Amélie Nothomb, la dark lady de la literatura francófona

Por Patricia Mayorga (Desde Roma)

Enamorada del lenguaje, la afamada autora belga confiesa que su principal desafío es «excavar en el idioma», a su juicio «la verdadera identidad de las personas».

Traducida a 37 idiomas y con más de un millón de ejemplares vendidos, es una de las autoras francófonas más populares del mundo, además de prolífica. En 2011 apareció su vigésima novela, Tuer le pére, cumpliendo puntualmente su ritmo de entregas: un título por año, desde 1992. Su libro más reciente traducido al español es Viaje de invierno editado el año pasado por Anagrama, sello que ya ha publicado quince trabajos de la autora, resaltando «la exquisita extravagancia en tramas y personajes que, como en los esperpentos de Valle-Inclán o el absurdo de Jarry o Beckett, hace de la obra de la belga un espléndido retablo sobre la vida, el amor y la muerte».

Con su característico sombrero negro de hongo, enteramente vestida del mismo color, con chaqueta tipo militar, falda larga y botas, Amélie Nothomb es tal cual la imaginamos leyendo sus novelas: una refinada y culta señora, entregada en cuerpo y alma a la literatura, que escribe cuatro novelas al año, aunque publica solamente una, que elige personalmente.

Hija de un diplomático belga, nacida en 1967 en Kobe (Japón), desde pequeña vivió cambiando casas y continentes. Desde su primera novela, Higiene del asesino, publicada en Francia en 1992 y convertida rápidamente en éxito de ventas, la escritora demostró una capacidad extraordinaria para diseccionar con implacable ironía los aspectos más repelentes del ser humano, sus angustias existenciales y los males de nuestra época.

Escribe todos los días del año, explica, de las cuatro a las ocho de la mañana en las oficinas parisinas de su editor, ubicadas «y no podía ser de otro modo», ironiza, al lado del cementerio de Montparnasse, donde confiesa que a veces va «a visitar a Baudelaire».

Europea sin entenderlo

-¿Cuánto la marcó el hecho de conocer, ya adolescente, la que supuestamente era «su» cultura, la europea, después de haber nacido en Japón?

-Es algo misterioso: yo supe que era europea sin entender siquiera lo que quería decir, aunque me daba cuenta de que no tenía los mismos rasgos que los japoneses. Mis padres me habían mostrado fotos de Bélgica, y yo pensaba que era un país que solamente tenía grandes castillos. Yo amaba al Japón, mi institutriz era japonesa y la quería como a mi madre. En realidad, yo había decidido que era japonesa, por lo tanto no había dualidad hasta ese momento.

-Pero después de haber recorrido el mundo y haber estudiado en Bélgica, volvió y empezó a trabajar en esa terrible industria que describe en «Estupor y temblores».

-Fue ahí cuando entendí que no era japonesa, ya que para ser japonesa había que ser capaz de trabajar hasta explotar, y yo, ciertamente no era capaz.

-¿Se sintió alguna vez sin raíces o sin identidad?

-Cuando era pequeña entre los 11 y los 17 años no fui a la escuela, estudiaba sola y no creo que sea casualidad que me haya interesado tanto en estudiar latín y griego antiguo, que son la base de las lenguas europeas actuales; por lo tanto, mis raíces son esas que parten de la lengua.

-¿Entonces nunca vivió una dicotomía entre todas sus identidades?

-Yo pienso que todo explotó. En realidad no hablaría de dicotomía, más bien de un mosaico que se fue engarzando.

-Usted ha declarado que la mayor parte de su obra es autobiográfica, pero que también ha escrito ficción, ¿cuál es la diferencia entre unos libros y otros?

-Sí, es verdad, muchos de mis libros tienen aspectos autobiográficos. Junto a ellos, escribí otros con mucha ficción, pero aun en la ficción, que se nutre de la imaginación, hay aspectos autobiográficos. La imaginación es también una forma de autobiografía y el filtro entre realidad y ficción es la necesidad de encontrar un lenguaje y un estilo.

-En sus novelas, usted desmenuza al ser humano en sus aspectos grotescos, terribles, negativos, pero al mismo tiempo ha declarado que su vida ha sido muy feliz. ¿Cómo se puede conciliar todo esto?

-Uno se siente feliz cuando es capaz de aceptar lo que la vida le entrega. Es difícil. Y es un gran trabajo aceptar que uno se atora todo el tiempo: que todo se tapa y se comprime en el cerebro. Pero cuando se entiende eso, ya se ha dado un gran paso.

-¿De dónde nace su creatividad? ¿De su interior, de su entorno, de sus recuerdos?

-Como base hay una fuerza interior, pero eso no quiere decir que todo el material literario esté dentro de mí. Cierto, la mayor parte de las historias que escribo forman parte de mi pasado, de mis recuerdos, de mis angustias, y aunque los personajes de mis novelas parten de la realidad, la imaginación hace que sean verosímiles.

Caída y resurrección

-En «Diccionario de nombres propios» se refiere sin pudores a la anorexia, enfermedad que usted misma sufrió. ¿Cómo empezó y, sobre todo, cómo logró salir de este drama?

-Claro, lo más difícil es salir, porque convertirse en anoréxica es muy fácil. Yo empecé a los 13 años. El principio es desastroso pero rápidamente, el apetito desaparece y uno se instala en la anorexia y uno se dice a sí mismo ‘formidable, todo bien, no como más’. Es terrible porque uno va camino a la muerte, pero no lo cree. Uno dice no, yo no voy a morir, pero después llega un momento en que sabemos que vamos a morir, porque la energía desaparece. Llegó un momento para mí en que sentí que la vida se detenía…

-¿Y luego?

-Después de haber llegado a ese punto todo lo que le puedo decir es que mi cuerpo se separó de mi alma: primero mi alma no quería comer, pero mi cuerpo no quería morir, luego mi cuerpo se separó nuevamente de mi alma y mi cuerpo quería comer y mi alma le decía, no, no, no, pero mi cuerpo ya no la escuchaba y finalmente fue mi cuerpo el que me salvó la vida.

-El cuerpo y también la escritura, ¿no?

-Seguro, porque hasta ese momento yo todavía no me había salvado: estaba cortada en dos. Y la escritura fue como la costura que me permitió re-coser el cuerpo al alma. (Imita con los dedos la acción de coser).

-En una entrevista declaró que entre sus escritores preferidos estaban los «grandes autores japoneses, franceses, ingleses, italianos, rusos…» ¿No hay ningún latinoamericano?

-Sin duda, Borges, uno de los más grandes escritores del mundo, y Horacio Quiroga, totalmente formidable.

-Su primera novela, Higiene del asesino, fue rechazada por Gallimard, pero después fue aceptada por el editor Albin Michel, y tras su publicación usted entró a formar parte de los grandes de la literatura mundial. ¿Cómo influyó ese rechazo en su vida?

-En el momento claro que me molestó, me entristecí mucho, pero ahora yo le agradezco a Gallimard, porque gracias a su rechazo yo tuve un gran éxito… por lo cual, ¡gracias, Gallimard! (Por primera vez se ríe con ganas).

Concluye que no conoce América Latina, pero que el próximo año irá, en viaje de placer, a Machu Picchu… y quizás si entre «la atroz maraña de las selvas perdidas» de nerudiana memoria seguirá el rito de escribir todos los días desde las cuatro a las ocho de la mañana, o si preferirá bajar desde esta «alta ciudad de piedras escalares» como lo hizo del monte Fuji, estableciendo un récord de tres horas. Con Amélie Nothomb, todo es posible.

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En: Revista de Libros de El Mercurio