Por Omar Lara

Un amigo, uno de los intelectuales más lúcidos de nuestro país y que fuera presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, solía decir: “esta dictadura es para morirse de la risa, el problema  es que mata”. No decía “morirse”, decía una palabra que empieza con “c”. Mata, tortura, desaparece, exilia, exonera.

Exonerado. La palabrita de moda. Uno de los personajes de la ¿campaña? fue el domingo un Sr. Serpi, Celpa. Entrevistado por un canal de TV se presentó como presidente de los exonerados. ¿Quién lo eligió presidente? En fin, no importa, si él lo dice. Hablaba muy confusamente, a trastabillones, por más que el periodista lo incitaba sagazmente y le daba “pases” precisos. Pero no aclaró, ni comentaron, y me pregunto si alguien lo ha hecho: y estos exonerados ¿de dónde salieron? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? 

Los arbolitos no dejan ver el bosque. Pero hay una historia, y esa historia habla de un tiempo tenebroso, aciago, vergonzante,  cruel, en que la exoneración, es cierto, no era lo más trágico que nos sucedía. No. Sucedía también el asesinato, la tortura, las violaciones, los allanamientos a la sagrada propiedad privada, la destrucción y  robo de nuestro patrimonio que, para los  “encapuchados” que los perpetraban no eran ni sagrados ni patrimonios ni nada. En las casas saqueadas había niños, en los cuarteles y cárceles había niños, muchos de los cuales  se veían obligados a presenciar el martirio de sus mayores. Hablo de niños porque en algunos diarios de hoy aparecen los adalides de la ética pública denunciando que entre los exonerados hay también niños. Cuánto cinismo. Cuánto olvido.

Para no hablar de numerosas detenidas desaparecidas embarazadas y que, como  desaparecidas, nunca más se supo, ni de ellas ni de los niños que llevaban en su vientre. ¿Nos preocupamos de los niños entonces? ¡Qué bueno!

La exoneración dejó a decenas de miles de chilenos en la calle y en la indefensión. Soy uno de ellos, junto a  centenares de empleados, obreros, académicos de la Universidad Austral. Y considero que ni el Estado de Chile ni la Universidad Austral me han compensado por ese “desalojo” brutal del que fui víctima. Los  cien mil pesos y algo más que recibo no lo compensan, para no hablar de otras compensaciones que debería esperar o exigir.

Un candidato presidencial exclama con su mejor tono presidenciable: este abuso  de los exonerados no debe ocurrir nunca más en nuestra patria: ¿se referirá a los abusos de la dictadura,(de la que fue uno de los “regalones”, como dijo la Sra. Lucía Pinochet Hiriart), y de la que mi rector William Thayer fuera un diáfano, comedido y ufano seguidor condenándome a una cesantía de la que sufro hasta hoy?  A eso se referirán los que claman dolientes por la situación de los exonerados?

Sería un gran avance y yo saludo esa sensibilidad que despierta.

Parafraseando a mi amigo, los políticos, hoy, en su gran mayoría, son para morirse de la risa (morirse con “c”). El problema es que ellos conducen el  país.

P.D.: Y a todo esto, Sra. Ministra, ¿qué pasa con los exoneradores?

 

3 de junio de 2013.