Por Edmundo Moure
Raíz del tiempo, mi padre/quedó tendido detrás, /en un mesón desgastado,/en el negocio del pan…/ Mi madre hacía de dueña / de su propia libertad…
Nelson Schwenke
Me llamaste por teléfono, aquella fría mañana de junio, con la voz quebrada por la pena. La noticia era terrible, como cuchillo aleve que atravesara el tiempo, desde aquellos días entrañables de Valdivia, en el lluvioso Sur de Chile, comarca que hizo germinar tus sueños de amor, creación y libertad.
El trovador Nelson Schwenke vio la cara de la muerte el jueves 22 de junio de 2012, mientras caminaba por calle Lyon, hacia el norte, quizá abstraído en la inquietud de sus pensamientos musicales y poéticos. Nunca lo sabremos con certeza. Tenía cincuenta y cuatro años de edad y treinta y siete de actividad musical, junto a su camarada y amigo, Marcelo Nilo, constituyendo ambos un alegórico dúo del Canto Nuevo, nacido en los ámbitos de la Universidad Austral de Valdivia, donde Schwenke eligió la carrera de antropología, mientras Nilo se iniciaba en los estudios musicales. Días difíciles, a finales de los 70’, cuando la garra de la dictadura militar se enseñoreaba sobre la patria y artistas y creadores vivían bajo permanente sospecha.
Tú cursabas entonces el primer año de Filosofía, con el maestro Jorge Millas, cuando Nelson y Marcelo llegaron a la universidad, bisoños y fogosos estudiantes, músicos en ciernes, que te buscaron como seguro referente, pues ya cantabas, acompañada de la guitarra, en los abigarrados encuentros estudiantiles que servían para unir voluntades y convocar a la coartada esperanza. Supongo que ellos se encantaron contigo, al escucharte interpretar las canciones de Paco Ibáñez y de Serrat, de Violeta y de Víctor Jara.
En casa, aquella tarde aciaga del accidente, me contaste detalles del trágico suceso, que la prensa comenzaba a escribir, más con la motivación del morbo sensacionalista que con la de hacer justicia al notable cantautor, quien, junto a su inseparable amigo Marcelo, construyeran una historia luminosa en la canción popular chilena, lejos de la fanfarria hueca de los adulones faranduleros, que la dictadura promovía y destacaba en los medios de comunicación, durante dos décadas, en espectáculos de “la noche de piedra”.
Nelson, nuestro querido y destacado músico, valdiviano y universal, había concurrido, aquella tarde del jueves trágico, a visitar a su amiga chilota, Soledad Guarda, recluida en su casa de Santiago, bajo tratamiento médico. Hablaron de la reciente gira por Europa y de otros tópicos afines. Nelson decidió salir, debido a cierta imperiosa diligencia pendiente, tal vez emulando a César Vallejo: “Será un jueves/ y no me corro…”, prometiendo regresar en un momento… Pero la cita inevitable era con la muerte.
Entre los centenares de personas que concurrieron a rendir el último adiós multitudinario a tu amigo Nelson, nuestro hijo mayor, José María, hizo cantar su gaita gallega para despedirlo, con ese hilo conductor y misterioso de las notas que se engarzan en una sola melodía, pulsada desde tiempos inmemoriales y que artistas de todas las épocas contribuyen a su necesaria y maravillosa continuidad, renovándola en las llamas del Arte. También acudieron muchos cantantes anónimos, con sus guitarras, para interpretar, en el sencillo y hondo homenaje de Plaza Brasil, las canciones que transformaron a Schwenke y Nilo en el mejor dúo del Canto Nuevo.
Tú, Marisol, no sueles ser muy nostálgica ni evocadora; como reflexiva filósofa, asumes que el pretérito cumplió para ti su tarea en lógica sucesión, y esa plenitud no se recupera con la simple remembranza, como creemos a veces los poetas. Pero el impacto de la muerte prematura de Nelson te hizo remontar el río del tiempo hasta la época estudiantil de Valdivia, y encontraste viejas fotografías; entre ellas, la imagen en blanco y negro de una marcha en que los estudiantes clamaban por la reposición en su cargo del defenestrado filósofo y maestro, Jorge Millas.
Anoche, veintinueve de junio, a un año del último viaje de Nelson Schwenke, asistimos al recital en su memoria, organizado en el teatro municipal de La Reina por Marcelo Nilo y su grupo musical, Schwenke & Nilo. Fue una velada extraordinaria, que inició el notable músico brasileño Sergio Boré, eximio percusionista, director del grupo Tambores Urbanos, secundado por su compañera, Pilar Benítez, quien fuera también amiga entrañable de Nelson y de Marcelo, y acogiera al dúo itinerante en su casa de Alemania, en tiempos de exilio y duro desarraigo.
Marcelo Nilo fue el cálido y emocionado huésped del encuentro. Supo matizar los momentos de tensión evocadora, haciendo gala de chispeante y fino humor. Y tú me dijiste que eso no era habitual en él, siendo muy probable que Nelson hablase por su boca, como una de esas enigmáticas señales de contactos que nos cuesta entender.
Las anécdotas que Marcelo narraba, como hábil presentador, te hicieron reír y llorar, como a la mayoría de los asistentes. Aquella historia de Ángelo, el “ángel” súbitamente aparecido con el retrato de Nelson, imagen que presidió el velatorio en Plaza Brasil, caló en todos nosotros.
Pero tú estabas junto a mí, y el calor de tus manos era la dádiva que yo recibía en el fluir de las épocas que hemos podido unir en un solo tiempo: el tuyo y el mío, el de nuestros hijos, José María y Sol. Tu nombre brotó, de labios de Marcelo Nilo, en sílabas de agradecida amistad.
Al término de la extensa jornada musical, en la casa de la cultura de La Reina, lapso que pasó como el leve aleteo de las gaviotas del Calle Calle, bajo las imágenes lluviosas de la Región de los Ríos, con la presencia de Nelson Schwenke, a través de su figura y de su canto inolvidables, que eran proyectados detrás de Marcelo y su guitarra, como evocador telón de fondo, subieron al escenario sus hijos, Tomás y Simón, acompañados del menor de los Nilo, y nos regalaron tres de las mejores canciones del dúo. Nelson renacía, a través del canto y la guitarra de sus herederos, como en los mejores momentos de su pequeña patria sureña.
Yo iba a darte hoy un recado, amada, pero luego de mis palabras escritas, surgidas desde la emoción que sigue vibrando en la mañana de este domingo de junio, cuando vuelvo a escuchar las canciones de ayer, en ese hermoso testimonio del DVD “30 Años, SCHWENKE & NILO, Registros de un viaje”, lo único que me cabe decir es que la muerte puede ser conjurada, siempre que abras la ventana de nuestra habitación y tu mirada vuele hacia el Sur, donde nació el canto que recordamos en el ritual sonoro de los días, el que revives cuando acaricias la guitarra y cantas para mí y para todos: “Y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.
Junio 30, 2013
En la foto: Marcelo Nilo, Marisol Moreno, Nelson Schwenke, Eduardo Peralta
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…