Por Diamela Eltit
“No quiero ser parte de esta mierda, no quiero solamente salir del clóset de las tallas, quiero destruirlo” señala Constanzx Alvarez Castillo autora del interesante y provocador ensayo: “La Cerda Punk: Ensayos desde un feminismo gordo, lésbiko, antikapitalista & antiespecista”.
El libro ingresa de lleno en el tema estratégico del cuerpo y aborda la gordura desde la condición lésbica. Su empeño es revertir los modelos y establecer un discurso de resistencia: “sueño con una manada grasosa de múltiples formas ingobernables”. Un texto producido desde “lo local”, muy valioso, que transita entre lo experiencial, el manifiesto y el acopio teórico y que resulta iluminador especialmente cuando recorre una cierta historia militante de la gordura feminista. Allí da cuenta de una “posición” ante un panorama regido por la “fatphobia” o “gordofobia” contra las mujeres y releva mecanismos de respuestas al sistema, elaborados desde distintos sitios especialmente desde las blogeras de la fatosphere.
Este libro me permite volver sobre un punto central en mis preocupaciones culturales, porque, finalmente, pienso que el cuerpo es una ficción. O, desde otra perspectiva, el cuerpo es nada más ni nada menos que la producción (ficcional) de un conjunto de discursos sociales que lo modelan y lo remodelan a partir de una captura que es totalmente posible pues: “el cuerpo no es”.
Si se observa la historia del cuerpo resulta evidente cómo y en cuánto se piensa y se repiensa por el conjunto de poderes y cómo cada paradigma histórico genera otro cuerpo, uno más.. El cuerpo ultra asediado es el de la mujer porque es un objetivo político fundamental de dominación y colonización de cada uno de los sistemas. En esa dirección –la de la captura– comparecen una suma de discursos (contradictorios) para generar sumisión, dependencia y desde luego malestar ante la imposibilidad de alcanzar “ese” cuerpo del que se carece.
Hoy, bajo el capitalismo global, el cuerpo es, entre otros imperativos, una sede de negocios: múltiples, incesantes, paradójicos. Como sede de negocios el sistema se apropia también (en una baja intensidad) del cuerpo de los hombres mediante modelos que resultan rentables y que se fundan en el ámbito de una deseada, estereotipada perfección (liderada por una serie de condiciones entre ellas la industria de las musculaturas).
Sin embargo el protagonismo de las operaciones político-financieras caen y recaen sobre el cuerpo de las mujeres. Cómo no pensar en el mercado de cuerpos y en los cuerpos como mercado. Pero sería errado visualizarlos como mera moda renunciando a los ejes de dominación y subalternidad que posibilitan la intensa inscripción de las modas de los cuerpos, en los cuerpos. Más aún se podría pensar –por qué no– que el sistema genera deliberadamente órdenes contradictorias que apuntan directamente a establecer universos corporales sicotizados para así profundizar la despertenencia fundada en un abismante vacío. Un vacío localizado en los rictus de un cuerpo marcado por la no comprensión de sí, regido por la extrañeza. Porque el cuerpo es siempre un simulacro. Un holograma. Un no.
Hay que detenerse en los cuerpos actuales. Las intensificadas industrias y los poderes multifocales se han unido con una alucinante complicidad en contra de las mujeres para afirmar que son crónicamente imperfectas y empujarlas así a un ávido e interminable consumo (de cuerpos). Por ejemplo, industrias que practican la borradura de la historia en los rostros, me refiero a la desaparición de marcas, arrugas, dobleces –la industria de las cirugías estéticas y los químicos– para conseguir y diseminar –pos químicos y quirófanos– rostros sin historias. O fabricar “volúmenes” siguiendo los modelos esclavistas de los “atributos corporales” (pechos, traseros, labios) de lo femenino. Entonces, el único cuerpo que hoy cumple con el requisito de la perfección es aquel que se construye en el quirófano mediante el corte y la sangre, la anestesia y el bisturí del cirujano. Así, la mujer incrementa los caudales médicos y enriquece al conjunto de las máquinas represivas que producen lo femenino.
Existe además el tejido ultracomplejo del hambre y sus imágenes. Si el hambre del cuerpo desnutrido del tiempo de la carencia fue elocuente en la primera parte del siglo XX, un hambre impresa en las costillas, en los huesos torcidos de unas piernas que no podían trasportarse, en la panza desmesurada, plagada de enfermedades, hoy, el hambre en la época de abundancia chatarra y del deshecho, se mantiene intacta ¿Por qué en la época capitalista (occidental) existen más y más cuerpos hambrientos que no se sacian –es un decir– con nada? No se sacian, generando un cuerpo producido por una industria alimenticia severamente tóxica y adictiva. Pero, sin embargo, más allá de las alertas médicas que presagian una catástrofe para el futuro de la salud local, los cuerpos se engruesan y ahora la gordura ya no es parte de la hermosura como en el pasado y, más aún, es considerada la peste endógena del siglo XXI. Solo que esta “peste” es producida y promovida por el conjunto del mismo sistema que (solo en apariencia) la combate. Un sistema sádico que decide, inoculando una comida adictiva, que el ideal estético se cumple en cuerpos extremadamente delgados, al borde de lo famélico. Desde luego en este panorama no es lo mismo un masculino gordo que si esa misma gordura le pertenece a una mujer, hay una distancia social sideral entre ambos.
Más allá de la realidad-real, se puede entender que todos los cuerpos de las mujeres están simbólicamente sitiados por el hambre y el terror que esa hambre produce. La escritora y feminista marroquí, Fátima Mernissi, señaló que la talla 38 es el burka de las mujeres occidentales. Una afirmación brillante. Pero hay que señalar que la talla 38 tampoco da garantías porque sencillamente ninguna talla calza simbólicamente con el cuerpo y más aún esos cuerpos talla 38 pueden sentirse cuando no obesos sí al borde de la obesidad.
Las máquinas de guerra (hoy se puede hablar con toda propiedad de armas químicas) en contra del cuerpo de las mujeres no se van a detener como no se detienen las flagrantes discriminaciones incluso en aquellas zonas que están intentado activar nuevas reconfiguraciones culturales. Los discursos públicos en torno a Nicolás y sus dos papás son bastante patéticos si se piensa en términos de igualdad. Y es por eso que no dejo de preguntarme: ¿por qué Nicolás no puede tener dos mamás? Y la respuesta resulta bastante simple: porque no.
***
Publicado en The Clinic, jueves 18 de diciembre de 2014.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…