Por Virginia Vidal

Marta no temió ni reverenció los prejuicios de su clase. No temió amar a los despreciados por su clase ni comprometerse con la ideología de los parias. Es cierto: fue una mujer irreverente en la acción política y social, en la vida, en el trabajo, hasta amando sin condiciones a un personaje equívoco. Gracias a su prima Gloria Labarca Vergara de Alvarado y a Cecilia García-Huidobro, decana Facultad de Comunicación y Letras de  la Universidad Diego Portales, es posible leer “Memorias de una mujer irreverente” (Editorial Catalonia) medio siglo después de su publicación.

Entre las mujeres destacadas del siglo XX, una injustamente olvidada es  Marta Vergara (Valparaíso, 1898-Santiago de Chile, 1995). Escritora y periodista brillante,  fue capaz de abrir las ventanas donde Martina Barros Borgoño solo había corrido las cortinas.  Es el caso de una  mujer de la clase privilegiada pero carente de riqueza, mejor dicho pobre de solemnidad que debe ganarse la vida desafiando prejuicios. Trabajó como obrera en  estados Unidos, estudió, militó en el Partido Comunista, ganó becas, se tituló como periodista. No sólo esto: fue capaz de asumir con cerebro y corazón la causa de los pobres del mundo, de repudiar el sectarismo y ser consecuente hasta el fin de su larga vida.

Sus “Memorias de una mujer irreverente” (Zig-Zag, 1962) corresponden al género autobiográfico y son el valiente testimonio de una época y del compromiso político de una de las primeras militantes de izquierda de nuestro país. ¿Por qué irreverente si tal adjetivo se suele aplicar a lo irrespetuoso, blasfemo, desdeñoso, impío, descarado, profano? Nada de esto hallamos en sus páginas. Pero según el origen mismo de la palabra, significa: quien  no guarda un respeto o un temor respetuoso adecuado a algo. Marta no temió ni reverenció los prejuicios de su clase. No temió amar a los despreciados por su clase ni comprometerse con la ideología de los parias. Es cierto, fue una mujer irreverente en la acción política y social, en la vida, en el trabajo, hasta amando sin condiciones a un personaje equívoco.

Se la podría considerar como escritora de la llamada generación del 38. Su obra es tanto más valiosa cuanto escasos investigadores han tratado con seriedad el proceso de participación de la mujer en la vida social. Excepción respetable es Luis Vitale  quien reflexionó sobre la condición de la mujer a lo largo de toda su obra y dedicó una investigación especial a Belén de Sárraga. También debe considerarse el aporte de Sergio Vergara Quiroz con su estudio selección y notas de Cartas de mujeres en Chile 1630-1885 (Editorial Andrés Bello, 1987).

Resulta sorprendente que la notable obra La mujer en el Reyno de Chile (Municipalidad de Santiago, 1980), escrita por sor Imelda Cano, sobre las mujeres de los siglos XVI y XVII, esté borrada de nuestro mapa literario y editorial.

El olvido de Marta Vergara, periodista y escritora de alto vuelo, deviene injusticia. Fue la gran feminista. Fundadora y directora de La Mujer Nueva —apareció entre 1935 y 1941—, órgano oficial del MEMCh, primer periódico chileno que trató las reivindicaciones de todas las mujeres incluyendo a las desposeídas. El  Movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena fue fundado el 11 de mayo de 1931, por la misma Marta Vergara, la abogada Elena Caffarena, Gabriela Mandujano, Felisa Vergara,  María Ramírez, Eulogia Román, Domitila Ulloa y Olga Poblete.

En 1987, Olga Poblete me dijo que Marta Vergara estaba bien de salud, pese a sus años, pero completamente ciega, residente en la casa de reposo el Hogar Israelita. No quería más visitas que las de sus amigas de toda la vida y de su prima Gloria Labarca. Cuando falleció, tal como no tuvo reconocimiento en vida, tampoco hubo homenajes póstumos.

Testimonios de los hermanos Labarca

Gracias a los hermanos Eduardo y Miguel Labarca, pude ubicar a  la prima Gloria Labarca. Eduardo, escritor y periodista, recuerda:

“Marta Vergara era hermana de mi tía Berta Vergara, mujer de mi tío Santiago Labarca Labarca. Tuvo un romance con mi tío Eugenio Labarca Labarca que no prosperó, pues él era gay, como se dice ahora. A ese tío no lo conocí, escribió un par de libros (una novela «Bajo la lente») y murió siendo cónsul de Chile en Le Havre. En sus memorias, Marta lo menciona con nombre y apellido y también como «X». En algún momento, Marta Vergara casó con Marcos Chamudes que se convirtió en un anticomunista furibundo. Ella era mayor que él y de algún modo lo siguió en sus turbias cruzadas políticas. No tengo idea de cuándo murió. El que conoce todas las historias de la familia es mi hermano Miguel, que vive en París […] Me he estado acordando de la Marta Vergara, inteligente, culta, distinguida y… modesta, quizás demasiado. Su gran defecto era […]  Chamudes, al que quería mucho, casi como a un hijo, y lo defendía y le aguantaba todo. Yo era niño en Francia cuando aparecieron por allí. Marcos había entrado a París con las tropas de la liberación, de fotógrafo del ejército de USA (‘cabo del ejército yanqui’ decía Orlando Millas). Era buen fotógrafo, nos quedan montones de fotos que nos sacó, pero se volvió a Chile a hacer periodismo furibundo, no podía vivir sin polémicas y peleas. Era muy entretenido, pero se lo tragaban el afán de protagonismo y quizás las necesidades de dinero. Sin él, posiblemente la Marta habría brillado mucho más: basta leer sus memorias…”

Miguel Labarca, residente en París, recuerda  esa época juvenil, cuando aun sin tener derecho a voto luchaba por Salvador Allende y nos veíamos “en unas  reuniones en un local en Ñuñoa en los  tiempos heroicos  de la campaña del 52 cuando yo terminaba  mis  estudios en el Manuel de  Salas”. Dice: “Marta, por ser hermana de mi  tía Berta (mujer  de  nuestro tío Santiago Labarca) y amiga  de juventud de la familia,  era  como una  tía muy  querida, pero no solo por  el ‘parentesco’ sino por el  encanto, la inteligencia, la originalidad de  su personalidad y sus posiciones tan modernas y  revolucionarias en una mujer  de  su generación y de medio  aristocrático. Nosotros la tratamos mucho en Paris —donde  vivimos del 46 al 49- y pese  a  que  yo era un niño de 12/13 años los  recuerdos son imborrables; podría hablar horas  de  ella. Me acuerdo por  ejemplo que contaba  haber escrito una novela, que perdió en un tren en una maleta extraviada, y  que  había echado unos lagrimones pero después se había olvidado del asunto. También hablaba de  que en Estados Unidos se había empleado en una  fábrica para ver cómo era la  condición obrera de las mujeres en esa gran potencia y que —como era muy audaz— había  exigido que le  dieran una  silla, cosa  que los patrones habían rechazado airadamente. En  esos tiempos de Paris  ella estaba  unida a Chamudes, que aunque ya no era  comunista no se había  convertido en lo que fue después. Marcos era  como un hermano de mi padre. Pero cuando ambos  regresaron a Chile, en los  años 50 me parece, ella diez o quince años mayor que Marcos, seguía  con este marido a  cuestas, y  la presencia de éste la  alejó de la  gente de izquierda por   la evolución política  incomprensible e intolerable del personaje. Entonces en Chile la frecuentamos muy poco y nos  perdimos totalmente  de  vista. Fue algo muy penoso”.

Miguel me contó además que Gloria Alvarado Labarca estaría preparando un libro  con escritos de su tía  abuela Marta, con ilustraciones de Tatiana Álamos, agregando: “Mi prima Gloria Labarca Vergara de  Alvarado (de más  de 80 años…)  la cuidó con abnegación hasta su muerte”.

Marta Vergara consiguió una corresponsalía en Europa  y mandó notables crónicas de arte, teatro, sobre Picasso, el ballet Diaghilev… En una pintó con acierto y agudeza al arrogante  Kerenski de quien cita su frase textual: “le communisme c’est idiot”. Dejó recuerdo imborrable de su amistad y testimonio conmovedor de Henri Barbusse. En este sentido, se la puede comparar con Juan Emar, Álvaro Yáñez, columnista de La Nación, autor de las sustanciosas “Notas de Arte” que trajeron a Chile toda la riqueza de artistas y escritores de los años 1923-1927 (RIL-Dibam, 2003, recopiladas por Patricio Lizama).

Lucha femenina

El MEMCh sirvió de alero para que se desarrollaran y potenciaran diversas organizaciones de mujeres. En poco tiempo creció como un movimiento masivo de gran impacto. Resulta impresionante que las mujeres afiliadas a la FOCh (Federación Obrera de Chile), de norte a sur,  se incorporaran a este movimiento. Surgieron filiales en todo el país: en 1940 ya había 42. Y siguió creciendo. A través de La Mujer Nueva, periódico de alta circulación, es posible apreciar cómo la solidaridad con la República española, atacada por el franquismo, fue una de sus actividades prioritarias. El Memch no sólo luchó por el derecho a voto de las mujeres. Sus planteamientos buscaban igualdad de oportunidades para la mujer: derecho al trabajo, creación de centros de madres y de niños, jardines infantiles, fomento del deporte, mejor atención de salud, hogares colectivos para mujeres solteras o viudas sin hijos, derecho a la educación y la cultura, término de los conventillos y construcción de viviendas populares. También incluían demandas que provocaban urticaria: control de la natalidad, aborto y divorcio. Tuvo claro carácter laico, pero no fue una organización antirreligiosa. Sin embargo, el Memch fue atacado por la jerarquía católica. De acuerdo a las orientaciones vaticanas, la «emancipación» de la mujer era nociva: hacía que la mujer abandonara a los hijos y sus responsabilidades en el hogar, que derivaban de su propia naturaleza. Medio siglo más tarde, una de las fundadoras, la profesora Olga Poblete, explicaba las que a su juicio fueron razones del éxito:

 «El nexo común entre estas mujeres (las militantes del Memch) era su convicción democrática amplia, eminentemente política pero no partidista. Comprendo que cuesta entender esta aparente contradicción, si la manejamos dentro de la malla enajenante en la cual hoy se debaten las ideas. Pero en los años treinta, se percibía claramente la necesidad de construir una barrera potente contra el conservantismo, las fuerzas reaccionarias y su insaciable voracidad de poder y riqueza». Bandera importante del Memch fue la conquista del voto femenino. Existía para las elecciones municipales, pero fue tarea ardua conseguir la plena ciudadanía, que logró, en 1949, un amplio frente de organizaciones femeninas en las cuales el Memch fue fundamental. Seguramente la etapa más fructífera se extendió hasta los años 46-47. Su actuación se vio afectada por la guerra fría y la represión anticomunista del presidente González Videla”.

Alejamiento del PC

Otros factores influyeron. Elena Caffarena, sin ser militante de partido alguno, protestó abiertamente contra el Pacto Molotov-Ribbentrop, firmado entre la URSS y Alemania nazi en agosto de 1939, a pocos días del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Según Marta Vergara este pacto fue una de las peores tragedias de su vida, como el terremoto de 1939.

 Marta  jugó además un papel destacado ante los emisarios de la Internacional enviados a Chile, sobre todo junto a Eudosio Ravines (este personaje es un fenómeno aún no desentrañado en la izquierda chilena). Ella recuerda: “En las primeras reuniones Ravines redujo a escombros la obra de los comunistas chilenos: después la barrió con el cuerpo mismo de los compañeros. Según él, el infantilismo político y las torpezas de esos seudorrevolucionarios, que enarbolando la bandera exclusivista de la clase proletaria habían llevado al Partido Comunista chileno al aislamiento y a los partidos burgueses de izquierda a la derrota o a los brazos derechistas, eran errores de exclusiva responsabilidad de los dirigentes nacionales; la línea equivocada se debía al sectarismo” (Olga Ulianova: Develando un mito: emisarios de la Internacional. Historia N° 41, vol. I, 01-06- 2008: 99-164.ISSN 0073-2435).

 Luego que Marcos Chamudes fue expulsado del PC, Marta Vergara dejó de militar, pero se consideró comunista toda su vida.

El MEMCh se fue agotando, de hecho había desaparecido hacia 1953. No obstante, Elena Caffarena y Olga Poblete no abandonaron la lucha y lo refundaron, siguieron congregando mujeres de todos los sectores, difundiendo un pensamiento que reaparecía, con otras características, casi treinta años después, durante la dictadura.