Por Miguel de Loyola

La posmodernidad se ha caracterizado por el poder de las minorías. Hoy se rinde culto a las minorías étnicas, religiosas, políticas, sexuales, ecológicas… Las grandes masas de ayer, concentradas en esos odiosos polos antagónicos, fascismo y socialismo,  hoy día son manejadas por estos grupos pequeños que se imponen, forzando lo que Nietzsche no tardaría en llamar la estructura moral,

y concretamente aquel sentimiento de culpabilidad que subyace en todos los individuos frente a los problemas del otro. Así, pulsando los puntos más sensibles de la moral colectiva, se imponen hoy las minorías por sobre las masas, y por ende, también por sobre la manoseada democracia. Los gobiernos ya no llegan al poder apoyados por mayorías absolutas y ciegas, sino por estos grupos que han terminado por apabullar a las masas vociferantes. Hoy asistimos a la cultura de los guetos, de las cofradías, de los pequeños grupos consolidados en un sólo espíritu, porque los liderazgos que ayer convergían en un solo hombre, hoy día se diversifican en muchos. Los grandes líderes pertenecen al pasado.    

No sabemos, por cierto, si esto es mejor o peor, lo que si sabemos y constatamos, es que la historia tiene un movimiento pendular, tanto se exalta una cosa, en desmedro de la otra, y  así sucesivamente hasta el infinito. Hasta el cansancio, diríamos los más viejos, quienes  hemos visto -y seguimos viendo- el movimiento del péndulo. Este movimiento pendular y circular del pensamiento humano, donde la falta de coherencia y consecuencia son una constante.

En nuestro Chile, por ejemplo, se habla y se repite acerca de la supuesta deuda del Estado chileno con el pueblo mapuche, en circunstancias que bien podría ser al revés, el pueblo mapuche vive en deuda permanente con el Estado chileno. La formulación del problema, obedece claramente al poder de las minorías, capaces de imponer su verdad,  pulsando la conciencia de la conveniencia política. Hoy ningún gobernante quiere estar en problemas con las minorías. Por el contrario, se rinde ante ellas, porque conoce y teme su poderío. El tema del matrimonio homosexual, pasa por una situación semejante. Y aún peor, porque cualquier cosa que alguien diga al respecto, será catalogado de homofóbico, como ayer de anticomunista.

Las minorías se imponen espoleando el punto flaco de la moral, en un mundo donde, por cierto, la moralidad pasa por su mayor crisis. La falta de ética, de ese resplandor y pureza del alma, se aleja cada día más del espíritu posmoderno.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Marzo 2014