varasPor María Teresa Cárdenas

Narrador y periodista, no se decidió a escribir memorias, pero en sus novelas, cuentos y crónicas es posible seguir la huella de las experiencias y personajes que lo marcaron en sus 83 años de vida.

«Imposible decir que no. Aguardo instrucciones». La invitación de «El Mercurio», el 24 de agosto de 2010, era a visitar junto a otros dos escritores -Marta Blanco y Diego Zúñiga-, el Campamento Esperanza de la mina San José, luego que los mineros fueran encontrados con vida en su encierro. Con la disciplina del antiguo comunista, la sensibilidad del escritor y el interés propio de quien no abandonó nunca el periodismo, José Miguel Varas aceptó de inmediato y se puso a la orden. Un día después, a las cinco de la mañana, lo pasarían a buscar a su casa, y a las ocho, ya viajaba en el avión rumbo a Copiapó.

Iba como testigo, pero también comprometido con la causa de esos trabajadores que, curiosamente, se habían hecho visibles gracias a su desaparición. La experiencia dio por resultado -aparte de una rotura del tendón de Aquiles que soportó con estoicismo y humor- la crónica «La espera y las banderas». A sus 82 años, José Miguel volvía a inspirarse en la realidad para dar vida a un texto. Lo mismo que hizo en tantas crónicas periodísticas y entrevistas que se transformaron en libros, así como en sus novelas y relatos. Leer hoy sus Cuentos completos, publicados por Alfaguara en 2001, permite, de alguna manera, reconstruir la biografía de este escritor que con apenas 18 años dio a conocer su primer libro, Cahuín.

Así lo reconocía el crítico Ignacio Valente, gran admirador de su obra:

«Su pluma es sumamente versátil: se ha paseado por los diversos géneros que se escriben en prosa, tanto periodísticos como narrativos, sin solución de continuidad. La crónica, a veces casi indiscernible del relato, está presente y subyace en todos sus libros. (…) La sujeción a una historia ‘real’ y a su correspondiente documentación se prolonga en esos extraños y extensos libros que son -después del inicial Chacón (1967)- La novela de Galvarino y Elena (1995) y Los sueños del pintor (2005)».

Basada en la realidad, pero tamizada por la experiencia de este hombre algo tímido y con un fino sentido del humor, su literatura portaba la sencillez que sólo consiguen los grandes.

«Varas escribe como si todo fuera llegar y contar -así de simple-, saber y contar, saber contar. De allí su parentesco con esos cuentistas natos que son Maupassant o Chéjov, Singer o Naipaul; de allí su pertenencia a una familia chilena de narradores hoy casi olvidados de puro directos y sencillos, como Carlos León, Olegario Lazo, Ernesto Montenegro… En otras palabras, Varas lleva medio siglo fuera de toda corriente de moda, como tocado por la gracia de lo casi intemporal», destacó también Valente.

A propósito del Premio Nacional de Literatura que se le otorgó en 2006, el crítico Jaime Concha señaló: «El Premio distingue a un escritor del linaje de los destacados realistas del siglo pasado: Joaquín Edwards Bello, Manuel Rojas, Francisco Coloane, entre otros. Varas prolonga y renueva esa herencia a la entrada del nuevo milenio. (…) Es parte de la postura ética de Varas el no haberse dejado seducir por éxitos comerciales facilones y haber aspirado a expresar -contra viento y marea, con vibración y fervor- la entraña histórica de un país y del mundo en que le tocó vivir».

Una opción literaria que el propio Varas manifiesta en la voz de El Huerqueo, el protagonista de El correo de Bagdad:

«Más que narrar, lo que intento es perfilar, dibujar, con la mayor exactitud que permite la memoria, las cosas que me han pasado a lo largo de mi existencia desde muy temprana edad, con la ilusión de que esos sucesos y sus respectivos escenarios, aparezcan en la imaginación de los que leen como las imágenes de una linterna mágica o de una película, proyectando en sus pantallas interiores, los hechos recordados y otros que tal vez nunca ocurrieron realmente, pero que permanecen difusos en el fondo de la memoria».

 

Recuerdos del pintor Julio Escámez

Desde Costa Rica, donde se radicó en 1974, Julio Escámez recuerda al escritor que lo hizo protagonista de su novela Los sueños del pintor (2005), en la que recrea literariamente las historias reales y oníricas que contaba el artista plástico en las tertulias chilenas de los años cuarenta y cincuenta.

«José Miguel Varas fue un excelente amigo -dice Escámez-, muy talentoso como escritor, muy consecuente con sus ideas, muy íntegro. Siento una gran pena, pero recibo la noticia con cierta resignación que da la cercanía de la muerte, porque los dos teníamos casi la misma edad, nacimos en la misma década. Él había realizado su obra, la había culminado y había obtenido el mayor galardón que se da a un escritor en Chile, por lo tanto había cumplido su ciclo creador. Eso es un consuelo también».

-¿Qué sintió usted cuando Varas escribió Los sueños del pintor?

-La hicimos juntos: yo le proporcioné todos los apuntes que tenía.

-¿Pero le gustó el resultado?

-Bueno, tuvimos discusiones al respecto, pero en fin, es una obra de él. Hizo una versión de los hechos. Es un buen libro, independiente de la percepción que yo haya tenido. Porque diferíamos. Y es natural, yo digo. Todo lo que se describe ahí fue una experiencia profunda mía, y él la interpretó. La verdad es que eso era inevitable.

-¿Cuándo se conocieron?

-Uf, por los años cuarenta o cincuenta. Yo lo conocí en el ámbito artístico y literario de Santiago. Él era muy amigo del escritor costarricense Joaquín Gutiérrez, y vino varias veces a Costa Rica, se hospedaba en la casa del escritor y de su esposa chilena, Elena Nascimento. Yo estuve en el extranjero con él varias veces, cuando vivió en Checoslovaquia, en Praga, y siempre nos mantuvimos en contacto tanto en una relación política como literaria, porque trabajamos mucho en el acopio de elementos para el libro. Después vino el éxodo de los chilenos a raíz del golpe militar que nos disparó a distintas regiones de la Tierra. Yo a Costa Rica y él a la ex Unión Soviética. Es el periplo de nuestra vida.

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En: Revista de Libros de El Mercurio