"Esa vieja nostalgia", de Miguel de Loyola

Por Diego Muñoz Valenzuela

Esa vieja nostalgia contiene, en esencia, un conjunto de relatos que abordan el mundo rural, específicamente de la región del Maule, retratando sus personajes ancestrales, su paisaje campesino, ligado a la producción de los bienes de la tierra, con ese espectacular telón de fondo que proveen el Océano Pacífico y el anchuroso Maule.

Fresco como los frutos de la propia tierra maulina recibimos Esa vieja nostalgia, nuevo volumen de cuentos de Miguel de Loyola que viene a sumarse a otros anteriores: Bienvenido sea el día, cuentos, Ed. Mar del Plata. (1991); Despedida de Soltero, novela, por Lom Ediciones. (1999); El Desenredo, nouvelle, Ed. Bravo y Allende (2006); y Cuentos del Maule, Ed. Bravo y Allende (2007).

De aquí se desprende la veta narrativa de nuestro autor, a quien además hay que reconocerle sus dotes de crítico literario, fundadas en sus estudios como Profesor de Castellano en la Universidad Católica, pero sobre todo sostenidas en su incansable actividad como lector. De Loyola viene a ser un lector enfermizo, omnívoro, que es la patología que todo nuestro país requiere contraer para encaminarse al verdadero desarrollo. Es miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile y editor de Ensayo y Crítica Literaria de la página web http://www.letrasdechile.cl, ésta última entidad de cuyo Directorio ha formado parte siguiendo sus oficios de gestor cultural.

También se desempeña como secretario de redacción de la revista literaria Proa, heredera de aquella fundada en 1922 por Jorge Luis Borges, dirigida por el argentino Roberto Alifano. Todo esto lo digo para poner en relieve la macicez intelectual y el quehacer sistemático de Miguel de Loyola en el ámbito de las letras nacionales. Otro gallo cantaría si pudiéramos contar con una legión de Migueles de Loyola multiplicando sus esfuerzos en torno a la lectura y la creación literaria.

Si bien la tendencia que anotaré cruza la obra de Miguel de Loyola, un antecedente relevante es el volumen de relatos publicado hace unos pocos años bajo el título de Cuentos del Maule, homónimo del libro publicado por Mariano Latorre en el lejano 1912 –celebrado escritor de la región y estandarte del criollismo chileno-  referencia que constituye al mismo tiempo homenaje, valoración y señalamiento de camino. Mariano Latorre fue el emblema del criollismo en Chile, un movimiento literario de amplias repercusiones iniciado a comienzos del siglo pasado, y cuyas filas integraron notables escritores entre los cuales destacamos a Luis Durand, Rafael Maluenda, Federico Gana.

Nuestro cineasta más destacado fuera de Chile y localmente casi desconocido –como corresponde  a nuestra naturaleza vernácula, Raúl Ruiz, asevera que la auténtica chilenidad se afinca en nuestros valles centrales y en la vida rural.  Esto ha llevado a filmar varias películas y series ambientadas en el mundo rural, muy distante de la vida de las grandes urbes, donde los rasgos culturales autóctonos se diluyen y tienden a desaparecer.

Tal mundo es precisamente el que De Loyola retrata en sus textos: el cansino universo de la ruralidad del campo maulino, marcado más por el lento el crecimiento de los árboles o la maduración del grano o los frutos, que por la agitada vida citadina. Es en este escenario donde se desarrolla la vida de los personajes, sus conflictos, sus pasiones, donde se revela la humanidad como la esencia de la preocupación literaria, tal como debe ser.

Esa vieja nostalgia contiene, en esencia, un conjunto de relatos que abordan el mundo rural, específicamente de la región del Maule, retratando sus personajes ancestrales, su paisaje campesino, ligado a la producción de los bienes de la tierra, con ese espectacular telón de fondo que proveen el Océano Pacífico y el anchuroso Maule.

Pueblos, villorrios, caseríos, dunas desoladas,  recurren estas páginas con sus nombres preciados o ancestrales: Quivolgo, Putú, Curtiduría, mi querido Constitución natal, haciendo honor a la vocación de nostalgia que da título al libro. Como volumen constituye una mirada global a un mundo que -por desgracia- ha tendido a perder interés para nuestra narrativa actual, demasiado enfocada al exitismo, las ventas y el influjo de la globalización. De ese modo, la narrativa de nuestro autor constituye una valiosa rebelión ante esa tendencia absorbente y aplastante, y un aporte que enriquece la producción de sus coetáneos.

Historias familiares, cercanas y sencillas nos aproximan a la universalidad mucho más que historias recargadas de acción propia de thrillers, lugares exóticos, romances exacerbados o ambientes exclusivos. En estos relatos las paredes están hechas de adobe, las puertas están desvencijadas, el piso puede ser de tierra y el frío viento se cuela por las ventanas hasta empalarnos, y podemos calentarnos las manos en un brasero.

Cada cuento es una visita al mundo que hemos descrito con débiles trazos, pero que Miguel de Loyola pinta con el amplio conocimiento que proviene de la experiencia. Así ocurre con el relato que abre el volumen, Recapitulación, donde la casa familiar se convierte en el punto de partida para desatar una serie de recuerdos marcados por la ternura y la nostalgia. La narración se configura desde el último verano de la Nina, una mujer que vivió ocupada de los demás, brindando generosamente su cariño. La trama, muy simple por cierto, reconstituye la partida de esta mujer que resume el arquetipo de femineidad tradicional de nuestra cultura. El dolor de la pérdida lo suministra el narrador con autenticidad y convicción, configurando un verosímil cuadro signado por la añoranza de un mundo que va desapareciendo junto con arrollador avance de la modernidad.

Historia de un caciquenos ofrece una particular visión de un asunto que ocupa cada vez mayor espacio en la vida nacional, al menos en las discusiones políticas: el reconocimiento de las culturas originarias. En este cuento se nos ofrece la cruda realidad: como un Domingo Catrillanca emigra a la ciudad en busca de mejor fortuna, abandonando el territorio que ama y conoce bien, y se hunde en un marasmo de indiferencia, desigualdad y pobreza que acaba inevitablemente por destruirlo.

El último sobrevivienteviene a ser la epopeya trágica de un típico comerciante de barrio cuyo negocio va siendo aplastado por la competencia desigual de un hipermercado postmoderno. Don Pepe hace esfuerzos por salvar su negocio, último baluarte de una tradición que va sumiéndose en el olvido. El viejo almacén constituía una especie de micro núcleo social, donde las personas acudían a conversar,  a compartir sus penas y esperanzas, y también a utilizar el consabido crédito expresado en una libreta donde se anotaban las compras y se pagaba cuando era posible. Indulgencia, paciencia y sentido social eran las características de aquel crédito remoto, incomparable con la avidez e inclemencia del comercio masivo.

En otros cuentos asoman la sombra del exilio y la consecuente nostalgia de la tierra natal (¿qué otra cosa puede ser la patria sino eso, la tierra natal?), el desencuentro de las parejas y las dolorosas rupturas, el abandono de una anciana solitaria en un pueblo retirado, los primeros amores juveniles cargados de lujuria. También la imaginación y la muerte nos esperan agazapadas para sorprendernos, como Esa vieja nostalgia, que da título al libro, y nos regala un aire enigmático y claramente fantástico.  Asimismo la fantasía, el delirio y el crimen afloran juntos y potenciados en un curioso relato denominado Muerte en la playa.

Según la experiencia de vida del lector, el narrador nos llevará de vuelta o de visita a un mundo poblado de catres de bronce, botes a remo, resonar de cascos sobre adoquines, huasos bien apareados cabalgando y levantando polvaredas, techo de tejas y largos corredores, sumergiéndonos en la nostalgia por un mundo cada día más lejano y entrañable.

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Diciembre 2010

 Esa vieja nostalgia, cuentos, Miguel de Loyola, Bravo y Allende Editores, 2010.