Una propuesta cultural: deuda pendiente con el futuro y con el país

por Diego Muñoz Valenzuela

Cultura y desarrollo: un vínculo potente

Cuando en los discursos políticos que forman parte de la campaña electoral de fines de año, campean conceptos como equidad (como opuesto a desigualdad) y crecimiento (entendido como desarrollo económico), algunos echamos de menos –una vez más, tal vez con pertinaz ingenuidad- alguna mención a la palabra cultura.

Nadie podría desconocer la necesidad de seguir creciendo en términos macroeconómicos –ergo, que aumente el Producto Geográfico Bruto- y que en su ascenso, ojalá vertiginoso, arrastre el Ingreso Per Cápita a niveles envidiables dentro de América Latina. No obstante, bien sabemos que la desigualdad en la distribución de la riqueza es un fantasma que empaña esta fiesta del crecimiento.

De otra parte, sabemos también que reestructurar el sistema educacional, tanto para generar bases de equidad y desarrollar al máximo a todos nuestros jóvenes (no solo los de los grupos privilegiados por el reparto de la riqueza), es una tarea clave para cualquier gobierno.

No obstante, no se habla de la imperiosa necesidad de elevar nuestros niveles culturales, porque de ellos dependen –ni más, ni menos- nuestros niveles de conciencia, comprensión del mundo, autonomía intelectual, creatividad, iniciativa, participación y organización social, por mencionar solo algunas de las dimensiones más importantes.

El crecimiento económico está también ligado al nivel de conocimiento y raciocinio de las personas, no solo a factores financieros, estratégicos o de emprendimiento. La cultura, la imaginación, el dominio del lenguaje, la sensibilidad hacia el arte son elementos claves para reemprender una sólida marcha hacia el objetivo de convertirnos en un país desarrollado.

Qué hacer en materia cultural

En los gobiernos democráticos iniciados en 1990, se estableció una superestructura cultural caracterizada en esencia por una política asistencialista: la distribución de recursos públicos mediante concursos de proyectos, donde actúan como evaluadores especialistas de diversas áreas. Esta política convive con la cuasi renuncia del Estado a ejercer algún rol directo en materia de acción cultural, con muy pocas excepciones. Este último punto es el que me motiva a escribir estas líneas, porque tal omisión me parece que daña de modo severo el desarrollo cultural de Chile en los términos antes señalados.

Esta omisión o renuncia a tener un protagonismo cultural, ha llevado, por ejemplo, a la desaparición de La Nación; y antes de la Época o el Fortín Mapocho, baluartes periodísticos en la lucha anti dictatorial y en el ejercicio concreto de la libertad de expresión. De este modo, quedamos sometidos al imperio de los monopolios de la información, que actúan en todos los ámbitos de los medios de comunicación. ¿Cómo puede el Estado chileno contribuir a que la libertad de prensa sea una realidad en Chile? Eso me gustaría escuchar que un candidato lo propugnara como parte de su campaña.

Habría que preguntarse para qué tenemos un canal nacional de televisión que en nada se distingue de los demás canales: ni los contenidos que transmite (muy degradados en su mayoría, infectados por la farándula y la superficialidad), ni en la pluralidad real de los puntos de vista (son siempre más o menos los mismos los que actúan en el núcleo de las pantallas). Para qué seguir. Lo que necesitamos es un canal nacional sin publicidad, eminentemente cultural, pluralista, informativo. Que las principales universidades que merecen el nombre de tales, vuelvan a tener canales de televisión. Me gustaría escuchar un candidato que propusiera esto.

¿Por qué no podríamos tener una Editorial del Estado que permita llevar libros de bajo costo y alta calidad a todos los rincones del país? La necesidad y pertinencia de los textos, la calidad del material (contenido y forma), son variables que pueden ser acordadas por especialistas en educación y en literatura. No es necesario crear una estructura estatal enorme: la producción física podría externalizarse para impulsar el sector editorial privado, acaso fuese la opción más conveniente. 

¿No podrían ser parte de los programas educacionales de todas nuestras escuelas y liceos (y por qué no también las universidades) las visitas de escritores a las aulas? ¿Quién puede transmitir con más entusiasmo la pasión por el dominio del lenguaje que un escritor? Esto ha sido demostrado en múltiples experiencias de contacto directo entre jóvenes estudiantes y escritores. Previamente se motiva a los estudiantes y profesores mediante una lectura pública. Después se trabaja con los profesores para vincular la creación de un grupo de escritores a sus programas, entregándoles materiales y guías de trabajo. LA visita del escritor al curso para conversar en forma directa es el tercer paso. En muchos casos se han realizado talleres de varios meses de duración con los estudiantes más interesados y con habilidades para la escritura.

Asimismo, la eliminación del IVA a los libros que actúen como vehículos de educación y difusión de la cultura y el pensamiento, debiera formar parte de una estrategia integral de desarrollo del país.

Podría agregar otras ideas a este recuento, pero las enunciadas aquí aparecen como buenas y potentes en términos de su impacto potencial para el desarrollo del país. Aquí las dejo, por si generan algún debate. Y sobre todo, por si alguno de los candidatos en campaña quisiera recogerlas para su programa. Estoy cierto que muchos intelectuales y artistas contribuirían con gusto a su implementación.

 

 

Diego Muñoz Valenzuela, escritor. Ha publicado tres novelas y ocho volúmenes de cuentos en Chile. También tiene libros editados en España, Croacia e Italia.  Ha sido incluido en antologías y muestras literarias publicadas en Chile y el extranjero. Cuentos suyos han sido traducidos al croata, francés, italiano, inglés y mapudungun. Distinguido en diversos certámenes literarios, entre ellos el Premio Consejo Nacional del Libro en 1994 y 1996.