P o r  R a m i r o  R i v a s

milagro en haitRafael Gumucio (1970) es un hombre multifacético. Profesor universitario en asuntos humorísticos, columnista en diarios y revistas, cronista avezado, guionista y realizador de programas de televisión de humor absurdo, locutor radial y, por sobre todo, escritor.

Se inició en la literatura con el libro de cuentos, Invierno en la torre (1995), que fue vapuleado por la crítica. Se llegó a decir que lo condenaban a cinco años y un día sin publicar. Bajoneado y todo, publicó un nuevo libro cuatro años después, Memorias prematuras (1992), obra con lo que revertió los comentarios anteriores y comenzó una carrera literaria que ya lleva once publicaciones en veinte años de carrera.

Ahora nos presenta Milagro en Haití (Random House, 2015), una novela claustrofóbica que se desarrolla íntegramente en una habitación de una clínica de cirugía estética en Haití. Situación que, si ya era insólita, se torna peor aún cuando el día de la operación de esta extravagante chilena, Carmen Prado, se produce una revuelta política que derroca al presidente de la isla y se desata un caos social y político en la ciudad. Abandonada en la clínica, solo al cuidado de una cocinera negra, con el centro médico invadido por los “chimeres”, jóvenes rebeldes que la enferma respeta y ellos ignoran, la novela se sustenta en la verbosidad monologante de esta singular paciente, una sexagenaria de clase alta chilena, viuda y vuelta a casar un par de veces, que yace postrada en su lecho, después de una cirugía apresurada que no se aclara del todo y la ha dejado en precarias condiciones físicas. A través de una suerte de corriente de conciencia, nos enteramos que está casada con el embajador de Dinamarca en Haití, que tiene tres hijos y hermanos en Chile, a quienes detesta.

Mediante un monólogo imparable, acentuado por la fiebre y la desesperación de verse impedida de movilizarse por sí sola y en total desamparo, delira y retorna a la realidad en forma intermitente, agrediendo verbalmente a su fiel cuidadora, al país en que se le ocurrió realizarse esa operación, a su marido danés a quien culpa de su desgracia y a su familia en general. Carmen Prado, personaje protagónico de esta historia ficcional al filo de la desmesura, es el elemento necesario para que el autor altere los planos convencionales de una realidad objetiva, para sumergirse en una irrealidad atípica en un texto de estas condiciones.

La voz narrativa de esta novela está desarrollada en una tercera persona muy ambigua, que no recurre a la omnisciencia, sino a un estilo indirecto libre que –según el crítico James Wood –“adquiere su máximo poder cuando apenas resulta visible o audible”. Porque mediante este estilo “podemos apreciar situaciones a través de los ojos y el lenguaje de los personajes, como también a través del lenguaje del autor, que se torna invisible”.

En efecto, a lo largo de la novela nos da la impresión de estar leyendo un texto en primera persona, debido a que la protagonista principal toma la palabra y despliega un discurso torrencial que absorbe toda la narración. Hasta en los diálogos que mantiene con la cocinera haitiana, que no la abandona en su desamparo postoperatorio, pareciera persistir el monólogo, ante las esporádicas réplicas de la mujer que soporta estoica la verborrea insolente de la enferma, que critica y cuestiona al país caribeño, a sus gobernantes, a sus habitantes que se dejan dominar por una dinastía corrupta, sin mediar las posibles consecuencias de su actuar.

Carmen Prado, esta mujer “desfachatadamente incorrecta, mordaz y contradictoria”, como reza en la contraportada del libro, con su discurso sin censura, de lenguaje obsceno cuando se ofusca, cáustica cuando critica a su familia y la clase social a la cual pertenece, casi moribunda en su lecho de enferma, abandonada por el personal de la clínica, en medio de un caos de incierto desenlace, no cede en sus delirios ni en sus recriminaciones. Rafael Gumucio asevera en una entrevista reciente que “las mujeres que le interesan tienen poca conciencia moral”, como este personaje y un par de protagonistas de sus libros anteriores.

 La novela se sostiene íntegramente en Carmen Prado y la cuidadora haitiana, Elodie, que la protege y escucha. A través del diálogo y el monólogo interior, desfilan en pantallazos fragmentarios el resto de los individuos, el pasado y el presente en la vida de este personaje poco usual en la literatura chilena. El desenlace de la historia justifica el título y le brinda al relato un carácter lírico entrañable.

Pero este mundo hermético de la anécdota, circunscrito a una habitación, se torna tautológicamente abrumador por lo reiterativo de algunas situaciones. Quizás si a esta novela se le hubiera suprimido algunas páginas, habría obtenido mayor agilidad narrativa. La recurrencia machacona a la denostación gratuita a que recurre la mujer al recordar el pasado, a sus esposos, a sus hijos y al entorno en general de cierta clase social chilena, no siempre contribuye a la fluidez de la trama. Esta persistencia en la reiteración, fatiga la lectura y le hace perder consistencia dramática a un relato que se inicia con mucho ímpetu y paulatinamente va decayendo a causa de este poder unívoco del personaje. Con todo, esta es una de las novelas más logradas de Rafael Gumucio, que celebra dos décadas en su carrera literaria.

(25/05/2015)