Por Carlos Peña y Lillo Herrera
La fuerza narrativa está ligada profundamente al “Yo”. A esa persona que entrega, o más bien, lanza un cúmulo de sentimientos que se van disgregando a través de los relatos enmarcados en este libro.
El personaje sufre de manera descarnada su acontecer. Sus pensamientos que parecen estar atrapados dentro de un sueño, lo llevan a deambular por lugares reales, donde la noche santiaguina se agita con la droga, el sexo y alcohol. Ricci, dibuja un entorno claro, pero que a la vez, es volátil y fugaz. El título tiene mucho que ver con lo que sucede en cada historia, esa pérdida del espacio, como si todo quedara suspendido y el tiempo se detuviera, como si aquel sueño emigrara hacia otro sueño.
Es notable cuando el autor logra esa apreciación, porque desconcierta, descoloca, y esa sacudida llama a la reflexión, algo tan necesario por estos días.
La narración que está empalagosamente adherida a la verosimilitud logra adentrarse en la mente del personaje, y ver a través de sus ojos, aquel “inframundo” que tanto deseamos que no existiera. En este punto, “Siempre me roban el reloj” logra su mayor valoración, porque nos entrega aquello que obviamos, y que generalmente evadimos al pasar… y que a veces son nuestras propias miserias.
Personalmente llamo a este tipo de escritura, narrar con la ventana abierta, no es un término técnico, pero refleja perfectamente ese modo tan real y desnudo de relatar. Ese esfuerzo narrativo de poner cada idea en un plano lúcido, es notable.
Este hombre queda fuera del mundo, porque transita por lugares que nadie quiere ver, pide limosna en los bares del Patio Bellavista, recorre la Plaza Italia, hasta quedar sin dinero en un paradero del Transantiago. El reloj ya no está, el tiempo ha muerto, y todo es un miserable sueño, incluso, aquella prostituta de curvas contundentes que lo invita a un trago.
La escritura hace ver eso gesto, que se transforma en un solo sentido, como un punto de partida hacia una nueva existencia, y ahí está la gran roca, esperado ser movida, pero para lograr eso, el protagonista debe despertar.
Aníbal Ricci, adquiere eso que a veces todos queremos descubrir del autor, la sinceridad, pero el sacrificio de entregar vida, tiene su costo. Los personajes quedan encerrados en jaulas, que solo servirán para transitar en los mismos contextos, o situaciones similares. Y como dice él, “Iniciar esta titánica labor de existir, la que nos hace empujar la roca hacia la cima del monte imaginario, realidad que experimento cada vez que termino de escribir un libro”.
El autor, gustoso lector de Edgar Allan Poe, le hace un giño a uno de sus dichos. “Todo lo que vemos o imaginamos, es solamente un sueño dentro de un sueño”.
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Publicado en Rengo al Día.
“Siempre me roban el reloj”, novela, Aníbal Ricci.
Mosquito Editores.
53 pág.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.