Por Jorge Núñez Alvarado

En los mercados editoriales de Chile e Italia hace mucho tiempo ha inscripto su impronta el cuentista y narrador Diego Muñoz Valenzuela, quien dueño de una diferenciada gestualidad expresiva, ha sorprendido con la publicación de la novela Flores para cyborg, recientemente editada en la península itálica.

¿Sigue teniendo vigencia la literatura? Tradicional nido de controversias y ansiedades, la narrativa ha conseguido convertirse en un elemento transformador del paisaje no solo por su mera presencia, sino también por sus repercusiones sorprendentes; Diego Muñoz Valenzuela se hace eco de la paradoja beckettiana sobre la imperante necesidad de hablar a pesar de que el lenguaje ya no canaliza la comunicación.

Sísifo, ese ser que la mitología griega condenó a arrastrar una roca cuesta arriba y dejarla caer en un ciclo eterno, fue definido por Albert Camus como paradigma del “héroe absurdo”. En Le Mythe de Sisyphe (El mito de Sísifo, 1942), el autor comparó el castigo que le infligieron los dioses con el suplicio cotidiano del obrero, con la jornada de ocho horas de cualquier trabajador. Camus descubría en ese “proletario de los dioses” un momento de lucidez que se repetía cada vez que alcanzaba la cima. Lo imaginó saboreando un instante de libertad, de triunfo sobre la roca, sobre el destino, al adquirir conciencia de la misión absurda que marcaba sus días. Saber que la esperanza le estaba vedada le daba fuerzas para embarrarse en el fango del absurdo, para encontrar placer en la propia improductividad del esfuerzo.

La galaxia de Gutenberg, lobotomizada por los media, persuadida del sinsentido de los valores morales y sus actos, la constelación de los hipócritas lectores puede encontrar una lógica en el mundo ilógico en el través de la novela Flores para un cyborg.

-Por común o “familiar” que parezca a veces el origen de los parques temáticos que se incluye en su obra, estos se plantean reconocibles y misteriosos para el lector. Parece que no los busca per se, sino que simplemente “llegan” a usted en un determinado momento. ¿Cómo se da con ellos, o, por el contrario, cómo es que esos temas lo encuentran a usted?

-Nunca me propongo escribir con una intención expresa de aquello que quisiera provocar en el lector, excepto interés, acaparar su atención con una historia que lo atrape. No obstante, sé muy bien que la historia que cuento es un pretexto para decir algo que no puedo expresar, mucho menos comprender. Debe existir una suerte de sustancia difusa que escapa al entendimiento de primera línea, un “subterráneo” de significaciones.

De otra parte, me reconozco como un escritor preocupado intensamente por lo social, como producto –en parte– de la época que me correspondió vivir: la adolescencia a fines de los ‘60, las grandes esperanzas de un futuro mejor que iluminaron el camino de la Unidad Popular al efímero poder en 1970, el derrocamiento de Salvador Allende y la larguísima dictadura que sobrevino, para dar paso a una democracia raquítica –aunque democracia al fin– cautelada por la constitución fascista y puesta al servicio del neoliberalismo a ultranza que impera en Chile. 

Siempre me he considerado un ciudadano activo en lo social, atento a los cambios necesarios y posibles, y a las grandes esperanzas que la humanidad suele impulsar. Los grandes temas sociales y humanos  proceden de esta dimensión personal consciente, y constituyen en buena parte los grandes temas de la literatura, representados en aquellas obras inmortales que saben resistir el paso del tiempo. Se dice que la historia de la humanidad es la historia de la literatura.

De ese modo, ocurre que esa clase de temas me encuentran a mí. Vienen por su cuenta, emergen desde capas inconscientes o subconscientes, se infiltran en la historia o la condicionan sin que yo haga considerable esfuerzo. Como escritor me concentro en los asuntos estructurales narrativos. Suelo percibir la presencia de estos temas después que un texto ya ha sido escrito, y no dejo de asombrarme del poder de estos mecanismos subterráneos. Creo que así puede eludirse el maniqueísmo, un mal que me parece execrable en la literatura.

-La obra literaria en sí responde a un proceso fluido que es privado, personal, interno; finalmente, subjetivo, no se trata en absoluto de una operación pública. En tal sentido, ¿a qué aspira usted con la publicación de Flores para un cyborg?

-Esta pregunta tiene tantas respuestas como momentos desde los cuales quiera responderse. Así que me referiré a lo que pensé cuando escribía la novela.

Cuando comencé a escribir Flores para un cyborg pretendía escribir una novela de ciencia ficción moderna, que correspondiera a esa época; me refiero a la primera mitad de los 90. La novela  fue publicó por Random House en 1997, tras ganar –muy sorpresivamente para mí– el Premio Mejores Obras Literarias en 1996. Había un largo silencio de la ciencia ficción en Chile, desde fines de los 60 hasta ese momento (que por cierto posee una tradición interesante, expresada hasta fines de los 60 en la obra de autores como Hugo Correa, Elena Aldunate y Antonio Montero), y me agradaba la idea de romperlo. Así ocurrió. No es poca cosa  que una novela de ciencia ficción –subgénero considerado como menor igual que otros– gane un concurso nacional compitiendo contra toda clase de obras, en un escenario de mucha producción muy variada y de calidad.

Luego, al revisarla antes de que fuera a imprenta, percibí la fuerte carga de los asuntos sociales que estaba en la columna vertebral de la novela. Es una novela de ciencia ficción, porque toma un tema central de ella, que a su vez proviene de la literatura fantástica más remota: la creación por el hombre de una mente artificial, un robot, un golem, un homúnculo. Aquí hay un sustrato sobre el cual se erige la obra: un conjunto de conocimientos científicos sobre el cual hay una fuerte discusión en la actualidad.

Es una novela negra, porque muestra los poderes que dominan nuestra sociedad, revelando sus fuentes más oscuras, aquellas que no se ven a simple vista y que los media no revelan a menos que se vean obligados a ello. Trama, personajes, sustancia, se aproximan a los códigos del neopolicial latinoamericano.

Y es una novela social, porque indaga en los asuntos centrales que han estremecido nuestra nación desde los 60, por más de medio siglo, y no deja de asombrarme la vigencia que muestra en estos días. Es más, me parece que está mucho más vigente ahora que antes, al menos en  sus problemáticas de referencia principales.

El paisaje de las ideas

-Los escritores siempre surgen cuando han tenido algo ante lo que responder. Antes eran los académicos, luego las revistas y ahora son más bien los videojuegos, internet y twitter. ¿De qué manera responde su novela acerca de un cyborg?

-Pienso que responde desde su estructura paródica. En la novela no se pretende lograr una reproducción de la realidad, sino que  con una intención irónica, humorística, para entregar una visión transgresora. La exageración humorística permite golpear la realidad en sus puntos flacos, mostrarlos, revelarlos al lector, aun cuando este consiga entretenerse, disfrute la acción y el texto mismo, porque gusta del original que se parodia: el héroe indestructible, la lucha entre el bien y el mal, los estereotipos sociales que gobiernan las novelas, el cine y la televisión.  La respuesta se entrega desde los códigos parodiados.

El cyborg puede interpretarse como una metáfora del ser humano actual, cuya existencia ya no se concibe fuera del hiperespacio de las comunicaciones y la informática, siempre conectado a través de los diversos aparatos  que lo acompañan a todo lugar y en todo momento. Que los artefactos estén fuera de su cuerpo no hace diferencia: es un cyborg (somos) desde un punto de vista funcional. La novela establece, quizás, que hay una posibilidad para nosotros, la lucidez está al alcance de la mano, podemos erigirnos en dueños de nuestro propio destino.

-En su novela, Flores para un cyborg, el flujo de lenguaje es ameno, las palabras son mostradas como cosas. ¿Cree que funcionan los nuevos montajes lingüísticos entre su universo de lectores?

-Cada vez que puedo hablar con un lector para recoger sus impresiones, lo hago. Ojalá pudiera hablar con cada cual, pero todos han coincidido en manifestar que la lectura se les ha hecho fácil, amena. Muchos han dicho que no pudieron soltar el libro hasta terminarlo.  En este sentido, el montaje estaría funcionando.

Podría decirse que ha sido “consumido”, disfrutado. Ese es un mérito. Ahora bien, ¿hasta qué punto habrá sido asimilado, digerido, interpretado? ¿Hasta qué punto habrá conducido a reflexiones más allá de la trama? ¡Cómo saberlo! ¡Qué misterio! Añadiendo que cada lectura es tan diferente como diverso es cada lector. Un enigma maravilloso.

-La búsqueda de la verdad con nuevos lenguajes, ¿es todavía verbal?

-Me resulta imposible imaginar una búsqueda de la verdad que no se afinque en lo verbal, en el lenguaje. Lo que sí es claro es que el lenguaje debe ser actualizado; de alguna manera debe hacer referencia al mundo contemporáneo, y específicamente a la tecnología, que es omnipresente.

El lenguaje nos hizo humanos, ser lo que somos. Desprenderse de lo verbal sería renunciar a la propia humanidad. Me parece inaceptable. O más bien monstruoso.

 

Intersticios reticulares

-¿De qué manera su obra analógico-literaria acaba imponiéndose sobre cualquier otro aspecto potencial del descubrimiento del lenguaje literario?

-En esta novela, el lenguaje (no significa esto que esté menos cuidado, incluso es necesaria una mayor supervigilancia) se supedita a la trama, obedece a ella, debe facilitar su flujo y debe soportar la estructura tecno-científica (propia de una novela de ciencia ficción “dura”, es decir, con sustento científico relevante), sin permitir que esta se convierta en un ladrillo molesto. Quizás desde este punto de vista haya descubrimiento, al utilizar ciertas dosis de  lenguaje  con una carga tecnológica (que por lo demás, a estas alturas está omnipresente, y cada día con mayor fuerza).

De otra parte, en las capas subterráneas de la trama, reside otra capa de significados: problemáticas, intuiciones, sentimientos; cuestiones que no están dichas per se, sino que pueden desprenderse o deducirse a partir del texto. Y no es que el escritor se lo haya propuesto: solo ocurrió y seguirá ocurriendo con cada lectura y cada lector. Lo noto porque suelen hacerme preguntas que jamás me formulé, y que me ponen en dificultades severas para intentar responderlas.

-El pánico literario puede estar relacionado con la necesidad de reconocer las obras literarias “auténticas”, y de dotar a la producción literaria de una “misión”. Es, a su vez, indicativo de cierto miedo hacia lo “decorativo” y lo “absurdo”. Creo que su obra Flores para un cyborg apunta sistemática y lúdicamente a ninguna de estas dos categorías. Se relaciona también con la realidad política de una manera muy apabullante, planteando casi bromas extremas. ¿Se trata de una forma de vincularse o acercarse? O quizá esté usted en completo desacuerdo con esta descripción.

-Esta pregunta me obliga a realizar una elaboración retrospectiva, a retrotraerme al momento de la escritura de la novela. Al tomar la decisión de escribir una novela de ciencia ficción, un factor de gran peso fue el desafío de renovar (actualizar) un género por el que experimenté gran entusiasmo a mediados y fines de los 60. Esto es, actualizar, dar nueva vida. Quizás, inconscientemente, deseaba acabar  con ese largo paréntesis que tuvo inmersa la ciencia ficción por casi tres décadas (y finalmente, esto ocurrió, se interrumpió ese silencio con la publicación de la novela, el premio y los comentarios sobre la obra).

Otro factor gravitante en mi decisión fue la elección del núcleo científico base: la Inteligencia Artificial. Esto es muy importante para una novela de ciencia ficción “dura”.

Pero surgió un tercer desafío: conectar la trama de la novela con nuestra historia política contingente, abordar las enormes consecuencias de la dictadura en nuestra sociedad.

El cuarto factor era lograr una trama ágil, entretenida, ojalá vertiginosa. Con elementos de la novela negra.

Así, a partir de estos cuatro elementos estructurantes, asumí la escritura de Flores para un cyborg. Muchas veces la suspendí, agobiado por la sensación de estar escribiendo una historia destinada únicamente a entretener. Otras tantas veces (aquí adquiere relevancia la relación con el mito de Sísifo) reemprendí el trabajo, hasta terminarlo. Aun así, terminada la novela, prevaleció este temor.

En un arranque de osadía envié el original al concurso Mejores Obras Literarias del Consejo Nacional del Libro. Y unos meses después me llevé la gran sorpresa: había sido premiada. En muy breve plazo la publicó Random House Mondadori y se agotó rápidamente, pero no se reimprimió.

La crítica la acogió positivamente en general, con algunos (pocos) reparos que apuntaban a su duro punto de vista político. De otra parte, el tono de las menciones críticas y de prensa se concentró en la temática de ciencia ficción, más que en la referencia a lo social (con honrosas excepciones).  Ahí sospeché –por los reclamos y por la elusión– que era posible que hubiera logrado practicar una incisión en nuestra historia desde la literatura y en especial desde esta extraña confluencia de géneros y pretensiones.

Flores para un cyborg se publicó por primera vez en 1997 (Random House Mondadori), se reeditó en 2003 (RIL Editores) y en 2011 (Simplemente Editores) junto con su secuela Las criaturas del cyborg. También se publicó en España en 2008 (Eda Libros) y en Italia en 2013 (Atmosphere Libri)

Así las cosas, la novela se mueve en un interregno entre las categorías mencionadas (la literatura de misión y la de entretenimiento, por así llamarlas). El distanciamiento de la realidad (y, paradójicamente, la aproximación a ella) se logra a través de la parodia, el absurdo y la sátira. 

Flores para un cyborg siente predilección por un lenguaje al límite, que se regodea en la riqueza y exuberancia verbal además de una profundidad abierta, y en esa inclinación se puede reconocer la lucha por un decir (tono) que no se subordine a lo dicho (escrito)…

-Ir más allá de lo dicho es una intención, o aspiración, expresa de esta novela. Consideré que el lenguaje debía estar al servicio de la trama y su textura paródica-satírico-tecnológica. Si de aquel intento resultó lo que usted declara como “lenguaje al límite” o que advierta “riqueza y exuberancia verbal”, eso me sorprende (y por cierto, me agrada).

-Su novela es un compendio de estrategias de desalienación y libertad, que el lector huya de la fantasía organizada según los códigos de la “administración establecida”. ¿Desea usted llevar al lector a una zona de riesgo, en algún lindero posible donde se puedan atisbar cosas preocupantes?

Como he dicho antes, mi principal interés (aunque no tuviera claro cómo realizarlo y que haya sido el resultado de un proceso subconsciente) era provocar un desacomodo en el lector. Logrado el objetivo de atraer su atención  y entretenerlo con una historia cargada de acción y fantasía, mi aspiración era poner de relieve un conjunto de fenómenos que permanecen “hundidos”, no reconocidos, ignorados, evitados, posiblemente con la intención (deliberada o inconsciente) de evitar quiebres que amenacen la estabilidad social.

 

El punctum en ristre

-¿Qué autores han ejercido una influencia notable en su vida y en su producción?, ¿Qué autores ejercerían influencia en su obra?

Mis fuentes de influencia son tan variadas como mis lecturas; seguramente algunas más reconocidas que otras. Me precio de ser un buen conocedor de la literatura chilena y de ahí proceden muchas raíces. Aprovecho de destacar a grandes narradores chilenos como Manuel Rojas y Francisco Coloane, cabezas de serie de una maravillosa pléyade de autores en su mayoría olvidados por quienes creen que la literatura comenzó recién.

También de la literatura latinoamericana, tan vigorosa y multiforme: Quiroga, Rulfo, Borges, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Bioy Casares, entre tantos otros. Qué decir de ese infinito abanico de posibilidades de la literatura norteamericana, partiendo por gigantes como Poe, Hawthorne, Melville, Bierce para llegar a Faulkner, Salinger, Hemingway, Fitzgerald, Mailer, Hammett, Chandler, Bukowski, Bradbury y un séquito enorme.

O influencias procedentes de Europa tan decisivas y diversas como Chéjov, Gógol, Kafka, Böll, Joyce, Marsé, Eco, Grass, Tabbucchi, Vásquez Montalbán, Mankell. Habría que agregar muchos cientos de autores a esta lista excelsa, donde faltan los poetas.

El mínimo común denominador de estos autores es su enorme respeto por los valores más altos de la humanidad: libertad, solidaridad, justicia, lealtad. Creo que cualquier escritor de oficio que desarrolle una literatura asentada en estos valores podrá ejercer una influencia sobre mí.

-¿Qué autores no influirían en usted?

-Aquellos que de una u otra forma desprecien la esencia más valiosa de la humanidad, no indaguen en la profundidad infinita de los pilares esenciales que justifican –a mi modo de ver–  nuestra existencia: la búsqueda de la libertad y la justicia, la solidaridad como respuesta ante el individualismo y la opresión, la persistencia  de una esperanza de construir un mundo mejor, más allá de las negativas señales que ofrece nuestra sociedad actual.

-Cree que la actual crisis de lectura entre la juventud, ¿es positiva?

-Imagino que partimos de la tesis que establece que en nuestra sociedad moderna se lee menos. Yo no estoy tan de acuerdo con eso, porque creo que la lectura siempre ha estado enfocada en una elite. Creo que se lee más. La pregunta es qué se lee y para qué. Y dónde. Se lee mucho en máquinas (computadores, teléfonos, e-books) y puede leerse mucha basura, pero también mucha literatura maravillosa.

También surge la dificultad de competir por el tiempo libre del lector, ya muy poco desocupado gracias al ritmo de la vida moderna. De otra parte, también hay que tener en cuenta la enorme y amplia disponibilidad de formas de entretención que viven en la red: música, películas, páginas web, repositorios de libros, revistas electrónica, etc.  Si algo no te gusta, vas a otra cosa y punto. No hay tiempo para desperdiciar.

Esto significa que, con suerte, tenemos unos pocos segundos o minutos para captar la atención de un lector. Si fracasamos en ese breve periodo, no tendremos una segunda chance. Esa puede ser una gran oportunidad para un escritor, acaso sabe aprovecharla bien y hacer los cambios necesarios.

-Finalmente, ¿le parece que en la actualidad los escritores son no eruditos?

-Nadie puede ser erudito en nuestro tiempo. El conocimiento se ha multiplicado a niveles gigantescos, desconocidos en la historia humana. Todavía en el Renacimiento era posible encontrar a grandes sabios universales –auténticos portentos– como Leonardo da Vinci.

Excluida la posibilidad de la erudición, no es fácil hablar de categorías generales. Hay escritores que parecen escribir desde el desconocimiento, por no decir desde la ignorancia. Y otros que muestran concienzuda sabiduría en los temas que tratan, donde tienen fortalezas. El escritor puede escoger el campo sobre el cual escribe: ahí podemos pedirle una erudición parcial, que escriba a partir del dominio de un saber, sin recurrir –ojalá– a ello de manera explícita ni lata, so riesgo de aburrir a un lector que tiene muchas otras opciones para entretenerse.

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Jorge Núñez Alvarado (1963), Periodista licenciado en literatura. Ha sido colaborador de El Mercurio, escrito sobre arte, arquitectura y diseño industrial; ha publicado los poemarios «Luna Frustrada» y «Presunta Palabra».  Actualmente cursa la carrera de Derecho.