Por Ramiro Rivas

Alejandro Zambra (Santiago, 1975) es autor de tres novelas breves, Bonsai (2001), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011). A pesar que se inició como poeta, el éxito literario le llegó con su labor narrativa. Hay que reconocer que el hecho de iniciar su carrera de novelista en la prestigiosa editorial española Anagrama, le abrió las puertas al mundo hispanoamericano.

La crítica ha sido generosa con su obra, llegando a proclamar que es el escritor más importante de su generación y de la que se insinúa. A nuestro entender, estas manifestaciones de entusiasmo crítico, en su mayoría ejecutadas por reseñistas o escritores que conforman pequeñas cofradías universitarias y, además, disponen de diversos espacios periodísticos, pecan de evidente falta de ecuanimidad. Basta revisar la larga lista de autores de la misma edad de Zambra que están publicando significativos libros de gran valor literario, como los de Lina Meruane, Alejandra Costamagna, Marcelo Leonard, Andrea Jejtanovic, Nona Fernández, Alejandro Cabrera y tantos otros que no desmerecen ante las creaciones de este autor.

Mis documentos (Anagrama, 2014, 205 páginas) es el primer libro de cuentos de Alejandro Zambra y el más extenso. Su obra novelística se ha caracterizado siempre por su brevedad. Como en todo libro de cuentos (en donde varios no cumplen con las normas básicas del género) el conjunto resulta irregular. El paso de lo arquetípico en las ficciones de Zambra a lo resueltamente autobiográfico y realista, ofrece paralelismos ambiguos que el lector deberá descifrar, reflexionando que la literatura encierra verdad y mentira. La realidad, por fin, será la gran argumentadora en estas narraciones.

Existe una temática que se repite en este autor, una suerte de mirada irónica y casi compasiva con los jóvenes de fines del siglo recién pasado, que han sobrellevado y participado como testigos involuntarios, la desesperanza y el dolor de sus padres que vivieron y padecieron la dictadura. Son jóvenes que no desean cargar dolores ajenos, una historia que no les pertenece o les incumbe a medias. Sus prioridades, sus anhelos, sus ambiciones, son otros. Han creado un muro que los separa irremediablemente del ayer. Los personajes de Zambra y de sus colegas generacionales, no desean mirar hacia un pasado que los lastra. Los escritos de estos jóvenes se manejan en otros ámbitos más personales. A estos protagonistas debemos entenderlos e interpretarlos por lo que son: jóvenes adolescentes que resurgen de las cenizas de sus predecesores, con ideales nuevos, un escepticismo descarnado frente al mundo político y sus representantes, un cansancio ante los recuerdos luctuosos de sus padres. Debemos leerlos bajo este nuevo prisma, analizarlos bajo estos nuevos parámetros. La literatura de este autor nace de la clase media santiaguina, del interior de los miles de hogares chilenos que subsisten en un mundo neoliberal que los aplasta. La literatura de Alejandro Zambra ha tenido la fortuna de internacionalizarse y arrastrar, quizás en un futuro cercano, a los jóvenes que lo siguen con entusiasmo y fervor.

Hay muchos rasgos autobiográficos en estos relatos, como Instituto Nacional. Por su estructura, desarrollo y casi nula intensidad, este trabajo dista mucho de los requisitos mínimos para constituir un cuento. Es un escrito que no pasa más allá de una especie de crónica deshilvanada de los recuerdos escolares en ese emblemático establecimiento educacional. Muchos escritores chilenos anteriores han tratado esta temática con mayores aciertos. (Entre ellos José Miguel Varas) Zambra no aporta nada nuevo.

Yo fumaba muy bien es un texto que se torna monótono y poco atractivo. La extenuante y morosa explicación para llevar a cabo un tratamiento para dejar el cigarrillo, la poca disponibilidad para concretar su objetivo y la extensión innecesaria para cerrar la historia con un pálido desenlace, resulta frustrante.Pero hay muchos cuentos que cumplen con su propósito y logran atrapar al lector, como los relatos Mis documentos, que da título al tomo, o Recuerdos de un computador personal. En estas anécdotas Zambra emplea un juego de planos sugestivos, de vidas de parejas que funcionan alrededor de este aparato que resulta imprescindible en el mundo moderno y es capaz de trastocar las vidas y las costumbres de los individuos. Las dificultosas relaciones de parejas, la nostalgia y ciertos tics del pasado, la ironía y ciertos grados paródicos en los sujetos tratados, constituyen elementos que el autor maneja con propiedad.

Alejandro Zambra escribe con gran naturalidad, con una carencia de adjetivación sorprendente, una claridad expresiva difícil de realizar con la soltura que este autor la ejecuta. Se le ha querido comparar –equivocadamente –con la escritura de Bolaño. Pero Zambra posee un lenguaje más reductivo, más escueto. Dice más con menos palabras y argumentos. Bolaño es la desmesura, el río incontenible de situaciones, anécdotas, acontecimientos, historias reales o ficticias, representaciones de escritores anónimos o encubiertos. La literatura de Zambra es más racional, más fría, más analítica. La parquedad de su escritura sugiere mucho más que lo que cuenta, la teoría del iceberg de Hemingway funciona con mayor propiedad en Zambra que en Bolaño. Este libro de cuentos es un ejemplo de ello. Cada relato expone lo necesario, aporta lo imprescindible para que el lector rearme la historia y la continúe. Sus personajes son delineados con un par de trazos y luego los deja en libertad. Se dice que una de las mayores cualidades de Zambra es retratar con vívida propiedad la época que le ha tocado vivir. Nos referimos a las postrimerías del siglo pasado y los inicios del siglo XXI. Pero todo expresado entre líneas, con sobreentendidos, con una escritura medida y eficaz. Sus personajes se perfilan como sujetos de vuelta de una crisis histórica que aún les perturba y que ellos imaginan no ser los responsables. Una especie de liberación existencial insuficiente, pero necesaria.

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(15-01-2014)