“Hombres con cuento. Relatos de escritores chilenos”. Simplemente Editores, 366 páginas.
Por Antonio Rojas Gómez
Veintiocho autores, todos vivos en el momento de la edición, se dan cita en este libro que pretende ofrecer una muestra de la cuentística nacional a estas alturas del siglo XXI.
Lo del presente siglo es un decir, porque muchas de las obras fueron creadas en el siglo pasado. Y lo de que están todos vivos, también. Porque han muerto dos de los autores, los que inauguran el libro, los mayores, pues los relatos están ordenados por la fecha de nacimiento de cada autor. De manera que los que ya no están en el mundo son Franklin Quevedo (1919) y José Miguel Varas (1928). Ahora, los que no están en la antología a pesar de ser cuentistas destacados y permanecer vivos, son numerosos: Jaime Hagel, Jaime Collier, Ramón Díaz Eterovic, Jorge Calvo, Alberto Tamayo, Sergio Gómez, por citar algunos. Sin embargo, la muestra es contundente y abarca hasta las voces emergentes, de escritores nacidos en 1977. De modo que el libro ofrece un panorama interesante de la narrativa chilena masculina de este minuto. Aquí no figuran mujeres; ellas tienen su espacio en otro volumen, al que nos referiremos en una próxima oportunidad.
La primera reflexión que surge de la lectura de esta antología es que el tema de la dictadura pertenece al pasado. Hasta no hace mucho, era insoslayable y acaparaba la atención de todos los narradores. Comprensible, había que sacudirse el peso de una lápida que ahogaba. Pero parece que los escritores están sacando la respiración y abordan otras esferas del quehacer vital. Solo dos de los veintiocho cuentos hablan claramente de la oscuridad dictatorial: “Volando bajo”, de Ariel Dorfman, y “Luz y sombra” de Diego Muñoz Valenzuela. Y no representan las cumbres más altas del libro.
Otros dos cuentos ofrecen una temática casi idéntica, el primer amor de un muchacho por una chica algo más adelantada, digamos, en materia erótica. El que inaugura el volumen, “Clelia Stefans”, de Franklin Quevedo, y “Niña de mano”, de Martín Faunes. El primero es uno de los mejores, un relato bello, tratado con delicadeza, y una prosa cuidada, matizada de imágenes felices. Transcurre en el “verano de Valparaíso, inocente y promisorio como una liceana”. Es el Mes de María y “el padre Marcos predicaba durante todo el mes contra Voltaire”. Pero los muchachos “no comprendíamos ni nos interesaban los espesos conceptos”. Ellos estaban preocupados de las chiquillas. Así, el narrador se enamora de Clelia Stefans. “Nos contemplamos largamente por encima de los reclinados feligreses, mientras el nombre de Voltaire, como un murciélago alucinado, chocaba y rebotaba contra los ladrillos”. Sus amigos, cuando descubren el romance, le advierten que es una coqueta, pero él no hace juicio y aun se trenza a golpes por ella con un muchacho mayor. En fin, el cuento es precioso, como una reminiscencia que de alguna manera nos alcanza a todos.
Hay otros relatos estupendos. “Sonata de Avenida Matta”, de José Miguel Varas, que transcurre en un burdel, “Hombre con el clavel en la boca”, de Antonio Skarmeta, escenificado en Portugal, “Estación de tránsito”, de Francisco Simón Rivas, un relato alucinante, narrado por una mujer recluida en un recinto a cargo del señor Godot y cuidado por “las mujeres de gris”. Pero Varas, Skarmeta y Rivas son escritores con obra copiosa y reconocida, de manera que no sorprende la calidad de sus cuentos. En cambio sí me sorprendió “Nos esperaba el viento”, de Jorge Carrasco (1964) a quien no conocía, aunque ha publicado libros de poesía, cuento y novela en el sur de Argentina, donde reside desde 1985. Su cuento se refiere, precisamente, a un muchacho trasplantado desde Chile a la Argentina, y alcanza a través de breves estampas, un muy profundo sentido, que conmueve. No vacilo en situarlo también entre los relatos mejor logrados.
Bueno, hay muchos otros autores, algunos consagrados, otros emergentes, y temáticas variadas. Así, Poli Délano se inclina por la envidia, y Fernando Jerez, por un inusitado encuentro del narrador con un amigo muerto, a quien encuentra instalado en su casa, al regresar al anochecer. Ramiro Rivas narra el conflicto de una pareja madura cuando la mujer vuelve a las tablas y revive su pasión de actriz. Rolando Rojo Redolés insiste en los dolores de los chilenos exiliados en Buenos Aires, y Antonio Rojas Gómez, (porque yo también figuro en la antología), en el enfrentamiento con la inminencia de la muerte.
Omar Saavedra cuenta una curiosa toma del Metro por un grupo de viajeros alucinados. Guido Eytel ofrece un muy buen relato sobre un compañero de escuela titulado “Los perfumes de Miranda”. El humor –la ironía más bien- está presente en las obras de José Leandro Urbina y de Darío Oses. Roberto Rivera nos sumerge en el sórdido ambiente de la prostitución infantil. Juan Mihovilovich se emparenta con Kafka, o más bien con Gregorio Sampsa, con una sobrecogedora metamorfosis “In extremis”. Carlos Iturra nos ofrece un auto de fe medieval, mientras Miguel de Loyola plantea el avasallador avance de la modernidad reflejada en el supermercado que aniquila al antiguo almacén de barrio.
Max Valdés da vida a un oscuro drama familiar. Marcelo Simonetti escoge el fútbol para ambientar su relato. Aníbal Ricci hace todo lo posible por contagiarse de Sida. Roberto Fuentes realiza un frustrante paseo familiar a Chitakelindo. Rodrigo Díaz Cortez nos muestra el mundo de los jóvenes reventados en “Noelia y el loco del violonchelo”, otro de los cuentos mejor logrados. Diego Muñoz González muestra el drama de una colegiala embarazada. Y el libro se cierra con “La indemnización”, de Gianfranco Rolleri; un muy buen cierre porque Rolleri ofrece, desde una óptica distinta e inteligente, otra visión del conflicto entre el capital y el trabajo.
En suma, “Hombres con cuento” ofrece un panorama muy interesante sobre la narrativa chilena actual, un mosaico de temas, estilos y sensibilidades diversas, en un buen nivel literario.
A propósito de la pregunta. De la Voz de Maipú: https://lavozdemaipu.cl/jose-baroja-escritor-maipucino-en-mexico/