AviadoresPor Martín Faunes Amigo

“Margarita, está linda la mar”

Rubén Darío -A Margarita Debayle-

CUANDO MI MADRE HACÍA RECUERDOS, que era por lo demás algo bastante frecuente, de su hermana menor, nos contaba que era una niña bonita y traviesa. Henchida de orgullo después agregaba: “un verdadero cascabel”. Y era cierto, recuerdo a su hermana siempre canturreando, siempre sonriendo. Su belleza no pasaba inadvertida para nadie. Claro que a la edad que yo tenía entonces no era capaz de darme cuenta de la sensualidad potente que surgía desde esas formas suyas perfectas.

Con mis hermanos nunca la pudimos asumir como a una tía verdadera. La llamábamos “tía”, lógico, pero para nosotros era como una prima grande, bastante más grande cierto, pero prima al fin, aunque demasiado linda comparada con las otras. Todavía me acuerdo de cuando se casó. Era muy joven. Así era entonces, las niñas bonitas se casaban incomprensiblemente pronto. A mí y a Gustavo nos pusieron trajes blancos con una flor en el ojal, y fuimos detrás suyo llevando la cola de su vestido. La tía parecía princesa. Ricardo el menor, estaba cerca del cura sosteniendo un cojín con las argollas. Su novio la esperaba erguido y muy serio, y no me pareció justamente un príncipe, por eso dije para mis adentros “para qué tendrá que casarse ella preciosa con este vejete”.

En la fiesta sus amigas nos tomaban en brazos y nos ponían a bailar conga. Hacían unas filas en que seguían los pasos tomadas de la cintura por sus amigos. Pasaron de eso, creo, unos siete años, faltaban pocos días para la pascua e iríamos como siempre a Santiago a pasarla con los abuelos. Llegó un telegrama de la tía que mi madre nos leyó durante el almuerzo. Decía escueto “llego mañana a ésa en el Manutara”. Lo leí varias veces después de que lo olvidaron sobre la mesa. Hoy reconozco que a través de esas lecturas repetidas esperaba rescatar algo suyo de aquel papel amarillento que, escrito por un impersonal teletipo era imposible que pudiera entregarme. Cuando mi madre me preguntó por qué lo leía tantas veces, sentí vergüenza y pregunté para disimular qué era eso del “Manutara”.

-Fue el primer avión que logró aterrizar en Isla de Pascua, ahora pertenece a la CORFO donde trabaja tu tía Margarita y su marido.

Y llegó linda como era llenándonos a todos de besos. Sus maletas las bajó de un jeep un tipo vestido como los aviadores que aparecen en las películas. La tía no paraba de hablar, así era ella. Hablaba y hablaba. Hablaba tanto que yo casi no alcanzaba a entender lo que decía, además lo decía todo muy rápido y siempre entre risas. Aunque sí supe que el avión venía a traer una medicina importante con una enfermera especializada en influenza, a quien ya habían dejado en el hospital, y que ella, al saber de este viaje, se había empeñado en convencerlos hasta que consiguió que su jefe la dejara venir para estar con nosotros aunque fuera por un rato. Cuando pregunté qué era la “influenza”, me alcanzaron a decir sólo que era una peste nueva, porque la tía tomó la palabra y ya no la soltó. 

-Tengo para estar con ustedes esta tarde y esta noche, nos devolveremos mañana al medio día.

Vino lo bueno para mí -te irás con la tía en el avión para que nos ahorremos un pasaje de tren. Viajarás solito con ella porque a tu hermano le faltan días de clase -así me dijo mi mamá, y así no más feliz y sin derecho a cuestionamientos me vi sentado junto a la ventana del avión con la tía Margarita a mi lado, que siempre olía a algo muy dulce. Iba a ser mi primer viaje en avión.

Los pilotos eran dos, uno que en nada se parecía a los que salen en las películas y nos saludó con un gesto mal humorado. Al otro ya lo conocía, era el que había llevado a la tía hasta nuestra casa. Nos colmó de atenciones y nos estuvo haciendo magia. Le hizo aparecer a la tía unos chocolates de atrás de la oreja.

Abajo se veía cómo pasábamos por encima del Cerro Grande y del Pan de Azúcar, y después sobre Ovalle. Lo supe, porque el piloto/mago se sentó cerca nuestro y nos lo iba diciendo. La tía con él se fueron después al asiento de atrás y me dejaron leyendo unas revistas “El Peneca” que sólo hojeé, porque el espectáculo afuera era increíble. Se veía el mar a lo lejos y también la cordillera, pero lo mejor era que atravesábamos nubes y más nubes, algunas blancas y otras rojizas, y el sol relampagueaba entre ellas encandilando.

Lo malo fue que de un momento a otro esas nubes que parecían de algodón, empezaron a ponerse grises y después negras, y ya no hubo más sol ni nada más podía verse. Adentro del avión nada se veía tampoco hasta que las luces se encendieron y la tía corrió a sentarse conmigo, pero ya no sonreía. Es que el avión empezó a moverse de allá para acá, y después sólo nos zarandeaba. Tuvimos que amarrarnos los cinturones rápidamente y el piloto/mago partió hacia adelante y empezó a decir por un micrófono “Manutara a base, Manutara a base… conteste base…”

Comenzaron a sentirse truenos uno tras otro, y tras ellos relámpagos que enceguecían. No terminaba uno cuando uno nuevo surgía y más luminoso que los anteriores. Parecía que el avión iba a incendiarse y sentía como que empujaban hacia el techo del aeroplano mientras parecía que íbamos cayendo. La hermana de mi madre empezó a apretarse de mi brazo y sin querer me enterraba las sus uñas. Me abrazaba y repetía “qué le voy a decir a tu mamá, nunca debí traerte…”. Adelante el piloto/mago seguía diciendo su “Manutara a base, Manutara a base…”

No miento si digo que yo iba fascinado, imaginen la tremenda aventura que tendría para contarle a mis amigos: iba, nada menos, como en medio de una película, claro que las uñas de la tía empezaban a destrozarme el brazo. Aun así seguía contento y, aunque trataba de explicarle que si nos estrellábamos no iba a tener que disculparse de nada con nadie porque vivos de ésa no salíamos, la tía no escuchaba, sólo seguía abrazándome cada vez más fuerte. Reconozco que si en algún momento sentí miedo fue cuando el mago/piloto cambió su frase y dijo “Manutara a base, perdemos altura… Manutara a base… perdemos altura, conteste base”

Nunca contestó la tal base y seguíamos sacudiéndonos. Sin embargo de un momento a otro, tal como las nubes negras habían aparecido, éstas se esfumaron y afuera el cielo surgió más nítido que nunca, claro que estábamos tan abajo que casi se distinguían las personas en el patio de sus casas. El avión empezó a subir de nuevo y la tía me fue soltando mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. El piloto/mago al ver sangre en mi brazo sacó un botiquín. La tía tuvo que irse otra vez a los asientos de atrás para dejarle espacio a su amigo que me untara las heridas con mercurio cromo. Después, mientras me vendaba, por toda explicación me dijo muy seguro de sí mismo -tormenta de tipo tropical, acabamos de pasar sobre Calera. Nada más agregó, se limitó a ir consolar a la tía que continuaba llorando. La abrazó fuerte y empezó a hacerle cariño por los brazos. La acariciaba y la besaba también por el hombro así por un rato largo, hasta que no se pudo aguantar más y la besó en la boca. No paraba de besarla y la tía no sólo se lo permitía sino que empezó a besarlo también. Lo besaba llorando. Yo sentí al comienzo rabia, pero rabia por qué. Y no quería mirarlos porque me daba cuenta de que no debía. Traté de concentrarme en la ventana y en los Penecas, pero aún rabioso sin poder contenerme tuve que echar unas miradas que parece que a ellos bastante poco les importaban.

Ya en Santiago, el otro piloto, ése que no parecía de verdad un piloto, en vez de despedirse de nosotros nos dio sólo una mirada agria, pero el otro, el que también era mago, nos fue a dejar a la casa del tata en taxi. Se estuvieron besando durante todo el trayecto. Le puso su gorro de cuero con orejeras, la tía Margarita se veía bonita y chistosa. Se despidieron con un beso que sólo se terminó cuando se escuchó la cerradura anunciando que la puerta del tata se abría. Me dio entonces un apretón de manos y se marchó.

Solos después, tras abrazarnos con el tata y la abuela, la tía me llevó al patio y me contó en secreto que ese piloto era amigo suyo -lo conozco desde que éramos niños, es como un hermano -y me leyó el pensamiento -sí, soy casada, pero eso no quita que una pueda conservar sus amistades, sobre todo a las más queridas.

Mi otro pensamiento al parecer no me lo leyó, así que tuve que decírselo -pero te ponía la mano debajo del vestido -se quedó mirándome unos segundos en que entendí que buscaba algo inteligente que decirme, y lo encontró -a los amigos les gusta ponernos la mano ahí, y cuando ellos son simpáticos a nosotras nos resulta agradable. Es como un cariño que además nos calma, y yo estaba desesperada. Si hasta mira qué lesa, preocupada por lo que le tendría que decir a tu madre… y tú, pobrecito, lo que te fui a hacer en el brazo.

Me adivinó otra vez el pensamiento -no se lo puedes contar a nadie, porque a ningún marido le gusta que una ande besándose con sus amigos, aunque estos sean de esos amigos como hermanos.

Todo eso me lo dijo sonriendo, y obviamente no se lo conté a nadie. La tía Margarita no tenía necesidad de pedirme que guardara su secreto. Además ella no sólo era mi tía favorita sino lo sería para siempre. Tengo que aclarar que se me pasaron por la mente algunas otras cosas que no le quise decir y que si ella las adivinó seguramente no quiso mencionarlas. Es que me di cuenta que a ella, seguro, le gustaba más que la besara uno como ese piloto/mago simpático, que ése otro, su marido, tipo serio, aburrido. Así mismo, que el piloto le metiera la mano entre las piernas le tendría que resultar harto más entretenido que se lo hiciera su esposo, tipo no sólo aburrido sino además agrio. Sin embargo de todo lo que se me pasó por la mente, lo más importante ella estuvo lejos de adivinarlo, aunque tal vez sí. Es algo que me atrevo a confesar sólo hoy y no volveré a mencionarlo: quise haber sido yo ese piloto simpático que le daba cariño tal como él se lo daba, pero estaba seguro que se lo podría haber dado mejor que él, ¿alguna vez llegaría a dárselo? Más tarde, cuando ése con que se había casado pasó a buscarla, ella se fue con él sin parar de sonreír, claro que antes me cerró uno de sus ojos. Eran verdes. Margarita, ¿estará linda la mar?

Esa noche me dormí decidido a que en cuanto a alguna niña se le notara que iba a permitírmelo, la iba a besar así como lo hacía el mago/piloto e iba a tener también que saber ser simpático para poder hacerle de ésas caricias. Tal vez iba a faltarme conocer algún truco de magia. Haría también un curso de vuelo cuando estuviera más grande.

Ha pasado tanto tiempo, ya no está en este mundo la hermana menor de mi madre a quien yo sentía sólo como una prima mayor. No está por aquí, pero yo sé que donde fuera que esté, seguro irá en algún aeroplano con un piloto entretenido que la estará ayudando a ser feliz. La hermana menor de mi madre vino a este mundo a ser feliz. Yo también.