Por Juan Mihovilovich
“Tuvimos sed: bebimos. Quisimos ver: miramos. Llegó el amor: amamos.” (Vida. Pág. 37)
Las paradojas suelen despertarnos, hacen de la vida un espacio de contradicciones, a veces aparentes, a veces reales. Y de pronto nos vemos sacudidos de madrugada, esforzándonos en retomar el mundo de los sueños, mientras la vigilia se esmera en mantenernos despejados, repentinamente lucidos y adentrándonos en la magia onírica de esta poesía auténtica, vital, delicada y vigorosa, a la vez que nostálgica y esperanzadora. Entonces, los versos de Roberto Contreras, esbozados a una edad tempranera cuando todavía la juventud se resiste a abandonar el cuerpo y la adultez se anuncia como parte de lo inevitable, aparecen como sacados de un baúl íntimo, cuya llave sólo es patrimonio de su dueño.
Luego, la invitación es multifacética; la mujer se yergue como el símbolo de la perfección humana, y su origen es propio de lo arcano: “Sin embargo/ no acaba tu figura en el aire/ Tienes aún más vida que las constelaciones…” Y luego, el canto a lo insustituible: … “Porque sin ti no habría creación / mi presencia. / Todo lo forjas tu/ desde lo más pequeño/ hasta la marejada que sepulta el abismo. / Y he allí que no puede –el poeta- sustraerse al temor de no tenerla ni sentirla o de ser el hombre, sencillamente, una suerte de transito necesario en el camino femenino hacia la divinidad: “Tiemblo/ cada vez que duermo a tu costado/sospechando/ no ser más en tu vida/ que un peldaño entre tantos/ de tu ascensión perfecta.”
O bien, el desplazamiento de las interrogantes que son subsumidas en la certeza poética de los principios cósmicos, del planeta que se habita y al que se accede por obra y gracia de una creación inaccesible, pero que se imagina cercana, próxima, a partir de la simple observación de un mundo natural que se eleva ante sí como parte de uno mismo. De ahí que de pronto se cante a ese despertar con una suerte de anticipación análoga al propio desarrollo personal: “La infancia del planeta fue un terrón/ pardo y amargo/ que fue cayendo y fue rodando/ incólume.” Y más tarde enlazar esa evolución desmembrada y cierta con el proceso de consolidación material resumido en estos perfectos y cadenciosos versos: “Lanza de locos montes/ que fue danzando lenta/ en un lento compás indómito y salvaje.” Y el vínculo con el crecimiento individual resulta más adelante inevitable y preciso: “¿Dónde vivió mi infancia?/ Echeñique suena a trenes/ estrepitosos/ duros y solemnes/ a cordillera/ a mar/ a envergadura/ de planeta jaspeado de ciruelas…” Y está la presencia de los árboles que corrían al encuentro del poeta como en “verdes maratones,” y esa presencia resulta el nexo con la historia de la humanidad desde el comienzo de las eras, quizás: “Todo el dolor del mundo está en su cáscara/ su laurel/ su camisa/ sus espaldas.”
Y en Decisión -un poema sencillamente inolvidable- remarcando lo inevitable de las cronologías, la poesía de Contreras se ancla al tictac de un reloj inmóvil que intenta cercenar, que se esfuerza en develar en el espasmo de las horas que todo lo hacen perecedero, pero al tiempo que se anida en sus aspas inmisericordes, vuela y atrapa lo que es atemporal, lo hace suyo, lo moldea, lo estruja y consolida como parte de un ciclo que se asemeja a la eternidad: …Develando el secreto predilecto/ de los minutos presos en el pliegue/ de la infinita esfera marcadora/ sólo podría sentir/ nada más/ sólo podría soñar/ nada más./ Sería el sin fin de las espesas olas./ Yo el recién nacido/ sin muerte a sus espaldas…/ Para concluir con la voz que renueva, acompasada, el retorno de las cosas y los seres: … “Entonces…existir. / Soñar/ Amanecer.”
Y se podría seguir en este itinerario de tonos a media luz que se insinúan como un horizonte que nunca es neutro, hurgando en Búsquedas (pág. 40), por ejemplo; o en el serio juego del encuentro de los géneros que constituye La canción del macho y de la hembra (pág. 41) para terminar con el advenimiento de Premoniciones (pág.49) uno de los dos poemas creados en la madurez del poeta, dedicado a la madre ausente y que fuera el sostén de esta poesía, la unión imprescindible que la hizo cobrar vida.
Una voz lirica que se escucha y lee a partir de una vigilia siempre engañosa, que nos inunda de un misticismo onírico acertadamente vivo, cercano a esos territorios que resultan ambivalentes, que nos envuelven como a regañadientes entre lo que creemos ser y lo que verdaderamente somos: un sueño que vivimos con una mezcla de certidumbre y de asombro.
Y un libro, al fin de cuentas, que nació al amparo de una inspiración joven e inusualmente madura, para convertirse en un texto, sin duda, trascendente, y que hoy merece ser leído.
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Territorio del sueño
Autor: Roberto Contreras
Poesía. 51 págs. Edit. Mosquito. 2000.
Creo que lo disfrutaré, no me cabe duda considerando su origen y quien lo escribe. Cordialmente