A propósito del libro de Manuel Jofré: “Exilium Tremens”
Por Rolando Rojo
A Salvattori Coppola lo conocí en aquella década intensa, profunda y creativa de los sesenta. Década del afianzamiento del triunfo de la Revolución cubana, del primer hombre en la luna, de la guerra de Viet Nam, del “seamos realistas pidamos lo imposible” de los estudiantes franceses, de los Beatles. Y en lo literario, el surgimiento del boom latinoamericano, con la publicación de “Rayuela”, “Cien Años de Soledad”, “La Ciudad y los Perros”. Con el Premio Nobel de Literatura para Miguel Ángel Asturias y un largo etcétera.
Salvattori llegó al Pedagógico de la Universidad Técnica del Estado a estudiar pedagogía en castellano. Venía aureolado con el apelativo de “escritor”, lo que lo hizo merecedor del respeto y el cariño de nosotros, sus condiscípulos y también de sus maestros que, para él, eran sus pares y mantenía un dialogo horizontal con el director y crítico literario, Mario Osses, y con los docentes- escritores, Juan Godoy, Fernando Lamberg, Washington Silva, Luís Domínguez, German Sepúlveda. Para nosotros era un orgullo decir que éramos amigo de un escritor que ya había ganado concursos literarios y contaba con obra publicada.
Salvattori fue un aporte para una Universidad que discutía a fondo la Reforma Universitaria y postulaba un vibrante eslogan: UNIVERSIDAD PARA TODOS.
Coppola organizó charlas, conferencia, mesas redondas y recitales con escritores como Pablo de Rohka, Volodia Teitelboim, Pablo Guíñez, Fernando Carrillo, Juan Gutiérrez y el flamante ganador de Casa de las Américas, Fernando Lamberg.
Requerimientos del gobierno de la Unidad Popular lo llevaron a abandonar los estudios y Salvattori pasó a formar parte de la dirigencia de la CORFO. Después vino lo que todos conocemos: el golpe de estado y el exilio. Dejamos de vernos un largo tiempo.
Debe haber sido a fines de los ochenta cuando nos reencontramos en la Feria del Libro que, en aquel tiempo, se realizaba en el Parque Forestal, al costado del río Mapocho y que era absolutamente gratuita. Ahí encontré a Salvattori vendiendo su novela “El Peso de la Memoria”. Y reiniciamos la amistad interrumpida. Trabajamos juntos en la Escuela de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad ARCIS.
Con la bondad que lo caracterizaba, leyó mis cuentos. Recibí consejos, sugerencias, correcciones y, finalmente, editamos mi primer libro: “como con bronca y junando” en Ediciones Comala, de la serie Narradores Contemporáneos. Salvattori también intercedió para que se publicara mi primera novela “La Muerte de la Condesa Prokofich, en “Mosquito Editores”. Es decir, como reconoce Volodia en su texto “Nunca Adiós, Salvattori Coppola”, somos muchos los que le debemos mucho a Salvattori.
Un día me llamó por teléfono para preguntarme por alguna casa en venta en la caleta de Horcón. Al lado de la mía, estaban construyendo una y se vendía. Salvattori se entusiasmó. Pasamos a ser vecinos. Con cariño y esfuerzo, él, Inés y sus hijos la arreglaron, la ornamentaron, la amononaron. Viajaban periódicamente a pasar algunos días en la playa. Ahí conocí otra faceta de mi amigo: Salvattori era un comunicador impenitente, un amistoso empedernido, necesitaba el contacto con la gente. En menos de un año, conocía a todo el vecindario. Los organizó, les planteó proyectos. Con ayuda del municipio construyó un camino donde sólo había tierra y piedras. Dio recitales en la Municipalidad de Puchuncaví y terminó creando un Taller Literario con los pescadores. Dejó amistades que lo recuerdan con cariño. Nunca reclamó nada, nunca atropello a otros, nunca escandalizó, “fiel al sueño, -como dice Volodia- de ser uno entre los mil millones que quieren que la humanidad sea para todos”.
A propósito del libro de Manuel Jofré, he releído los cuentos de “Cuentimonio e Invenciones” y me convenzo cada vez más de que los textos de Salvattori son imprescindibles. Que deberían estar en los textos escolares para que los jóvenes de hoy conozcan, en profundidad, lo que ocurrió en este país. Su prosa es inteligentemente trabajada, es profunda. Lejos de la lectura fácil, de la prosa epidérmica, exige al lector una concentración permanente, una atención vigilante, un esfuerzo de lector participativo. Los textos de Salvattori se distancian de la literatura lineal, plana, chata a la que nos tiene acostumbrado la literatura que, hoy, recibe los aplausos de los fabricantes de “genios” literarios que eluden hablar sobre el mundo en que están insertos.
Finalmente, quisiéramos decirle: Salvattori, vamos a Horcón a comentar el libro sobre tus libros, a tomarnos un “Carmen Margot” chambreadito y a reírnos con la descripción que hizo Brisso del Rey Búcar . ¿Te acuerdas, Salvattori?
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.