Por José O. Paredes
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Para dónde voy con todo esto, me digo. Para que no haya olvido; tampoco en mí. Es mi tarea. Si olvidamos, volverá a ‘repetirse la historia’. Y será más trágica. Y cómo lo fue, aún lo es. Qué lejos estamos de la catarsis. El día a día no conduce a nada, tampoco echar a un lado lo que ensucia. Nos llevará a otro abismo si no hacemos lo correcto. La tragedia sigue viva en miles. Y qué pocos son los que recuerdan.
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Serás la misma de hace unos años, me pregunto cuando entro en tus recuerdos. ¿Seguirás tan libre como lo fuiste aquella noche?: Qué manera de entrar en cada uno tuvimos. El vino hizo su parte, la música lo otro, y la poesía el resto. Eras como la de ayer: ¿te acuerdas de la mujer que fuiste? La del bosque. Iba tras el amado, tras el vino y su mirra y las palabras que volaban con fervor desde tu boca. Oh la suavidad de tus manos, cómo acariciaban el marfil de las teclas del piano. Te acordarás de aquella noche que no fue eterna porque así lo quiso el albur, o el súper yo. Nunca sabré cómo supe que eras el amor. Y lo dejamos ir, ni un beso siquiera; sin el sabor a ti me dormí esa noche, pensándote. Qué manera de sentir la vibración de tus manos en las mías, tu olorosa cabellera. Aún te busco. Todavía vives en mí; tu voz, tu cariño, tus labios finos y el gracejo de tu joven cuerpo. Qué cuello, que fragancia, qué fervor vivía en tu corazón, en tus ojos encendidos. Eras pasión sin límites y te entregaste al fervor del vino, a la esencia del vivir, al poema: tú. ¡Qué goliarda eres, efímera amada en esa noche del invierno!
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El cuerpo estaba ahí, sobre el cemento en medio de la noche. Sin última gota de su sangre se veía. Qué le habrá pasado; tan solo en ese inmenso silencio. La eternidad no existía en sus ojos, tampoco en su piel que se volvía azul. Quién sería; fueron tantos los que aparecieron así en medio de la nada. En las ciudades, en las playas, en los ventisqueros. Tan solos en ese nicho, entre el cielo y esas piedras. Vuelvo a esos lugares y algo hay de ellos, de los desaparecidos ajusticiados con una segunda muerte. Y la vida sigue. Y la muerte sigue viva en el silencio, en el olvido, en la música del silencio, viniendo desde el ruido de éste. La lámpara de aceite no deja de alumbrarme al menos en mi sueño. Qué solos quedamos sin ellos; qué huérfanos estamos sin esos hermosos amados.
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Un silencio de árbol cargo en mí, como si fuera un pañuelo despidiéndose. Y no hay nada en medio de esas casas pintadas por el polvo. Es un páramo lo que veo; estoy en medio de ese polvo que seré en su día. No quiero olvidar, por eso me hablo a mí mismo; musito la balada aprendida de mis abuelos, los que tuve y los que no. Hace tanto tiempo de esas canciones; de qué pasado habrán sido. Ahora me llega un canto lejano. Veo a la madre, a la hija enfrentadas al abismo. No dejarán de buscar Malva, María Luisa; tantas son las que buscan al hijo, al padre, al hermano, al novio. De sus abrazos los arrancaron y nunca más volvieron a estar en el almuerzo, en la sala de clases. No hay música que acompañe, apenas el himno de los trabajadores. Qué hermoso sueño del profeta que escribió la más hermosa escritura: El cántico de los justos. Su descubrimiento sigue vivo y señalando el camino. Todas sus palabras llevan a comunión. Su ‘Manifiesto de los Justos’ es una verdad y un propósito que no mueve a engaño.
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Es así el penar, con pasos de viejos. Y el libar, preguntas. Es con pasos de sueños, respondo. Soñaba contigo antes de conocerte; tienes todo para ser el altar. Sonríes. No lo crees. Es buena cosa, no eres crédula; tampoco yo. Nunca hice ídolos, menos cuando te buscaba con un deseo que no sabía explicar. Sabía que así no tenía que ser el mundo. Ni ancho ni ajeno; ni de arriba ni de abajo. Por pura intuición. Quise salir de esa horma y nos salió caro aventurarnos. Cómo te amé, cómo te amo todavía mujer sin nombre. Qué hermosa te veías corriendo por la playa. Por Pucatrihue fue que te vi, cerca del mar silvestre. Mirabas hacia mar adentro, buscando en el horizonte el regreso de los pescadores. Con tu pañuelo al aire me llamabas. Corrí hacia ti, eras inalcanzable.
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Todavía lo eres. Quién sabe dónde estás; yo no lo sé. Seguro que no eres la misma; muchos años han pasado. Demasiados, como tanta agua y tantos sueños bajo los puentes. Qué habrás hecho después que desaparecí. Lo que todas me respondo, cuando un amor desaparece. No solo de la vista, también del recuerdo. No sé de qué más. Del paisaje del que se fue sin decir adiós. No es correcto irse sin decir al menos ‘agua va’, sinsiquieraextender la mano a la amada, alzar al cielo el brazo del adiós. Probablemente uno no sabe que es un final. Lo fue y no, quise volver pero me contuve: las cartas ya estaban echadas, para qué cambiar el curso de las cosas. Más de una vez te he recordado todo este tiempo y ahora, en que estoy en otra edad tal vez haciendo el recuento de una vida que no alcancé a vivir a plenitud, la de ese entonces, te hablo de nuevo. Era tan pájaro, tan de abandonar a los que quise, a las que me amaron. ¿Te acordarás de mí cuando caminas por la orilla del Llollelhue, en medio de la alameda de álamos? Tal vez no tiene sentido mi pregunta en este lejano tiempo. El asunto es que no todo es ‘todo pasa y nada queda’; ese adagio no tiene vuelo en mí; por ello será que peno tanto, casi como si fuese un ‘flaneur’.
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Hay silencio afuera de mi casa, por suerte no es silencio de muerte. Busco en mí el sabor de tus labios y como que lo siento en los míos. Dónde estarás. Parece que ayer nomás caminábamos por el bosque. El ayer vuelve aunque no lo busque, de hace no mucho. Debe ser un anuncio y sigo sin darle mayor peso a ese pensamiento. Vivíamos un presente que era sin prisa; otro tiempo, otra atmósfera. Qué suavidad tenías, qué donaire. Y yo a tu lado, feliz; dejaba que las horas siguieran como si nada pasara. Y mucho pasaba, pero no sabía explicármelo. Necesitaba el aire que respirabas. Y cómo me hacías falta cuando no venías a nuestro encuentro. No me di cuenta cómo desaparecimos el uno del otro. Eran tiempos de encierro, aquellos; por largos años vivimos bajo el pie de los injustos.
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No sé cuándo aprendí que nada dura para siempre. Sería ahora o cuando vi morir a mi primer amigo. Muchos de los míos murieron más tarde en mi vida. Pero esa primera muerte de la que fui testigo, vuelve a veces a mi memoria. Tendríamos cinco años, no creo que más. Él quedó con esa edad; yo con la visión de su sangre saltando, pequeñita, adentro de su boca. Jugábamos juntos esa media mañana. Y cada cual en su mundo. Cuando volví del llamado de mi abuela, mi amigo estaba yéndose del mundo. Parecía un pajarillo que le faltaba el aire, muriéndose después de la bala del cazador que no lo mató de inmediato. No sólo se le iba el aire, no sabía yo que se le iba la vida. Un camión que retrocedía le pasó por encima; por eso se moría como un pajarillo indemne después del plomo que lo atravesó. Ah, el olor de las flores llega a mi escritorio desde donde vuelvo a escribir, a recordar, esa muerte de un inocente de apenas cinco años.
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A orillas del Rahue me pasó el primer susto de mi vida; mayor del que tuve al nacer. No recuerdo ese pasaje; seguro que debe ser de miedo. Y quién le ordena a uno salir de ese paraíso; al menos alguien debiera a uno prepararlo para salir a la luz, ¡a ese deslumbramiento! Qué le vamos a hacer, no es así la cosa. Me estoy desviando del punto de la narración. Si mi memoria no me engaña, o la del otro que recupera esta historia, el incidente sucedió un día domingo a media mañana para ser exactos. Caminábamos juntos por la orilla del río un tío, del que no recuerdo su nombre, y mi madre, a lo mejor. A lo mejor era otra mujer, la mía no vivía con nosotros, mucho después la reconocí como tal. No viene al caso. Vamos al punto, entonces. No hay uno solo, sería muy fácil si hubiera una sola fuente cuando se escribe la historia. El río Rahue tiene mucha corriente, y en esa parte era muy bravo. De súbito, no sé cómo ni en qué momento caí al agua y salí de ella. No por mi propia cuenta, sí lo sería mi caída. Mi tío me habrá visto caer y reaccionó como un rayo. Por eso estoy contando la noticia. Hace muchos años fue ese suceso que cambió mi historia y por eso la escribo ahora que tanta agua ha pasado bajo mi vida; aunque no tenga importancia, menos ahora, ni nadie más la recuerde.
20
Es una historia conocida, dice el bardo, ‘todos la conocemos’. No es para tanto, la gente no tiene buena memoria. Olvida mucho; será para no sufrir. Por eso la historia se repite, piensan algunos, o los que especulan con esas cosas. Desde cuándo la historia se viene repitiendo, me digo. Desde que el ser es ser, o desde ahora. Puede haber una respuesta, o múltiples. Algunas osadas, otras sin sentido. Depende de quién la escriba, o la imagine. La historia ‘oficial’ es una cosa, la que no tiene oficio es otra. Lo que sobrevive pasó el cedazo, como el agua de las vertientes. Aunque toda novela sea purificada, nunca reemplazará la pureza de esa agua que sana a los sedientos desde tiempos inmemoriales. Ésa es la historia que cuenta, no la que tergiversa el escriba, o ‘pensador’ de turno.
Silver Spring, Santiago 2013
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.