fundamental. Lo dirigió un profesor de literatura llamado Oscar Galindo, que fue muy señero en la universidad donde yo estudiaba, tanto para quienes ejercieron la docencia como para quienes nos dedicamos a la escritura. Recuerdo a Antonia Torres, Yenny Paredes, Paulo Henríquez y otros más. Ese período significó tomarse los rigores de la escritura en serio y saber que se trataba de un oficio muy complejo. En aquel tiempo la ciudad de Valdivia (donde yo estudié Letras) manifestaba una vida cultural muy intensa, que nos hizo conectarnos con los escritores que habían vivido los ochenta, en plena dictadura militar, que nos enlazó con el teatro, con el cómic, con lo mejor de la poesía chilena e hispanoamericana.

Pese a su juventud, tiene una extensa obra literaria: novelas, cuentos o relatos, poesía… ¿Considera que, de no haber nacido en «ciudad continental más meridional del mundo», habría sido igualmente el escritor que es? Hábleme de influencias, ámbito creativo y hasta de fantasías.

-Tengo una visión profundamente territorial y sin duda que haber nacido a orillas del estrecho de Magallanes genera en sus habitantes una mirada de dos océanos. De igual manera mi escritura está marcada por el viento, por una concepción rotunda de lo meridional, por la necesidad fundacional de construir un discurso desde el fin del mundo.

“Para mí la literatura puede ser concebida como un velero dentro de una botella y el escritor ejerce como una suerte de pirata que aborda ese navío, buscar en las diademas del pasado le dan motivaciones al viaje. Pero también este acto de bucanería conlleva traer los dialectos de la calle, las palabras que los diccionarios desterraron, los cuentos de hadas que olvidó en la infancia.

“Naturalmente, que vivir en la ciudad continental más meridional del globo condiciona una práctica territorial de la escritura, algo ligado profundamente al oficio cotidiano de la antípoda. La bitácora de Pigafetta, la novela de navegación desde Conrad hasta Coloane, la poesía tremendista, el cine de ciencia ficción forman parte de mi construcción cultural. Escribir en la provincia es probablemente un mal cenáculo, pero un gran laboratorio donde operan todos los materiales de la alegoría. Quiero decir que el escritor está invitado a reconciliar tradiciones variadas, a repensar los símbolos de su territorio, quizás desmitificándolos.

“Mi literatura habla de las ciudades actuales de la Patagonia, del influjo de la Antártica como continente donde los mitos parecen renacer, de los bares de mi ciudad que parecen barcos que naufragan. Para mí, el viento (que en mi zona son muchos) es esa energía que ingresa en la ciudad y se sumerge entre las calles llevándose las historias.”

Acá, en Cuba tenemos al detective Mario Conde, creado por Leonardo Padura, es un personaje que para muchos tiene vida, porque comparte nuestras realidades y es un cubano más.  ¿Quién es para usted el poeta Aníbal Saratoga?

-Desde luego que he leído a Padura y a su detective Mario Conde y sus aventuras me parecen notables. En el caso de Aníbal Saratoga, es un poeta dipsómano y con una particular experticia de involucrarse en empresas que van derecho al fracaso. Se embarca en búsqueda de una incierta república ballenera, entabla amistad con un ufólogo delirante o se propone detectivescamente rastrear los vestigios del Ministerio del Mar. Es un personaje bohemio e ingenuo, sin más estrella que el asombro, que ha protagonizado tres de mis novelas. Saratoga no es un hijo, ni un hermano, es un confidente y alguien que vive retazos de mi vida, la de mis amigos, la de mis enemigos, la de gente que no conozco. Su redención es la copa de piedra donde el vino de la existencia puede cobrar el sentido de una fábula sin moraleja.

Prosa o poesía… ¿Cuál prefiere? Aunque veo mucha poesía en su narrativa.

-Hay un cuento que escribí hace años titulado El hombre que tenía dos sombras donde Aníbal Saratoga sostiene que una de sus sombras es un cuentista y la otra, un poeta. Tanto poesía como prosa en el relato conviven amistosamente, hasta que un día se enfrentan en un duelo de navajas, pues advierten un ritmo que en un momento llega a su ebullición. Yo escribo narrativa quizás, desde la imposibilidad de escribir poesía. No creo que ningún narrador pueda hacer buena prosa sin ser o haber sido poeta o por lo menos sin ser un buen lector de poesía. Es posible que la historia de un paso al otro no lo advierta o se constituya en el conflicto estético principal de todo lo que hago.

Pero su lírica siempre ha recibido críticas favorables… ¿No será que, al final, es más poeta que narrador y se niega a admitirlo?

-Me imagino que uno siempre queda bien argumentando que está más allá de los géneros, pero de verdad no creo mucho en los géneros. La prosa me sale como poesía y la poesía como prosa, y no me inquieta resolver esta controversia, es más, me interesa mantener el conflicto. Ahora, tiendo a creer que determinados formatos textuales me funcionan de mejor manera que otros.

¿Qué opinión le merece el Premio Casa de las Américas? ¿Ha pensado alguna vez en participar?

-Tengo un gran concepto, principalmente por todo lo que ha significado la Casa de las Américas como organismo que ha difundido la cultura latinoamericana. Así que desde este modesto espacio de interlocución hago mi homenaje en memoria de Haydée Santamaría. Por cierto, es un premio que goza de enorme prestigio y que lo han ganado poetas tan notables como Roque Dalton o Jorge Boccanera. En mi país Enrique Lihn, Tomás Harris, Alexis Figueroa y Hernán Miranda han sido galardonados por Casa. Ojalá se prolongue por muchos años tanto el premio como la prestigiosa institución que lo promueve.

Nos queda ofrecer a nuestros lectores una breve referencia del cuento Quillas como espadas, ganador del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2015. ¿Puede ser?

Quillas como espadas surge producto de un viaje que hice a la Antártica hace un par de años, lo que resultó una experiencia alucinante, de explorar un lugar onírico, casi como visitar otro planeta. En ese territorio se genera la noción de un viaje hasta el límite donde se fragmenta la tierra y donde emerge un mundo tan cercano para nosotros los magallánicos pero tan profundamente desconocido. Sitúo una especie de pareja pos-apocalíptica en el universo antártico.

¿Además del libro que tradicionalmente se presenta en la Feria Internacional de La Habana, con el premio y las menciones del concurso Julio Cortázar, piensa que se presenten otras obras suyas en el evento?

-Eso espero, aunque no puedo darte mayores detalles, porque no tengo aún el programa. Pero pienso participar con todas las ganas y todo lo que venga de mi obra para contribuir a esta hermosa fiesta de la cultura y a hermanar, aunque sea desde mi modesta trinchera, los lazos nuestros dos países.

“Simplemente -como chileno- quiero reiterar mi admiración por la tenacidad del pueblo cubano, que ha inspirado a América Latina en sus luchas de liberación y forja de su destino. Ya sabes la enorme relación que tuvimos con tu país a partir de Salvador Allende. Por eso, también deseo rendirle un modesto homenaje a quien tanto hizo por hermanar a Chile y Cuba.