«Saint Michel», tránsitos y trashumancias/ de la celda al panóptico, del microrrelato a la micronovela

Por José Luis Fernández

 Al pasar una (h)ojeada inicial sobre este Saint Michel, poco a poco nos vamos incorporando, (sí, también se lee con el cuerpo), a un mundo otro, donde las voces, los cuerpos, los signos y los ritos van delineando un universo propio, singularísimo y paralelo.

“(…) de las estrategias de lo escrito

a las huellas de lo oral

de lo visto a lo oído,

de lo inscrito a lo registrado”

Sobre La feria, de Juan José Arreola,

Julio Ortega en La imaginación crítica

 

0.Intro

 

Se nos invita a adentrarnos en Saint Michel, una fortaleza, una cárcel tan nuestra y un espacio mítico tan otro, tan universal al mismo tiempo. Sin duda, este volumen se nos propone como una incitación a detener nuestra mirada en un espacio físico y simbólico a la vez. En efecto, la cárcel se ha ido prefigurando en nuestra conciencia colectiva desde las férreas demarcaciones de la arquitectura de confinamiento y los más sutiles deslindes fraguados por la cerca del prejuicio y las atávicas fronteras del miedo y el tabú.

 Al pasar una (h)ojeada inicial sobre este Saint Michel, poco a poco nos vamos incorporando, (sí, también se lee con el cuerpo), a un mundo otro, donde las voces, los cuerpos, los signos y los ritos van delineando un universo propio, singularísimo y paralelo. En efecto, la cana impone sus códigos con la fuerza de lo dado, a punta de sometimiento y arbitrio y el libro lo patenta así en cada uno de sus apartados. Una lógica soterrada atraviesa la palabra que confiesa, describe y detalla, que a veces evoca e incluso sueña, pero que sobre todo sabe cuándo callar; distribuye, ordena y estigmatiza los cuerpos que se mueven de acuerdo a jerarquías y trazos preestablecidos que se vuelven soporte y signo para sacralizar sus historias y codificar las faltas inconfesas, instaurándose también como territorios de dominación y tormento; lógica que alcanza, por último, a sables, alimentos y brebajes, iconografía que delinea un campo ritual donde los referentes cobran nuevos sentidos, instaurando una semiología del poder, una suerte de danza macabra cuya coreografía parece sellada en la memoria a sangre y  fuego, donde, sin embargo, de tanto en tanto, los órdenes son desafiados y los actores postulan nuevas investiduras.

1.Oteando a las bambalinas de la escritura

 

Este universo de intramuros, por momentos desnudos y casi siempre insondable, como el punto de caída del arcoíris, o como las inscripciones sobre la piel, (para tomar una referencia más propia del libro), se nos presenta brutal y sugestivo a la vez: se nos desgaja en brevísimos apartados, hoja a hoja, con la vocación de una micronovela hecha de vistazos y fogonazos, enclaves que ponen en movimiento a un lector que por instantes parece avanzar motivado por los derroteros y las peripecias de los personajes y que en otros pasajes parece deslizarse hacia adentro, hacia un adentro de que tanto en tanto se va redefiniendo en la fragilidad de esos seres y sus contornos, algo más allá de las fronteras de la narratividad, hacia los pliegues de la enunciación lírica.

 Aquí la escritura brota, se cose y se cuece: la mirada reconcentrada, la palabra evocada y la intuición fabuladora han macerado un texto que sirve de ojo etnográfico, la memoria inclusiva, la pulsión ficcional y la voluntad constructiva. El resultado es una prosa contraída y lacónica por momentos, desbordada y sugestiva a ratos, que pendulea entre la descripción gélida y la elocuencia parca de lo irrefutable, y la fuerza analógica de imágenes y ritualidades, en una escritura que se desplaza hacia la eroticidad del poema en prosa baudelariano. Aquí el lector es movilizado desde la brutalidad del verismo a la descripción panóptica y fría, cercana a los registros de un minimalismo forense. Sin embargo, hay pasajes donde se cuela el apasionamiento por el propio lenguaje, el documento es traspasado por la pulsión transfigurativa de la palabra y esta resuelve su protagonismo en puentes barrocos de sugestiva intensidad telúrica y radical evanescencia sígnica.

 La prosa resultante es, la mayor parte de las veces, un sintagma en movimiento vibrante y tectónico que nos impacta o conmueve desde la fricción de sus diversas placas. El discurso, movilizado desde el rigor compositivo del microrrelato y el afanoso trabajo de montaje, va dando forma a una historia que se deja traslucir entre líneas y que no se agota en sí misma. El fragmento aspira a contener el todo y la movilidad de los distintos módulos va dando vida a un singular relato, que por momentos nos lleva al diaporama y en otros pasajes nos evoca la poesía callejera, con sus ritmos y sus códigos de pertenencia.

 ¿Que si el libro es una novela? Dejemos eso para otra ocasión… ¿Qué importan las faenas taxonómicas cuando un texto se soporta a sí mismo desde sus oscilaciones e hibridaciones, autentificando su propuesta desde la honestidad de la aventura expresiva?

 Lo importante aquí es por dónde atraviesa esta escritura y la singular poética que lo inspira. El libro se deja leer y se ofrece al lector, como ya se ha insinuado, desde la escritura del fragmento, cuya significación se va componiendo a retazos en una composición que se nutre de lo aleatorio del collage y de los rigores del patchwork.

 Más allá de la poética que conduce la apuesta estética del volumen, el lector se ve interpelado desde lo que lee, lo que imagina y lo que quiere ver. El mundo que se delinea ante su mirada es lo suficientemente “fuerte” como para evitar poner en el centro componentes ideológicos y predisposiciones actitudinales. El vasto arco de nuestros intereses puede ir desde una curiosidad sociológica, una conmiseración paternalista, un espíritu genuinamente revolucionario o una inquietud que no vaya más allá del lente voyeur. Saint Michel tiene densidad y cuerpo propios pero su caleidoscópica arquitectura nos acompaña como la luna en la carretera nocturna, sin abandonarnos desde distintos puntos focales. Así, el lector documentalista encontrará elementos que atestiguan un acabado conocimiento de las dinámicas de interacción social de la vida intracarcelaria; aquel interesado en perspectivas que posibiliten la representación de los sujetos habitualmente visibilizados, apreciará que éstos son reconocidos desde su lugar, ajenos a cualquier manipulación maniquea o panfletaria; el ciudadano, por último y primeramente, tendrá ocasión para explorar cómo nos vinculamos con los sectores más excluidos de nuestra sociedad y cuestionarnos por órdenes sociales que reproducen las lógicas del castigo y el enclaustramiento.

 

2. Saint Michel, ¿quién te atisba, quién te escribe?

 

Hasta acá he intentado dar algunas claves de ingreso a Saint Michel, prefigurando cómo se nos revela este micromundo, habitualmente temido, resistido e invisibilizado. También he procurado entregar algunos lineamientos para vislumbrar desde dónde se articula literariamente este universo ficcional.

 Ahora bien, dada la impronta política del locus de enunciación que concibe este texto, he dejado para el final mi interés por la composición del lugar del proyecto escritural de la autora. A fin de cuentas, sabemos que en este libro hay algo, (y no poco), de la escritora, pero, ¿quién escribe, en definitiva?, ¿cuánto de este mundo se lo debemos a la etnógrafa, cuánto a la ciudadana, cuánto a la simple voyeurista, acaso?…, ¿qué personajes nutren a la escritora y a su nuevo mundo en ciernes? ¿Es la misma la que se entusiasma con un tema o se apasiona con una obsesión que aquella que amasa su materia verbal teniendo a la palabra y/o al lector en el centro de sus perspectivas? ¿En qué momento se cruzan la Gabriela artista y la Gabriela ciudadana, la Gabriela orfebre y la Gabriela entregada al subconsciente, la Gabriela empática y la Gabriela denunciante, la Gabriela de la calle y la Gabriela de gabinete, en suma, la voz política y la voz artística de la enunciación? Desde luego, esto no es un concurso de televisión y nadie aquí pretende que nuestra autora nos entregue una respuesta definitiva para estas interrogantes. Pero bien parece una oportunidad preciosa para invitarla a un diálogo sobre este proyecto, para que ustedes puedan aproximarse a las travesías u orillas que mueven una pasión escritural.

 Con todo, por mi parte solo me cabe agradecer a Gabriela por esta, su última entrega, por invitarme a compartir con ustedes algo sobre su libro, por su audacia expresiva, su esmero de artesana, su convicción narrativa y su “vuelo” de poetista inconfesa. Estoy cierto de que no son pocos los lectores que se lo agradecerán.

 

Noviembre, 2012

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Saint Michel

Gabriela Aguilera

Asterión Ediciones, Santiago de Chile, 2012.