no aceptes caramelos de extranosPor Pedro Gandolfo

No aceptes caramelos de extraños, de Andrea Jeftanovic, es un conjunto de cuentos finamente hilvanados y de una calidad muy alta y pareja.

Los once cuentos están precedidos de un título (que corresponde a una palabra o una oración del texto principal del cuento) y de epígrafes muy cerrados e intensos de contenido. Así mismo, en el pliegue entre cuento y cuento, aparece un fragmento del cuento anterior. Las elecciones no son casuales y tejen un diálogo espeso, sugerente y resonante entre los distintos elementos puestos en escena y establecen una lectura transversal, en absoluto obvia, de la antología.

Quizás el gran y consistente mérito de esta selección de relatos radica en que Jeftanovic, sobre todo en las narraciones en primera persona (que son la mayoría), no sólo da con el narrador apropiado, sino que mejor aún, con el punto de vista, con el mundo interior que la voz hablante comunica al lector. No importan tanto las señales exteriores (nombre, sexo, edad, oficio, etcétera), que sólo proporciona lenta y exactamente en la medida de lo necesario, sino el carácter, la intencionalidad, el estado emocional, los prejuicios y distorsiones de la mirada, el mundo más cercano, íntimo, de los afectos ocultos, de los pensamientos callados y clandestinos, de las regiones temblorosas del erotismo y sexualidad de los personajes. El esfuerzo de «descentramiento», por decirlo de algún modo, de Jeftanovic alcanza momentos notables cuando se sumerge en el alma y en el cuerpo de un padre incestuoso, de un niño perverso que odia a su hermana recién nacida, del marido cincuentón que se queja con su mujer por la falta de sexo, en la historia circular de un hijo de padres adolescentes que lo abandonan por «la vida de partido», de la madre y el hijo que se pierden irrevocablemente en una playa o de la niña «miope» víctima de un incesto paterno. Allí nos hace entrar tumultuosamente la autora, en el corazón y en el cuerpo de esos personajes atribulados. La empatía hacia ellos traspasa los relatos por entero, deja una huella muy precisa y estremecedora en la superficie del texto y alrededor de él. El lector, para bien o para mal, es ajustadamente puesto en perspectiva, entendida ésta como «ese mirar a través de la ventana», la ventana precisa y singular de los protagonistas de estos cuentos.

Si los relatos de este libro hablan de historias íntimas y desgarradas de personajes cotidianos, y el lenguaje creado pertenece al que usamos todos los días, a la vez y con todo, él mismo ha sido elaborado, expurgado, sometido a una cuidadosa alquimia formal en la selección del vocabulario, en la construcción de la sintaxis y en la estructura general de la novela. Es un lenguaje densamente poético que concede, pues, gran importancia a la prosodia, a la dicción de las palabras, al ritmo y encadenamiento de las frases, no sólo en pasajes sorprendentes aquí y allá, sino que en las distintas capas y en la arquitectura global del libro: se advierte estilo, esto es, como señala Michel Butor, «reflexión sobre la forma y, por consiguiente, prosodia». Este lenguaje poético abre también el texto, no en sentido de un desenlace abierto, sino más bien en que lo desmarca y esfuma hacia otras historias y emociones. La forma de narrar de la autora recuerda también lo señalado por Raúl Ruiz: «A veces ciertas cosas son tan frágiles que no permiten aproximarnos a ellas directamente, necesitamos un ritual, necesitamos acercarnos disfrazados».

Uno de los rasgos más poderosos que despliega Andrea Jeftanovic en este libro es la presencia incesante del cuerpo. Si el mundo interior es el protagonista, el cuerpo es el paisaje de estos relatos. El cuerpo real, no sublimado ni idealizado, ese que se olvida a la hora de escribir por considerarlo poco digno de ser narrado, el cuerpo con sus placeres, enfermedades y desgarros, con sus olores, estados y variaciones, con sus oscuras injerencias y frustraciones concretas. No sólo el cuerpo erótico y sexual -que, por cierto, ocupa un lugar principal- sino, además, aquel desgarbado compañero de los días. En algunos de los relatos más sobresalientes, Andrea Jeftanovic se destaca como una brillante narradora de la dimensión sensual y sexual de nuestra existencia con una atractiva mezcla tensa de precisión, radicalidad y un respeto que a veces se convierte en distanciada ternura.

Las historias de No aceptes caramelos de extraños ponen al lector en situación incómoda, casi de vértigo, porque obligan a mirar a través de la ventana que no queremos ver, a ponernos, con una prosa de un vigor corporal claro y subyugante, en los ojos del extraño que tememos ser, ése que habita en márgenes de los que deseamos apartarnos.

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En: Revista de Libros de El Mercurio