Manuel Rojas totalEl domingo se presentará la novela gráfica basada en su obra cumbre en la Feria del Libro de Santiago. Además llegan en nueva edición sus libros más autobiográficos y un volumen de artículos y ensayos.

Por Javier García

21 de octubre del 2015

En www.latercera.com

Había dormido en el frío suelo de cemento rodeado de barrotes de grueso hierro. A los 12 años Aniceto Hevia ya tenía la experiencia de la cárcel. Y volvería más grande, con el estigma del padre delincuente y la ausencia de la madre en la memoria.

Aniceto Hevia es el protagonista de Hijo de ladrón, una de las novelas cumbres de la literatura chilena. Su autor, Manuel Rojas, la creó tomando fragmentos de su biografía. Además de incluir aventuras propias y ajenas. “Yo nací en Buenos Aires, pero eso no tenía valor alguno”, escribe Rojas, quien nació en la capital argentina en 1896.

En el inicio del libro Aniceto Hevia rememora su pasado y sus pellejerías. Acaba de salir de la cárcel de Valparaíso y está afectado de una pulmonía. Las páginas muestran una vida errante, y también el retrato de una clase social que crece entre el esfuerzo y la miseria. 

Publicada hace más de 60 años, Hijo de ladrón ha sido traducida al alemán, inglés, francés, chino y ruso, entre otros idiomas. Hubo intenciones de llevarla al cine y a la TV. El director Gonzalo Justiniano haría una película a inicios del 2000 con guión de Sergio Gómez. No prosperó por diferencias en el texto con la familia del escritor. Finalmente, Justiniano aprovechó el guión y estrenó B-Happy en 2003, una variante de la historia donde Katty (Manuela Martelli), criada en un ambiente marginal, espera a su padre vendedor viajero. Pero este lleva 10 años en la cárcel.

Otro proyecto sí llegaría a buen puerto. Hace cuatro años nació la idea de hacer la novela gráfica de Hijo de ladrón. “Adapté las primeras cinco páginas. Luego la fundación aprobó el material.  La realización de Aniceto fue compleja, pero aportó harto la familia en el proceso”, dice Christian Morales, a cargo del guión de la historia. Luego, Marco Herrera adaptó los diálogos y Luis Martínez hizo los dibujos.

“El libro no reemplaza la novela. Quisimos rescatar el espíritu de libertad del libro y valores como la amistad que transmite Aniceto”, agrega Morales, cuyo trabajo llegó a editorial Ocho Libros. Así es como el ejemplar será presentado en la Feria del Libro de Santiago. Además, en Filsa se lanzará Tiempo irremediable, la tetralogía de Rojas compuesta de Hijo de ladrón (1951), Mejor que el vino (1958), Sombras contra el muro (1964) y La oscura vida radiante (1971). (ver recuadro).

Obra gruesa

“Aniceto Hevia soy yo”, dijo Rojas emulando una célebre frase de Flaubert (“Madame Bovary soy yo”). Aniceto, un prófugo de las convenciones y hambriento de nuevas aventuras, aparecerá en la tetralogía de Rojas, como un espejo de su autor, desde Hijo de ladrón a La oscura vida radiante.

“Una apuesta, quizá la mayor apuesta de Rojas. Cuatro novelas tan importantes para la literatura chilena que es mejor ni siquiera empezar a juntar adjetivos para calificarlas”, anota el académico Ignacio Alvarez en el prólogo de una nueva edición de la tetralogía publicada por Zig-Zag. “Las cuatro novelas utilizan el procedimiento con un patrón parecido: furiosamente movedizas en un inicio, poco a poco van alcanzando una peripecia más o menos reconocible, de modo que al llegar al final el relato es perfectamente coherente”, agrega Alvarez en la edición de Tiempo irremediable. El título había sido usado por Rojas para presentar Hijo de ladrón a un concurso de la Sociedad de Escritores de Chile, en 1950.

Otro rescate que llega a librerías es De la poesía a la revolución. El conjunto de ensayos editado en 1938 ahora aparece por Lom. En los textos, escritos para revistas como Atenea de la U. de Concepción, reflexiona sobre literatura chilena, el compromiso del escritor y se desmarca del criollismo local. Y se refiere a dos personajes que aparecen una y otra vez en la ficción de entonces: el huaso y el roto. “Esto es fatal. Hay una innegable sobresaturación”, anota. Luego compara el trabajo de un obrero con el del artista. Ambos son “producto del espíritu”. Ambos “han contribuido a la formación de la cultura de los pueblos en todas las épocas”, escribe.