Santiago Leaño nació en Bogotá el 27 de agosto de 1963. Zootecnista de profesión, ha dedicado la mayor parte de su vida al campo colombiano. Ha participado en algunos talleres literarios en Colombia y en Chile y desde 2011 asiste al taller de cuento y editorial La Trastienda, coordinado por la escritora Alejandra Basualto.
En 2011 obtuvo el segundo lugar en el Primer Concurso Nacional de Cuento Breve, convocado por la revista cultural colombiana “Avatares” y un cuento suyo lo clasificó como becario para el Taller Virtual de Escritores convocado por el Instituto Distrital de las Artes de Bogotá y la fundación Samsara.
CORRECCIONAL
Se inscribió en el taller literario dictado por internet, tratando de sobrellevar los quince meses de prisión que todavía le quedaban por delante. Necesitaba un buen tema para comenzar; le echó mano a sus recuerdos juveniles, como cuando amenazó con anónimos al profesor de Anatomía, conminándolo a abandonar la universidad. El relato tuvo un éxito increíble y fue finalmente publicado en una revista literaria de mediana circulación. Le dieron diez años más.
EL OVNI
Después del suceso consulté con mi profesor de Ciencia Ficción. Él no cree en los extra terrestres, pero sí en los espíritus. También me planteó la otra explicación posible; que nuestros descendientes lejanos habían descubierto, por fin, la manera de viajar en el tiempo.
ENTOMOLOGÍA PSIQUIÁTRICA
Antes de terminar el postre aterrizó en mi mesa un escarabajo. Empezó a caminar en línea recta directo al borde del abismo. Se dejó alzar sin dejar de mover sus patas en el aire y lo orienté hacia la dirección opuesta; se detuvo un segundo, dio el rodeo más estrecho que le permitió su brillante armadura y se encaminó de nuevo en la misma dirección. Arrugué mi servilleta y se la puse por delante, la escaló con facilidad; casi se podía oír su mecanismo funcionando en perfecta sincronía. Sin darme por vencido le franqueé el paso con una maraña de cubiertos, un tanque de guerra no los hubiera sorteado mejor. La taza de café no lo detuvo, prefirió rodearla con gran inteligencia de su parte. Qué enigma tan maravilloso, qué fuerza de voluntad, qué empeño para lograr sus metas, un ejemplo perfecto para una sesión de liderazgo empresarial… qué inspirador; sentía que de mí iba a surgir una revelación, del fondo de mi alma, la sentía nacer… estaba a punto de tenerla cuando una mosca pasó rozando mis narices; volando en círculos concéntricos, no trataba de posarse en nada, espirales perfectas sin verse afectada por el viento ni por los aromas del resto de mi almuerzo. Parecía tener un patrón de vuelo definido, algo complicado, podría ser un sistema de comunicación con los de su especie o me quería decir algo… lo quise dibujar en otra servilleta para descifrarlo más tarde, cuando escuché algo duro estrellarse contra el piso.
INVERNADERO
Me encanta ver llover, para mí siempre ha sido un fenómeno inquietante. Cuando empezó a caer aquel aguacero mitológico, abrí las cortinas y permanecí hipnotizado. Vi primero los árboles parecer dar gracias al cielo, luego desaparecer a las personas tras sombrillas, vi a los objetos ir perdiendo sus colores, primero los autos chorreando rojos, amarillos y azules hasta quedar todos grises o plateados, como los techos de las casa, los paraguas de la gente, el agua arrastrando los colores hasta las cañerías y mezclarse en el río Mapocho gris también. Siguió lloviendo por varios días, meses y semanas. Ya no había noche ni día, solo un prolongado anochecer. Las cosas empezaron a tomar un matiz verdoso, cada vez más intenso, el musgo se pegaba envolviéndolo todo, la piel de las personas: verde; verde intenso las calles y las paredes, los autos parecían enmarañadas orugas; adentro de las casas, rodajas de moho despedían el único olor presente. Varios años después dejó de llover y salió el sol. La gente abandonó sus casas para correr a abrazarlo. De sus oídos, bocas y demás orificios naturales brotaban plantas, caían enredaderas; a un hombre le salía una mata de frijol de la nariz, la había sembrado en secreto cuando aún era muy niño y ahora germinaba. Sofía tenía un doloroso rosal subiéndole por el cuerpo, asomándose por el cuello de la camisa. Al ver el sol, se abrió una sangrienta rosa y luego otra. Mis ojos eran dos margaritas. Volvieron los colores.
LA GATA PALEONTÓLOGA
Hacía muchos meses que mi gata me traía ratones cazados por ella misma y me los dejaba frente a la puerta de mi casa como muestra de cariño y de respeto. Siempre casi mutilados y a medio masticar, con la cola recortada y la nariz deforme. La última vez, observando a uno que no estaba tan machacado, noté que la cola corta era normal, la nariz chata también y no tenía ojos. Lo metí en un frasco con alcohol y lo llevé al Instituto de Ciencias Naturales. A la semana siguiente me llamaron; era una nueva especie de mamífero desconocido hasta la fecha. La noticia salió en todos los medios y me volví famoso. Lo que nadie sospechaba era que debajo de la tierra de mi jardín, a unos tres metros de profundidad, el subsuelo hervía de animales nuevos sin clasificar hasta ahora, de formas y tamaños sorprendentes y de vez en cuando uno que otro salía a la superficie para explorar. Eso sólo lo sabía mi gata.
URBANIZADOR PIRATA
Primero creyó que eran voces en su mente (esquizofrenia galopante sería un diagnóstico acertado) y siguió concentrado en la lectura, tratando de no prestarles atención. Después imaginó que tal vez había dejado el televisor de arriba encendido, pero no. La otra posibilidad era el sonido de un radio de alguna vivienda cercana, aunque la más cercana estaba como a ochocientos metros de la suya (viento a favor, seguramente). Para ese entonces las voces ya no lo eran, eran gritos: gritos de hombres maduros en el fondo y gritos agudos de niños o mujeres que se les sobreponían. “Vaya fiesta la que armaron”, pensó. A medida que aumentaban de volumen se dio cuenta del carácter: no eran gritos de fiesta, eran vociferaciones, arengas. Trató de seguir embutido en el escrito, pero leyendo cada párrafo como tres veces para poder seguir el hilo, luchando contra la distracción del griterío… algunas palabras ya se podían diferenciar, eran insultos, improperios; cada vez más fuertes, más cercanos. Le pareció distinguir en medio del barullo amenazante, su nombre. Sí, era su nombre, y su apellido. El sonido del vidrio de la ventana hecho pedazos, logró que apartara, ahora sí, la vista de las escrituras.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…