Juan Romagnoli nació en la ciudad de La Plata, Buenos Aires, Argentina, en 1962. Pero al mes ya estaba en La Puntilla, Mendoza, donde se crió y vivió durante su adolescencia. Desde los 17 años, vive en la Ciudad de Buenos Aires. Entusiasta investigador e impulsor de la Onirología.

 Ha cultivado sobre todo el género del cuento y del microrrelato. Algunos de sus micros han sido publicados en la revista mexicana El cuento e incluídos en antologías como Dos veces bueno 3, De mil amores, Antología de microrrelatos amorosos y 4 voces de la microficción argentina, de Raúl Brasca; Ciempiés. Los microrrelatos de Quimera (Montesinos, Barcelona, 2006), Neus Rotger y Fernando Valls; Microrrelatos en el mundo hispanoparlante (2006), de Silvia Patricia Israilev; y en El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo (Menoscuarto, Palencia, 2007), de Laura Pollastri. Ha reunido sus microficciones en «Universos Ínfimos” (Tres Fronteras ediciones, Murcia, 2009), que está a punto de reeditarse en Argentina, con Macedonia ediciones.

IM: ¿Cómo y desde cuando nació tu pasión por el microrrelato?

JR: Hacia fines de los años ’80, cuando mis hijos eran chicos, yo tenía dos trabajos y sufría por no tener tiempo (sobre todo mental) para escribir. Además de asistir a un taller literario que me fue muy útil pero me era insuficiente, recordé que una profesora de dibujo, en secundaria, nos hacía ejercitar, en papel borrador liso, dibujos muy simples, a mano alzada, como para mantener flojas las muñecas. Con ese criterio, y sobre papel rayado, empecé a escribir frases sueltas y a anotar ideas para cuentos. Unos meses después se habían acumulado y me sorprendió ver que varios de los textos mostraban una autonomía más que interesante. Se los llevé a Ana Auslender (coordinadora del taller) y por vez primera oí el término “minicuento”. Dos o tres de aquellos textos llegaron hasta mi primer libro, “Universos ínfimos”. Desde entonces, no he dejado de leer y escribir microrrelato.

IM: ¿Qué denominación prefieres para el género brevísimo y por qué?

JR: Por una cuestión afectiva, me quedó el de “minicuento”. Sin embargo, con el tiempo se me impuso el de “microficción”. La verdad es que utilizo todas las denominaciones indistintamente. Sostengo que al escritor no le agrega ni le quita nada la discusión sobre este punto, pero entiendo que sea importante para el académico y hasta diría para el mercado editorial. Me pasa que al escuchar o leer las distintas argumentaciones, siento que todas llevan algo de razón. Pero insisto: cuando te sentás a escribir, todas estas finezas quedan por fuera de la hoja en blanco, o de la pantalla (salvo que escribas una microficción sobre el tópico).

IM: Como escritor, ¿crees que existe alguna fórmula para escribir microrrelatos? ¿Cuál? ¿Es diferente a la que utilizas para escribir otro tipo de textos?

JR: Por supuesto que hay fórmulas, siempre las hubo, en cualquier terreno creativo. Al principio ayudan, son cómodas. Me parece que a caballo de estas fórmulas, proliferan la gran cantidad de cultores del género, de distintas calidades, que hay en la red, sobre todo en los blogs. Pero cuando empezás a encontrar tu propia voz, tenés que olvidarte de ellas, rehuirlas, incomodarte a vos mismo. Creo que las fórmulas son, en tanto lugares comunes, enemigas de la buena literatura, en microrrelato, en cuento, en novela, en cualquier género.

IM: ¿Por qué crees que se ha producido el auge reciente de la microficción?

JR: En última instancia, no lo sé realmente, es misterioso. Es ya un tópico decir que ha ido de la mano con el crecimiento de los blogs e Internet. Pero esto es engañoso, los blogs ya no son el boom que fueron al principio, y en todo caso la microficción deberá encontrar sus propios caminos en los que desarrollarse. Auge o no auge, coincido con Lauro Zavala en que es la forma escritural del nuevo milenio. Y pienso que es mucho, muchísimo, lo que se puede decir desde la microficción que no encontraba cause en los géneros canónicos. Me resisto a creer que dependa de la informática para subsistir. En todo caso, sostengo que seguirá creciendo, más allá del tremendo impulso de la red; lo cual no significa que el género llegue a ser masivo, eso ya es más improbable, debido a su propia naturaleza.

IM: Has participado de varios eventos y jornadas internacionales relacionadas al género. ¿Qué puedes contarnos sobre esa experiencia?

JR: La teoría de la microficción se está haciendo sobre la marcha, mientras se escribe y se modifica. Lo que veo es que los congresos son lo mejor que le podía pasar al género. Se gana tiempo, aunque la teoría se deba ir corrigiendo en el camino. Estos congresos son, en lo fundamental, espacios académicos; sin embargo, la cabida que se les da a los escritores me parece auspiciosa. El enriquecimiento mutuo es sorprendente. En el caso del escritor (es de lo que puedo hablar), creo que redunda en un aumento importante de su autoexigencia como creador, ya que en esos eventos se cruza con los lectores (u oyentes) más preparados y exigentes que pueda encontrar. Además, he de señalar que son acontecimientos sociales importantes, donde la Cofradía de la microficción (como la llama Raúl Brasca), se consolida y aumenta congreso a congreso. Gracias a la participación en estos congresos, he sido invitado para octubre próximo a un encuentro sobre microrrelato en Berlín, Alemania, en la Casa de la Lectura, “Lettrétage”, de esa ciudad. De Argentina también fue invitada Ildiko Nassr, y de España dos o tres escritores que conoceré allí. Es interesante que los alemanes quieran difundir en su lengua la microficción. Ellos ven con sana envidia la proliferación que alcanza el género en el mundo hispanohablante, la gran cantidad de autores. Ese será un poco el tema del encuentro, sumado a la lectura bilingüe de textos. Cuando regrese, con gusto les cuento más.

IM: Usas Twitter, tienes Facebook. ¿De qué manera crees que influyen hoy las nuevas tecnologías en la microficción?

JR: Influyen mucho, en tanto son plataformas de difusión del género. Está claro que la invención de la imprenta tuvo mucho que ver con el formato que fue adquiriendo la novela, y los diarios y revistas decimonónicos fueron decisivos para el formato que adoptó el cuento. La microficción encuentra su terreno de cultivo en la red. Sus formatos constriñen al escritor, y a la vez educan su capacidad de síntesis, de concisión. Aunque en el futuro se desprendiera de su dependencia de la informática, creo que la impronta difícilmente se pierda.

IM: Además de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?

JR: La Onirología (Ciencia de los sueños), la música en general, la informática, el cine, el fútbol. Y la filosofía, y la mitología, y la antropología, y la historia de las religiones, y la fotografía, y la astronomía, y el buceo… uf, tantas cosas.

Un libro: ¿Uno solo? ¡Qué injusto! Me quedo con uno de los primeros que leí, a los 12 años, y que me despertó el gusto por la lectura: “20.000 leguas de viaje submarino”, de Julio Verne.

Una película: ¿Otra vez “una”? Dos (al estilo Huidobro): “2001, Odisea espacial”, de Stanley Kubrick; “Stalker”, de Andrei Tarkovski; y “Blade Runner”, de Ridley Scott.

Una canción: “Roundabout”, de Yes; “Canción del viento”, de Santana. “Take five”, por Dancing Mood.

Una comida: Dos: Ñoquis de mi abuela, milanesas de mi madre (en familia, claro).

Un país: Argentina (con todo lo que duele, o porque duele)

Un microrrelatista: Creo que Kafka, en sus relatos brevísimos, es y seguirá siendo insuperable por mucho tiempo.

Un equipo de fútbol: Independiente, de Avellaneda.

Un sueño: Básicamente, seguir soñando. Y una sociedad que incorpore a su cultura diurna las experiencias nocturnas que llamamos sueños, es decir, a su conversación diaria, a sus anécdotas del día, a su reflexión: que se dijera “no sabés lo que me pasó anoche”, en lugar de “no sabés lo que soñé anoche”. Entender que el sueño no es sólo manifestación de la mera subjetividad, sino expresión de la naturaleza más profunda de la psique. Esa sí sería una verdadera revolución, aunque todavía no se comprenda.

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Cincelar – Por Juan Romagnoli

Desperté con la minificción que había soñado dando vueltas en mi cabeza. Demoré unos minutos en volcarla al papel y, como suele ocurrir con los sueños, se me esfumó la idea. Intenté, en mi afán por recuperarla, escribir una palabra cualquiera a continuación de la otra. Acaso se fuera manifestando, como la forma perfecta escondida en la piedra de la que el cincel sólo quita el sobrante. Entonces recordé. La minificción era sólo eso: escribir una palabra después de la otra y eliminar luego todas las que sobraban. Este es el resultado.

Juan Romagnoli, texto inédito hasta la fecha, publicado aquí por gentileza del autor.

En: Internacional Microcuentista