reincidencias1Por Francisco Martínez Bouzas

En los versos de Ana Rosa Bustamante se halla toda la sensualidad del mundo y se expresa en la voz de la mujer a la que le han exigido multiplicidad de roles adscritos o adquiridos: la mujer-madre, la mujer-ternura, la mujer-lucha, la mujer-objeto de deseo, la mujer-sometida.

Si es verdad lo que afirma Wallace Stevens de que el poeta “crea el mundo hacia el cual nos volvemos de manera incesante e inconsciente e insufla  vida  a las ficciones supremas sin las cuales seríamos incapaces de concebir el mundo”, entonces resulta claro que el trabajo escritural de poesía de Ana Rosa Bustamante es capaz de ayudarnos a contrarrestar el laberinto de la experiencia dada, su impasibilidad, presentándonos una vívida y luminosa experiencia de aquel. Las palabras de la poeta efectúan ese milagro. Por algo los poetas de este Finisterrae desde el que escribo, repiten que la poesía es la gran verdad y el gran milagro del mundo y Roland Barthes nunca cesó de pensar que la literatura crea la realidad de la palabra.

Un saludo pues a este libro por estas “reincidencias” de Ana Rosa Bustamante que, partiendo de una actitud abierta y liberadora, no solamente expresa la emoción, sino que la absorbe lingüísticamente. Un libro que nos llega en sazón, maduro, sutil o abiertamente combatiente, todo depende de gustos y lecturas. Combate por la memoria, por la recuperación de las voces del pasado. Afirmación de la diversidad como esencia de la vida, de la sabiduría y de los bríos femeninos, de la pasión, porque en los versos de Ana Rosa Bustamante hay una inusual geografía de intensidades emocionales.

Su trabajo escritural, cuyo hilo conductor, continuidad de sus dos libros anteriores (Nuestra Piel Ancha de Fuego, 2007, Vita Clamavi, 2009), es la representación de de la visión femenina en sus múltiples formas de estar en el mundo. La mujer, sobre todo, como icono de fuerza y de voluntad, una condición heredada quizás por sus genes y de los mitos de la tierra dura e inhóspita del desierto de Atacama que acompañó sus primeros soplos de vida. La mujer, así mismo, plena de sensualidad florida y de erotismo, impronta, se me ocurre, de una geografía y de una cultura de litoral, mecida de ebriedad marina y de los febriles aguaceros de la ciudad de Valdivia, que se repiten trescientos días al año y todos los años. En la poesía de Ana Rosa Bustamante se capta la pertenencia a un lugar, o mejor dicho su sentir esa pertenencia con el valor sacramental con el que antiguamente se vivía el paisaje, preñado de signos que implicaban un sistema de la realidad que transcendía las realidades visibles.

En los versos de Ana Rosa Bustamante se halla toda la sensualidad del mundo y se expresa en la voz de la mujer a la que le han exigido multiplicidad de roles adscritos o adquiridos: la mujer-madre, la mujer-ternura, la mujer-lucha, la mujer-objeto de deseo, la mujer-sometida. Un mujer, sin embargo, que se rebela, que renuncia a permanecer recluida, a la espera, tejiendo y destejiendo, cual Penélope odiseica, y grita y se impone, porque hoy su signo y su futuro es navegar, en esa “mar ancha perla / desvestida y sola / soy su dormida marea / pero mi sangre se agolpa como esa loba / voluptuosa espuma / desnuda bajo la sombra”.

Convencido de que esta es la substancia que enciende el fuego lírico de Ana Rosa Bustamante, recorro sus versos, versos de un buen nivel sostenido y algunos ciertamente luminosos y muy sensoriales: esa amada estatua que en la senectud ya no encontramos; el murciélago invitado a mi quimera, su nido reseco en el que nos quedamos a vivir. Los poemas indómitos de la segunda parte con textos marcados en femenino. O las estrofas, testimonios del miedo y del pavor, de la tercera, una recuperación de la mujer ultrajada de todos los siglos y de todos los territorios. La mujer que también incuba deseos y fuegos y sueños de esa cuarta parte rotulada precisamente así: “Erotismo”.

Se me ocurre apelar a Proust y traer a cuento a Deleuze para ponerle el broche a esta lectura del poemario de Ana Rosa Bustamante: ella, como poeta, inventa dentro de una lengua nueva…extrae nuevas estructuras gramaticales y sintácticas. Saca a la lengua de los caminos trillados y la hace delirar. Es una vidente, una colorista y un músico porque sabe explotar la música propia de la escritura y los efectos de colores y sonoridades que se elevan por encima de las palabras (Gilles Deleuze, Crítica y clínica, página 9).

Poemas de Reincidencias

MEDIANOCHE

“Engalanada gocé las serpentinas como luna

en las lluvias

así mujer,

nublé los días siguientes y que nadie supiera

la rivalidad de estos huesos

con lo de otra sus huesos;

la fortaleza de incluirla madre dulce clara de sus hijos,

yo la golfa que enhebra una historia a más historias

no privé a la berma de la noche azul de su presencia

ni de los caminos retiré las piedras,

tantos baches placenteros,

porque entre la paja de una acera y los bosques del

cemento

bebí en las fuentes bebí rotunda y sinvergüenza

a pesar de las miserias

de las inertes,

de las señoras.”

 

IMPUNIDAD

“Así me dijo: ábrete como el loto

en la laguna

para sacarte el barro,

abre las piernas

como los pollitos en la cocina

antes de ponerlos al horno:

mis pies marcaban los hemisferios

donde el jote

escapó en mi volantín,

la calle que nunca veía las lluvias se quedó

en mis zapatos,

mis calcetines volaban en el cielo

y la sombra gemía

entre los alborotados árboles

sus dedos me enfriaban bajo la ropa

yo sentía su rasguño.

El silencio inmenso de la casa

mugía en mis sienes

las baratas arañaban los rincones

que guardarían los secretos

y la sangre usurpadora,

el impostor del dulce cuerpo

del pequeño cuerpo

se quedó en mi niñez

y yo

rompiendo caracoles

así,

cuando los machaco

esa baba escurre

y en mi oído

un resuello.”

 

(Ana Rosa Bustamante, Reincidencias, páginas 23 y 56)

 

Reincidencias

Ana Rosa Bustamante

Ediciones Kultrún, Valdivia (Chile), 2011, 97 páginas.

 

En: Brújulas y Espirales