Por Luis Pando Torres

Entonces no existían las horas en la ciudad. Todo era bohemia y fantasía. Había un fotógrafo que, sin solicitar un centavo, dedicaba su tiempo a los porteños.

Solitario, decía que su arte era de esquina enraizada, recóndita: como una joya valiosa que se difumina entre los edificios. En su laboratorio, el agasajado artista recibió a personajes importantes de la época. Leblanc, al no conocer las horas, no sabía si era día o noche. Nunca encontró el tiempo para conquistar a una joven, ni cumplir el sueño de tener un hijo. Es más, murió atropellado por un coche de caballos en esa misma esquina. Años más tarde, un estudioso del artista, el comerciante Turri, inspirado, envió una carta al alcalde: solicitó, en honor al carpe diem perdido por Leblanc, que se instalara sobre el laboratorio una réplica del Big Ben inglés. Turri murió sin ver la hermosa niebla cubriendo el reloj.

***

Nota: Este cuento está participando de la final de Cuéntame Valparaíso 2014, es inédito y ha sido publicado luego de hacerse pública su condición de finalista. Si gusta, puede manifestar su opinión con un voto hasta el 12 de octubre. Dadas las bases, los votantes optan a premio sorpresa. www.cuentamevalparaiso.cl, opción votar.