Por Rolando Rojo

Aunque mis cuentos son mayoritariamente realistas, he escrito también cuentos fantásticos. Es decir, enteramente imaginativos, puramente ficticios, sin relación alguna con la realidad, ni con las leyes naturales y, a veces, sin contacto con lo racional.

Si tuviese que nombrarlos , diría que cumplen estas características, mis cuentos: “El estudiante de teatro”, “Las invasoras”, “El picacho de las águilas”, “El sur bus de las cinco treinta p.m.” “La pensión de doña Rosaura”.

 En la mayoría de ellos, lo fantástico se da a través el manejo del tiempo que deja de tener la función y el uso que le da el calendario y los relojes. En estos casos se trata de un tiempo especial. Tal vez podríamos asociarlo con el tiempo de los sueños: Se dice que sueños donde se viven largas escenas, extensos períodos de tiempo y que creemos haber soñado toda la noche, en realidad sólo han durado segundos. También, como le ocurre al personaje Johnny Carter del cuento el Perseguidor de Julio Cortazar, es posible, en un estado de distracción, recordar largos pasajes del pasado, extensos lapsos, aunque en la realidad sólo han transcurrido segundos o minutos entre las estaciones de nuestra distracción. Se trata, en definitiva de  un tiempo interior. Ese mismo tiempo que para nuestra inquietud, nerviosismo o expectación puede durar infinitamente o un  fragmento, aunque el reloj marque lo mismo en ambos casos.

 Mi cuento El sur bus de la cinco treinta p.m. narra un viaje que, normalmente,  dura  dos horas y cubre un trayecto de, más menos, doscientos kilómetros. Como se nombran lugares reales de la ruta, los lectores  ubican perfectamente de qué trayecto se trata. Pero, inesperadamente, el camino empieza estirarse como “cinta de gelatina” y los viajeros se sorprenden de  volver a pasar por los mismos lugares o de no haber pasado otros. El tiempo, que siempre va asociado con el espacio, también se estira y ocurren situaciones que perfectamente pudieran haber ocurrido durante un año de viajes. La naturaleza  cumple su ciclo natural y los viajeros sufren el rigor del invierno y el calor de verano. Mi intención, al escribirlo, esa envolver a esos viajeros y a los lectores en una burbuja de tiempo, disociada del tiempo real. No sé si lo habré logrado..

 En mi cuento “La pensión de doña Rosaura”, el tiempo no se estira infinitamente, sino que empieza a retroceder. Al parecer, por el mágico efecto de un nuevo pensionista que toca el clarinete. Los objetos recobran sus antiguas formas; en el contorno geográfico aparecen personas y edificios desaparecidos del paisaje hacía años. Incluso,  finados del barrio, fuman en las esquinas donde antaño fueron abatidos. Reaparecen los antiguos cines, los negocios, los viejos medios de transporte. El tiempo sigue retrocediendo hasta afectar a los personajes que  lucen aspectos y vitalidades perdidas hacía décadas. No puedo dejar de reconocer, que este cuento me lo inspiró “Viaje a la Semilla de Alejo  Carpentier.

 En el Picacho de las águilas, el tiempo de detiene, se congela, se paraliza. Lo sorprendente es que afecta a un Avión de pasajeros que quedan suspendidos frente a un pico cordillerano y desde allí, ven desplazarse, a lo lejos, otras naves. Es como si esa particular realidad hubiese quedado congelada, estancada, mientras el mundo avanzaba por ambos costados del avión averiado. Sin duda, quise plantear una crítica a un período de nuestra historia que se había congelado política y socialmente, mientras el mundo avanzaba en materia de derechos humanos, de justicia social, de adelantos  científicos.

Hay que admitir que no siempre, las intenciones del autor se cumplen o los lectores interpretan como él supone.

 Es curioso que me haya inclinado a escribir este tipo de relatos. Cuando éramos niños nos gustaba el cine. Íbamos dos o tres veces a la semana a ver películas. Incluso, muchas veces oficiábamos de acomodadores o vendedores de helados para no perdernos películas. Debo confesar que nos gustaban las películas de vaqueros, de gansteres, de guerra. Había un tipo de film que no soportábamos: los fantásticos, los de viajes espaciales, los de monstruos, de los Frankestein, etcétera. Decíamos que eran PAMENTOSOS.  Son demasiado PAMENTOSOS, cuando abusaban de los efectos especiales. Y expresábamos nuestra protesta zapateando en el piso y silbando al “cojo”.

El recuerdo de aquella lejana y querida palabra, me llevó a escribir este artículo sobre mis cuentos fantásticos.