Por Rolando Rojo

El crítico Matías Rivas  (se identifica como poeta y Director de Publicaciones UDP) escribe un artículo en el diario La Tercera del domingo 4 de enero que titula ECONOMIA CULTURAL CHILENA.  En dicho artículo pretende analizar las condiciones de vida de los artistas en general y de los escritores en particular.

Para él, los escritores son “un grupo de sujetos en condiciones precarias. La mayoría no llega a fin de mes…” (¿quién llega? ¿él?), por lo tanto, deben trabajar como  taxistas, empleados en supermercados, en call center, etcétera) Debido a estas paupérrimas condiciones de los artistas nacionales, el señor Rivas ha recibido “generosas” (e ingeniosas)  propuestas de solución para paliar este grave problema : crear un asilo para escritores y “el precio debe ser bajo para que el negocio fuera rentable” Y los libros de estos escritores  servirían para “entretener a los ancianos”. Otro (escritor) le sugiere algo mejor, sin fines de lucro, gestionar con el Hogar de Cristo un pabellón  para recoger (obsérvese el término) a los poetas y narradores viejos  y malogrados”, con camarotes a ambos lados y con un baño común a la salida.

Luego señala  como ejemplos de indigencia a José Donoso, a Enrique Lihn , a Gonzalo Millán. Y lo que es peor, esta situación de ” inopia endémica” de los escritores  los lleva a : “pelearse con  vileza  por los pocos premios que se dan”,  “humillarse para obtener prebendas menores”, “prostituirse  políticamente,  “y “traicionar a sus contemporáneos “. Después, el sesudo analista incursiona en las frustraciones, en los resentimientos, en los aprovechamientos de algunos escritores que “ahora analizan  la situación desde la ideología de lo políticamente correcto, en las cómodas universidades  norteamericanas”, etcétera.

¿Merecen este tratamiento los artistas chilenos? ¿Sabrá este poeta y director de publicaciones de la UDP que este país es conocido y reconocido en el mundo precisamente por estos seres  que  para él  sólo son “sujetos  en condiciones precarias”? Es cierto, la mayoría de los escritores  no tenemos riqueza ni aspiramos a ella,  somos seres dignos que  realizamos nuestra tarea con pasión, con honestidad, con esfuerzo y con solidaridad. No somos como este articulista llama: egoístas, paranoicos, furiosos contra el que gana, mitificadotes de la derrota, creadores de falsos héroes marginales.

La estrategia de este “agudo” analista consiste en hacer creer que está denunciando una situación injusta y lo que hace es denigrar de la peor forma a quienes trataban con la belleza y la nobleza del arte.

En fin, a este “sesudo” Director de Publicaciones de la UDP y a esos dos escritores que tan benévolamente le sugieren soluciones para la  indigencia de los artistas, hay que aclararles una o dos cosas esenciales: El arte forma parte de la lucha ideológica de una sociedad.  Para la ideología dominante el arte y los artistas son un peligro, porque están en contra del  sistema deshumanizado que ellos sostienen y el escritor, quiéralo o no, consciente o no, lo denuncia de una u otra forma, a través de sus obras. Por lo tanto,  a esos que usted  llama “los que nunca tuvieron una oportunidad”, “los que partieron al exilio” “los que se sienten inmortales y no fueron descubiertos por las masas, “los que van a morir sin reconocimientos” no son sujetos de pura mala suerte o castigados por el Espíritu Santo, son aquellos que el sistema acalla, silencia, ningunea. Tienen los medios para hacerlo: televisión, diarios, radios, críticos y comentaristas como usted. Piense que si Neruda y Gabriela Mistral rompieron ese cerco de censura, fue porque antes obtuvieron reconocimiento en el extranjero. Es ilustrativo lo del Premio Nacional para la poeta, años después del Nobel.  Pero también tienen el poder para destacar a aquellos que no hacen daño al sistema. Más aún, que son cómplices del sistema. No son muchos, pero, precisamente, hay que destacarlos por eso. Aquí aparecen los  renegados, los oportunistas, los que por fama y dinero, son capaces de vender el alma al diablo. Estos, señor Rivas, no  andan buscando una litera en el Hogar de Cristo ni, mucho menos, viven en la inopia. No sea ingenuo, señor Rivas, o, mejor, no nos trate de ingenuos a los lectores. 

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