Mas alla del limitePor Magdalena Becerra

Es difícil leer la novela “Mas allá del límite” sin preguntarse por las leyes de la casuística que rigen el destino de la humanidad, los hilos invisibles que fijan los criterios del azar, la fragua de las parcas, el rol de la justicia, la fatalidad en la tragedia griega, la culpa y la exculpación; los límites del amor o en general, según pensara el estructuralista francés Claudé Bremond, la condición necesariamente causal de los acontecimientos en la narración.

La espera, el fantasma de la repetición, el boicot, la inocencia, la implicancia de una acción, la ironía, la ternura, el determinismo, son algunos de los elementos con que Moisés Muñoz organiza el caos sin precedente que hace de esta novela una historia de la excepción, de la excepción a la regla. Más allá del límite es en primer lugar una novela de amor, del amor puesto al límite de la voluntad humana o de la fuerza emotiva como motor irreductible para la vida, sin embargo este motivo constituye solo uno más de sus tantas entradas de sentido.

El relato se presenta como un ciclo de procesos de mejoramiento y degradación permanente, basados en lo que podrían ser los principios narratológicos del formalismo, basados en “la falta”, “la obligación”, “el sacrificio” y “el castigo”. Los patrones compositivos de la novela se desarrollan mediante funciones de enlace o secuencias paralelas, actuando el destino de los personajes bajo las leyes del mosaico, en un campo de convergencias que se interceptan en un momento único, en el que coinciden arrastrando ya pesados sedimentos de la vida de otros y de su propia historia. El manejo del tiempo es anacrónico y retentivo, encontrándose los predictores del tiempo venidero en permanente estado de prolepsis y ese es uno de sus grandes dones, pues las digresiones no constituyen esfuerzos nostálgicos por reescribir el destino de los personajes como sucede en la mayor parte de los relatos novelísticos; aquí más bien se tensionan los acontecimientos desde un futuro en potencia, agudizándose en el texto la dimensión teleológica en el lector, la expectación. Se trata de un texto paradójicamente munido de marcas temporales, que en este caso no hacen más que fortalecer el oneroso pesar del tiempo en la lectura de quien espera definitivas redenciones.

El componente jurídico-deliberativo también se encuentra presente en el relato, abriendo otro campo de conflictividad sumamente interesante, que aporta fuerza a una de sus más certeras lecturas: la efectividad de las leyes humanas desde la institucionalidad, que cuando no aparecen asociadas a la condición condenatoria o de presidio, muestran su cara más amable en el “Hogar de menores de Buterflay”, lugar donde Matilde, personaje principal junto a su amado Jacobo, despliega como directora del centro toda la bondad y honestidad de un buen empleado público.

Ambientado en pequeños y emergentes condados de una Europa contemporánea en permanente expansión, cuya policía londinense, “contaba con unos de los destacamentos mas desarrollados del mundo en cuanto a desarrollar sistemas modernos de pericias documentales, destacándose el archivo de huellas dactilares”, el uso corriente de expresiones como “distrital”, “Sheriff court” y en general, la visible apropiación del código penal internacional, hacen aparecer a un escritor familiarizado con un lenguaje jurista. Donde Moisés Muñoz, abogado, Fiscal de la Corte de Apelaciones de Talca, aparece de algún modo fascinado por estas formas. El manejo del lenguaje simple pero no menos complejo, da cuenta de un énfasis descriptivo de los procedimientos operativos, protocolos institucionales y rutinas de rigor necesarias para la consecución de la fábula. Es también notable el permanente diálogo con la contingencia política, presente en remisiones a Winston Churchill, los Holiggans y la incurrencia del ataque terrorista del “Ejército Republicano Irlandés” (IRA), grupo nacionalista que participa en la batalla de Ridgeway de 1966, fecha en que se ambienta la historia.

Como parte casi de un relato hablado, la fina caracterización de los personajes, el énfasis en su perfil físico, permite ir completando su imagen psicológica y moral en el trabajo con la etopeya; los diálogos aparecen como transcritos literalmente de una declaración jurada o de un informe policial. Como en un documento jurídico, la seguidilla de denuncias de las que es presa Jacobo Trezzi, personaje principal de la historia, poseen como sello distintivo la accidentalidad; como quien muere por resbalar con una cáscara de plátano, los delitos cometidos por Jacobo, imprescriptibles por su gravedad, no parecen sino manipulados por una fuerza superior que enreda la madeja por gusto hasta el absurdo, como en la comedia de los enredos, pero en cuyos nudos se va hilvanado una historia de impotencia, incertidumbre y decepción, de la que curiosamente los reales protagonistas parecen ser las victimas accidentales de los imputados atropellos, personajes secundarios, hasta a veces incidenciales o actuarios, condición que realza el carácter virtual de una focalización en permanente latencia.

Parodia para el mundo policial, en esta producción narrativa, que no sigue necesariamente la lógica discursiva de la novela negra, donde el puzzle no se completa ni se requiere. Paraliza la constatación del “móvil” que acompaña cada condena de un Jacobo, no más impresionado que alicaído por una nueva figura legal para su necesario encierro, quien reflexiona: “si los demás presos aducían ser inocentes era porque de verdad el Estado se había equivocado con ellos, o simplemente, la noción de lo justo y de lo injusto no era más que nada un deseo interno de carácter individual que no tenía asidero alguno en la realidad”. Se trata de la pregunta por la ininmputabilidad de quien ha cometido delitos crasos en contextos hasta irrisorios, por casualidad, por acción indirecta de otros, por descuido, por reclamar la justicia de una condena anterior, por retomar su incipiente felicidad con Matilde, por arrepentimiento de un potencial daño ocasionado, por hacer todo para no incidir en un mismo cuadro, por mejor, porque sí y porque no; la novela es una prisión escrita, un callejón sin salida en la que toda acción conduce a la reincidencia.

Jacobo, obrero italiano del yacimiento minero de carbón “Old Mine”, ubicado en la vieja Escocia, es quien además encarna la clase trabajadora; con su vida comprada por su bajo salario, extensas y extenuantes horas de jornal, Jacobo vive en austeridad; de su pieza arrendada en el poblado de Newsconea la rutina todos los días, sin familia cercana ni contacto humano mas que el de sus compañeros de faena, aguardando lo esperado por todos, mes de asueto, en el que todos los años viaja a Inglaterra a visitar a su amigo Frederich, con quien recorre Nigths Club, bares y burdeles del bajo mundo de la ciudad; se trata de la representación de un sujeto social alienado que consume en dosis excesivas la escasa libertad que le permite el sistema; un ciudadano cuya condición de desarraigo, carencia de identidad, valoración social e identificación con los aparatos gubernamentales, la clase letrada que establece los estándares de moralidad con que aplica la justicia, lo torna altamente vulnerable, un homo saquer, sujeto de los márgenes legales que transita en un espacio intersticial, en un mundo ajeno en el que ni mínima parte del producto de su trabajo le pertenece; son sentidos que inevitablemente recuerdan la alienación, la plusvalía, la explotación del capital; la incidencia de los sujetos que representan entidades públicas aparecen, según se narra, agobiados por su labor diaria, con el único anhelo de que concluya su jornada, “lo que acontece a las 20:00 hrs.”.

La vida de Matilde, de tez blanca, delicada y bella mujer joven, respecto a la de un tosco, robusto, moreno y maduro manipulador del grisú, aparece como permanente contraste complementario; este personaje representa una vida eugenizada, libre de máculas, menos referidas al apremio económico y necesidad de sobrevida, contraste clave en la novela para una apología del amor más allá de las diferencias de clase.

Pero las fuerzas del bien y el mal en los personajes están equilibradas; no hay antagonismos mayores que la ceguera del sistema judicial, la sordera de la policía que procede según estrictos protocolos, la burocracia de los procedimientos legales, el tiempo y la vida en la cárcel, donde “todo es importante, desde matar a un piojo hasta jugar con una rata en el retrete, todo lo que te pasa en estas paredes malolientes tiene que ser entretenido e importante, es lo único que tienes para contar”, dice uno de los compañeros de celda de los tantos centros penitenciarios a los que asiste Jacobo. La aproximación maquinal entre un suceso y otro, procediendo en cadena, convierte a todos los personajes en factuales hechores por no testimonio, por testaferro, por complicidad, por encubrimiento, por querer cobrar su propia dosis de justicia. Nadie alcanza un suficiente grado de culpabilidad que coincida con la lógica carcelaria que confina para siempre a Jacobo, quien carga con un primer delito de “abuso y violación”, que una vez “Más allá del límite”, no tiene reversa. Ni Betsabé, negligente e indiscreta ama de llaves de Matilde, ni July, drogadicta, prostituta y madre de Andrew, pequeño del Hogar adoptado por Matilde y a la vez posible hijo de Jacobo… ni Malvin, amante de la prostituta que rapta al menor de edad… ni Fiedich, con el oscuro secreto de la muerte de su esposa, ni todos los policías, ni administrativos ni empelados fiscales, habiendo más de uno que se enternece con la infructuosa búsqueda que Matilde facilitando las gestiones… ni Matilde, con su molesta credulidad y dulzura, todos ellos no son encontrados con las manos en la masa o con el cuerpo del delito, simplemente porque no son los chivos expiatorios ni el caso ejemplificador escogido por el autor en esta ocasión, como por suerte o accidente, la novela no prefirió profundizar en ellos como posible muestra de la arbitrariedad de la ley, que se revela hecha para mantener el orden de un sistema represivo y distópico, que a lo menos, no contribuye a causas humanas mayores como el amor. Todo esto en un Estado -que en la novela no es el nuestro “por absoluta casualidad”-, en el que sin las garantías mínimas, “todo preso es político”, como cantan los rockeros argentinos Redonditos de Ricota.

Del parque de enamorados Dewgreen, lugar donde se miran por primera vez y para siempre los aporreados personajes, a la encarnación interminable de la historia por su descendencia, el día en que comienza el relato, “No era un día más; ese viernes 28 de junio de 1966, era uno de esos días en que la cotidiana vida de Matilde comenzaría a cambiar. A muchos kilómetros de distancia, el ruido ensordecedor de una sirena ponía fin a una agotada jornada de trabajo…”-

“Más allá del límite” es una historia de humanidad, esperanza, confianza y lealtad que vale la pena conocer.