Por Mark Doty

Traducción de Óscar Sarmiento

Mark Doty (1953) es un poeta estadounidense que ha publicado diez libros de poesía y, entre otros, tres libros de memorias.

Entre los prestigiosos honores que la poesía de Doty ha recibido se cuentan el Premio nacional de la crítica de EE.UU. en el 2008 y el Premio T.S. Eliot de Inglaterra en 1995. La traducción de esta suerte de manifiesto del poeta es un tributo a la memoria de Pedro Lemebel. El poema se publicó originalmente en Atlantis (Nueva York: HarperCollins, 1995). El poeta visitó Chile el año 2004, invitado por la Fundación Pablo Neruda. Agradecemos a Mark Doty por haber dado su permiso para que esta publicación se lleve a cabo.

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Óscar D. Sarmiento, Ph.D.

Chair and Professor of Modern Languages

State University of New York at Potsdam, USA.

 

MARICA, TUYO NO SERÁ EL REINO

Ahí por el centro y entre el turbulento

vapor de los saunas—donde las sábanas del gozo

y la vergüenza deben lavarse una y otra vez,

 

toda la noche—ahí por el centro

y entre la columna de vapor emplumado

desanudándose a diez metros sobre las relucientes

 

azaleas de bencina de la avenida,

entre el vapor y la ruina

del Cine Paree (marquesina que anuncia

 

su propio lechoso abandono, rotos mostradores sellados,

la boletería un rehén envuelto en cinta adhesiva

y plástico negro, cautiva en esta zona

 

de bares de fachada oscura y librerías

donde no hay nada que leer

salvo los repetitivos textos de un ansia,

 

donde el deseo no anda vigilado, o casi)

alguien ha puesto una fotocopia de la cabeza

de Jesús: rubio, con una permanente, borroso en los bordes

 

como fotografiado por un lente engrasado,

y entintado a su lado, a trazos rápidos:

MARICA, TUYO NO SERÀ EL REINO. Arrepiéntete & serás salvado.

 

Yo le voy a decir a usted cuál será mi reino: los márgenes

que siempre han sido míos, el centro de tarde

cuando ya no queda nada que comprar,

 

las dormidas tiendas reconcentradas en sí mismas,

impecables, firmes en la perfección de su vitrina,

las bodegas y oficinas bien dispuestas, impenetrables:

 

bordes que nadie quiere, nadie observa. A pesar

de que las fronteras de esta zona de sombras (espejo y sueño

de las destrozadas calles aledañas) están bajo jurisdicción

 

de la policía y se requiere,

algunas noches, que las redefinan. Pero ahora no, al crepúsculo,

la hora en que el permiso desciende, temprana oscuridad del invierno

 

apuntalada por plumas humeantes. La ciudad pública

parapetada y bajo llave, pero ilimitada la secreta ciudad.

¿De cuál surgen estas tambaleantes torres?

 

A usted le voy a decir cuál será mi reino: vapor,

y la cegadora simetría de un hombre torrencial,

quince minutos de olvido encarnados.

 

He visto la llama titilando por los bordes del cuerpo,

pentecostal, evidencia de residencia.

Y he sido poseído yo mismo por el dios.

 

He sido la aparición temporal

que salva a otra, he sido su visitación, lo digo

sin arrogancia, he sido un ángel

 

por minutos a la vez, y por horas

he creído—sin juicio, sin condena—

que en cada cuerpo, por oscuro o reconstituido que sea,

 

está el cuerpo divino—común, habitable—

a la manera que en un campo de girasoles

puede uno ver que cada botón es

 

la expresión múltiple

de una sola resplandeciente idea:

el rostro esculpido en gozo.

 

A usted le voy a decir cuál será mi reino:

estupidez, borradura, exilio

dentro de las líneas trazadas a tiza por la policía,

 

los que deben parecerse a lo que castigan,

el exilio que usted requiere de mí,

usted que ha plantado ahí esta invitación

 

a un cielo que nadie desea.

A usted que debe ser patrullado,

que adora su rinconcito, yo le voy a decir

 

cuál será mi reino: no su pálido templo

sino un palacio de verdad, el anticipado

y real recuerdo, el momento anegado

 

de piel y la certidumbre del mismo,

el gesto y su descripción

—¿necesito decirlo?—

 

la carne y la palabra. Y le voy a contar,

usted que espera lo más pronto dejar de lado su cuerpo,

lo que quiere que le cuente, quizás algo

 

como lo que usted ha imaginado, una historia sucia:

años atrás, en los saunas,

un hombre se metió en el vapor,

 

su estupendo, profundo azul índigo reluciendo,

sólidos flancos apretados, abdomen intrincadamente veteado—

y después me invitó a su cuarto,

 

avanzando su llave hacia mí

como si yo quizás hablara otra lengua

y requiriera el gesto más directo,

 

después de que habíamos, usted me entiende,

elevado unas plegarías por un rato en su iglesia,

me dijo: Voy a sacarle la cresta a tu boca.

 

Usted no se puede imaginar lo que eso me produjo.

Mi vergüenza resultó entonces redimida.

Ya no voy a tener que arder en el más allá.

 

No que él me golpeara,

más que eso: las transacciones del espíritu

ocurren ahora, aquí—nadie necesita

 

esa eternidad de usted. Esta desfalleciente ciudad es

tan radiante como cualquiera que pudiéramos conocer,

pavimentada con un aceitado arcoíris, teñidas verjas

 

enjoyadas de grafitis, letras al vuelo en picada

sobre letras, indescifrables como todo

lo escrito por el deseo. No siento vergüenza

 

de amar el garabateo de Babilonia. ¿Cómo podría?

En mi rostro está tan escrito como

en estos muros. Ineludible, estupenda,

esta ciudad arde en llamas. Mío es mi reino.

 

Homo will not inherit, by Mark Doty.