Diego Muñoz Valenzuela nació en Constitución (Región del Maule), Chile. Actualmente reside en Santiago de Chile. Como narrador, ha publicado tres novelas, cinco libros de relatos y tres antologías.

Ha cultivado sistemáticamente el microcuento desde mediados de los ’70. Cuenta con dos volúmenes publicados de microcuentos: Ángeles y verdugos, Ed. Mosquito, 2002, y De monstruos y bellezas, Ed. Mosquito, 2007. Ha sido incluido en una veintena de antologías de minificción, microrrelato o microcuento, todas ellas denominaciones del mismo género. Se trata de publicaciones en diversos países: Chile, México, Argentina, España, Italia. Ha participado en congresos internacionales y encuentros dedicados a la minificción.

IM: ¿Qué denominación prefieres para el género brevísimo y por qué?

DMV: Hasta aquí he utilizado la denominación microcuento, que ha sido la dominante (por no decir la única) en Chile. No obstante, cada día me seduce más la denominación de microrrelato, porque creo que se ajusta mejor al tipo de textos que yo escribo. Pero lo nuestro –lo de los autores- es escribir para generarles dificultades a los investigadores, que es a quienes corresponde ocuparse de las denominaciones y las taxonomías.

IM: ¿Cómo y desde cuando nació tu pasión por el microrrelato?

DMV: Partió con el hallazgo maravilloso de microrrelatos de distintas procedencias en antologías y revistas. Me pareció que se trataba de una especie de diamantes de la literatura: pequeños, brillantes, intensos. De ahí a contagiarse con el vicio de escribirlos… pasó poco tiempo y la tentación fue grande.

Además hay que agregar que este contagio ocurrió en plena dictadura, a mediados de los 70, cuando escribir tenía un sentido especial y la comunicación literaria, el uso de códigos, constituía una forma de resistir.

IM: Como escritor, ¿qué elementos consideras que debe tener un microrrelato para ser eficaz?

DMV: Intensidad por sobre todo, es mucho más importante que la brevedad. La intensidad tiene que ver con la densidad de la trama y del significado, con la metáfora que subyace debajo de la historia. Un buen microrrelato debe acercarse a la imagen del punto a partir del cual nace el universo (el big bang). Ahí dentro está todo concentrado. En mi visión, los microrrelatos más intensos raramente son los más económicos en palabras.

IM: ¿Por qué crees que se ha producido el auge reciente de la microficción?

DMV: El interés por la brevedad proviene del ritmo de vida moderno, la descomunal aceleración a la que estamos sometidos por el sistema económico social del cual formamos parte (querámoslo o no). El tiempo se ha convertido en un bien escaso y preciado. Hay muchos competidores para la lectura en el campo de la entretención y el pensamiento.

IM: Como lector, ¿cuáles dirías que son los libros o autores infaltables en una biblioteca de un escritor que se quiere dedicar a la microliteratura?

DMV: La lista que habría que hacer no tiene nada de micro. Es muy amplia. Pero me voy a reconcentrar en los latinoamericanos infaltables, aquellos que no puedes dejar de leer. Aquellos que debes rastrear desde este momento. Luis Britto García y Gabriel Jiménez Emán en Venezuela. Oscar Bustamante Zamudio en Colombia. En México: Juan José Arreola, Julio Torri, René Avilés Fabila; Augusto Monterroso en Guatemala; Luisa Valenzuela, Ana María Shua, Raúl Brasca, Orlando Romano, Fabián Vique, Juan Romagnoli en Argentina, (precedidos por Borges y Cortázar, entre otros). En Perú, Fernando Iwasaki.

Y en Chile, entre muchos otros: Pía Barros, Lilian Elphick, Juan A. Epple, Andrés Gallardo, Carlos Iturra, Gabriela Aguilera, Virginia Vidal, Pedro G. Jara, Susana Sánchez, Max Valdés.

IM: Tienes una larga trayectoria en el mundo literario, donde has cosechado varios premios. ¿Qué consejo le darías a los microrrelatistas que recién comienzan?

DMV: Que no pretendan nada más que divertirse a la hora de escribir. Y que se diviertan con rigor, con exigencia. Así van a divertirse más. Mi consejo es no esperar nada. Ninguna retribución, ningún agradecimiento. Se vive más contento. Y si tienen la fortuna de obtener algún premio o reconocimiento, será como un regalo de la vida. El mayor premio al que se puede aspirar es escribir algo que a uno lo deje satisfecho.

IM: Además de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?

DMV: Tengo demasiadas pasiones. Soy absolutamente inútil en la música y en la pintura, cuyos creadores me provocan una admiración enorme. Otras pasiones: estar con la gente que quiero, viajar, conversar, comer, beber, ver buenas películas, forjar esperanzas, reírse bastante.

Un cuento: ¿Uno solo? Un millar podría ser… pero una trilogía para no pasar: “Diles que no me maten”, de Juan Rulfo; “La noche boca arriba, de Julio Cortázar”; y “El milagro secreto”, de Jorge Luis Borges.

Una película: Blade Runner.

Una canción: “Gracias a la vida”, de Violeta Parra.

Un equipo de fútbol: Universidad de Chile, por supuesto.

Una frase: “La literatura para nada sirve. Pero sin ella no valdría la pena vivir”, de Hernando Téllez.

Una ciudad: Aquella donde vaya a realizarse el próximo congreso de microcuentistas.

Una alegría: La publicación de un nuevo libro.

Un deseo: Escribir hasta el último aliento.

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El verdugo – Por Diego Muñoz Valenzuela

El verdugo, ansioso, afila su hacha brillante con ahínco, sonríe y espera. Pero algo debe vislumbrar en los ojos de quienes lo rodean, que petrifica su sonrisa y se llena de espanto.

El Heraldo se acerca al galope y lee el nombre del condenado, que es el verdugo.

 

En: Internacional Microcuentista