Por J. Ernesto Ayala-Dip

Una nueva biografía arroja luz sobre la figura de Silvina, brillante cuentista, amiga de Borges y esposa de Bioy Casares.

Todo el mundo cultural de habla hispana conoce el nombre de Victoria Ocampo. Sabe de su trayectoria vital y literaria. De su amistad con grandes nombres de todas las latitudes de la cultura del siglo veinte. Conoce el nombre de la revista Sur, célebre por sus colaboradores y por el sello personal que aportaba su mentora y dueña. Pero no ocurre lo mismo con una de las seis hermanas Ocampo. Me refiero a Silvina Ocampo (1903-1993), una de las cuentistas más relevantes de la literatura argentina, además de la mujer de Adolfo Bioy Casares durante más de cincuenta años. (Compartió generación con otras conocidas escritoras argentinas: Silvia Bullrich, Beatriz Guido, Carmen Gándara y Marta Lynch). Las hermanas Ocampo fueron inmensamente ricas. Cuando una de ellas heredaba una vivienda, esa vivienda no era un piso sino una finca entera de seis o siete plantas. Sus viajes a Europa duraban meses. Su servicio ocupaba a varias personas siempre muy fieles. Sus segundas residencias eran casonas inmensas incrustadas en la Pampa o situadas a escasos metros del océano Atlántico. Siendo hijas de la oligarquía agroganadera argentina, no siempre les convino esa condición para que se las tratara sin prejuicios de clase o ideológicos: aun cuando fueron radicalmente antifascistas (además, claro, de feroces antiperonistas). La publicación de la biografía de Silvina Ocampo, La hermana menor, escrita por la periodista y escritora argentina Mariana Enríquez (1973), invita a reconsideraciones sobre la figura y obra de esta gran escritora, no siempre tratada con la justicia poética que se merecía.

El subtítulo de este libro reza Un retrato de Silvina Ocampo. Y lo es. Un amplio retrato donde caben su biografía y la razón de su vida: la literatura, repartida entre novela, cuentos y poesía. El procedimiento de que se vale la autora coincide bastante con el mecanismo del reportaje. Interroga testimonios escritos, pero también acude a los testimonios vivos. Contrasta éstos con acopio de información, sobre todo en los tramos más contradictorios o delicados de la vida de la escritora. La presencia de Bioy Casares es inevitable en casi todo el libro. Puede suceder que el lector de esta obra, por momentos, tenga la sensación de que los temas aparecen y reaparecen repetitivamente. En realidad, no todo lo que se sabe, cuenta o se rumorea sobre la vida privada de los Bioy tiene una única versión. Mariana Enríquez se ve obligada a volver sobre asuntos espinosos. De ahí ese insistir con distintos interlocutores —escritos u orales— en busca de la versión más aproximada a la verdad de lo sucedido. Veamos un ejemplo: un viaje a Europa emprendido en los años cuarenta, acompañados de una sobrina de Silvina Ocampo: mientras un relato dice que la sobrina era una adolescente, otro indica —siendo, parece, el más verdadero— que la chica tenía casi treinta años. La edad es importante precisarla porque lo que se cuenta de ese viaje no es un cuento de hadas.

Mariana Enríquez también incursiona en la obra de la Ocampo. La parafrasea y la comenta con conocimiento. Y con sensibilidad. Pero el terreno de la ficción también aparece trabado con los aspectos más personales y con los momentos más ingratos vividos con Bioy Casares, un hombre diez años menor que ella y con el síndrome de Don Juan profundamente arraigado y, también, hirientemente escaso de remordimientos. De La hermana menor se desprenden algunas conclusiones. Silvina Ocampo fue feliz escribiendo y siendo plenamente consciente de que lo que escribía era muy bueno, y siendo amiga de pocos amigos, entre ellos, por supuesto, Borges. Queda la duda de si lo fue absolutamente viviendo con un hombre que la compartía con tantas amantes.

Leí La hermana menor como un libro revelador en muchos aspectos. Sobre la vida y la obra de la gran escritora que fue Silvina Ocampo. Y también como un texto donde se describe el desmoronamiento físico y material de una familia escandalosamente rica y, a la vez, inmensamente culta, generosa, cosmopolita y amante de su ciudad. Este libro nos obliga a desempolvar algunos de sus más hermosos y extraños libros de cuentos. Volvamos a Autobiografía de Irene, Los días de las noches y esa antología titulada como solo Silvina Ocampo podía titular un libro: Las reglas del secreto.

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La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo. Mariana Enríquez. Ediciones Universidad Diego Portales. Santiago de Chile, 2014. Edición a cargo de Leila Guerriero. 216 páginas.

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En: Babelia