Tú, la evanescente, tienes cuerpo. Eres la densidad de una masa eternamente móvil. La ignición es tu razón de ser. La duración de tu fulgor no te hace más insignificante. Dicen que quemas. Dicen que iluminas. Pasas a mi lado y te ofreces. O cegarme o ver.
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A punto de ascender como la exótica ibis. Te desprendes de la tierra y no hay límite que se interponga en tu vuelo caprichoso. Las tinieblas se apartan a tu paso. Vigía de la noche, prendes para que los perdidos hallen el retorno. En mi mudez me vuelvo frágil. Tiendo la mano hacia ti. No para sujetarte sino para que me lleves. Inaprensible tu plumaje de oro.
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¿Por qué te dejas caer hacia atrás como si fueras un cuerpo de mujer? ¿Quién te empuja? ¿Mi aliento rescatado a la ansiedad? En la posición vencida me tientas. Creo oler una piel que despide aroma de resinas. Siento el calor de un torso que se entrega.
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Te retuerces. Buscando el soplo que arrecia, te conmueves. No es el aturdimiento, sino la conciencia. Saber que puedes rodearme y en cualquier instante acometerme descarnadamente. Acaso esperas a que baje la guardia. O lo opuesto. A que mi atención desmedida sea la celada que me pongo a mí mismo. Aun sabiendo que quemas no me aparto. Te enderezas.
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Al enderezarte no soportas la rigidez. Agitas de manera refleja tu insolente razón de ser. Inasequible al éter que te impulsa no hallas punto de sujeción sino en el movimiento más imprevisible. Nada te explica más que la turbulencia. Al desparramarte ejercitas una proyección incesante. Cuando crees abandonar el origen retornas a él. Pero nunca en el espacio que abandonaste. En cada paso buscas un destino distinto y vuelves a un origen inexistente.
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No parar para no morir. Tu sino y tu encanto. No alejarme para no desaparecer. Mi sentido y mi propuesta. Aceptas mi acercamiento. Abres tu corola. Me la ofreces y me hipnotizas. El hombre atrapado en la pasión se vuelve dúctil y arriesga el ser. Pero pretende la vida. Extraña confluencia entre este ser que se hace a contrapelo y en conflicto con la materia que transforma. Como tú. Llama flor. Llama de sangre. Llama crisol. Arrobadamente me desbordas con tu belleza despiadada.
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Una cinta sobre mi frente. Una espiral devorando mi cuello. Me sujetas en la penetrante oscuridad. Inerme ante tus caprichos. Hieres mi mirada hasta que mis órbitas se precipitan donde tú quieras llevarme. No vacilas. Me arrastras a un baile donde pierdo pie. Consumido en el ejercicio de seguirte siento otro cuerpo dentro de mí. Otro canto. Otra propiedad. El fulgor de la materia.
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Tu ojo de la aguja busca el hilo que lo enhebre. Se despliega como una retina transparente y sin fondo. A través de ella, veo. A punto estoy de tentar la suerte. ¿Pasaré la prueba? Más allá, la textura pide ser tejida. ¿Serán mis dedos capaces de afinar por el leve agujero? Contengo la respiración y afirmo el pulso. Llegaré a vestir tus crines irreductibles. Mira que estoy hecho de suspiros, llama mía.
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