Por Aníbal Ricci

“No sabemos, por cierto, si esta sobreabundancia perdurará en el tiempo. Si se transformará en basura y volvamos a los tiempos de pobreza… El hombre masa quiere cosas, y entonces hay que darle cosas… en eso está el mundo entero… para llenar el vacío de las almas de nuestro tiempo.” (Miguel de Loyola)

El dinero es abstracto, no es real, es solo una firma que se compromete a pagar. ¿A pagar qué? Una cantidad de recursos que no están disponibles en la Naturaleza. No hay suficiente oro para cancelar esos pagarés, ni alimentos ni bienes de consumo. Por obra y gracia del encaje bancario, las instituciones financieras prestan dinero que no tiene respaldo real. Si la gente dejara de confiar en los bancos (retirando sus dineros), éstos quebrarían de inmediato y nos daríamos cuenta de que nuestra riqueza era ilusoria.

Ese mismo efecto multiplicador del dinero impulsa a las economías a producir más bienes de los necesarios. “El dinero lo compra todo”, un dicho popular, va hasta lo inimaginable y permite comprar incluso lo que no existe. En el planeta no hay más lechugas, ni tomates ni metales para las carrocerías de los autos, los recursos naturales no son infinitos. No hay más agua que las reservas de los glaciares y las provenientes de las lluvias. Pero tenemos dinero para comprar el doble o el triple de lo que existe, bajo el supuesto que las fuerzas de la Naturaleza y lo material son infinitas.

La codicia se entiende bien en términos de dólares, de querer tener más dinero para comprar más bienes. El marketing inoculará en tu cerebro que el bienestar será alcanzado cuando tengas otro auto, otra casa, otro plasma. Pero no hay suficientes bienes. Necesariamente, si alguien tiene dos autos, es porque otro no tiene. Tampoco es posible darle un auto a cada uno, los metales no son infinitos. En cierto grado, la envidia es el disparador de la codicia. Para qué necesito dos, tres o cuatro autos, una casa con la piscina más grande: simplemente para ostentar ante el vecino, total, el dinero nos sobra y podemos comprar incluso más allá de las posibilidades reales del planeta.

Esto de pensar en infinitos es patético y cortoplacista. La basura va aumentando en torno a la lógica de que hay infinitos lugares para depositarla. Como es caro reciclarla o alejarla de las ciudades, la acumulamos y vamos llenando nuestro entorno de desperdicios. Total, mi patio está limpio y huele bien. El que tiene menos recursos, no podrá pagar por tener la basura lejos.

Lo que ocurrirá en el largo plazo (ni tan largo) es que tendremos dinero y no bienes para comprar. Existirán montañas de basura y nuestros mares, lagos y ríos estarán contaminados. Para satisfacer este deseo de consumo, los combustibles más baratos terminarán de contaminar los cielos y estaremos enfermos, no solo del cuerpo, también de espíritu, debido a que ya no podremos comprar más cosas para distraernos. ¿Distraernos? Acaso venimos al mundo a jugar, a que dejemos pasar el tiempo hasta que la muerte nos alcance.

En estos años de la modernidad, hemos aprendido a matar el tiempo. Perdimos la facultad de leer, debido a que eso no da dinero. Preferimos comprar más ropa de la necesaria, para perder el tiempo en escoger cosas sin importancia. Tomamos nuestras decisiones pensando que todo es infinito, incluso el tiempo. El hombre moderno es cada vez más ciego, prefiere enterrar la cabeza y no darse cuenta de la realidad. Si ha funcionado hasta aquí, entonces lo hará para siempre.

Lo infinito debiera ser nuestra capacidad de aprender, de ser conscientes, de entregar amor, pero en cambio, cada vez leemos menos, conversamos menos y nos encerramos entre cuatro paredes para interactuar con el computador, no en relaciones reales, sino a través de nuestras mentes cada vez menos educadas, con menores y progresivas posibilidades de expandir nuestra esencia. No cultivamos nuestros pensamientos ni nuestras palabras, menos nuestros actos. El cortoplacismo es una fuerza destructiva que nos empequeñece como seres humanos.