Por Roberto Rivera V.
La lectura y la escritura, son actividades humanas relativamente recientes. En el 1400 a.C. encontramos recién el primer alfabeto llamado Ugarítico, el cananeo entre el 1300 y el 900, y el Griego hacia el año 700 a.C.; entre uno y otro la escritura ha pasado del período pictográfico al ideográfico y de este al simbolismo de los jeroglíficos.
En estos períodos la imagen es parte del signo, se entrecruza y directamente interviene el significado; sin embargo, nadie podría considerarla como hoy, un peligro o amenaza para la supervivencia de la lectura y la letra.
En directa relación a la evolución de la escritura en piedras y cera, a los papiros y rollos se desarrolla el códice, esta escritura original o manuscrito que viene a tomar cuerpo recién en el S. IV d.C. Han transcurrido varios siglos entonces para que ello sea posible y luego otros tantos para encontrarnos con el desarrollo de la imprenta, que es cuando la lectura se puede masificar y transformar su morosa práctica en un placer individual y social, que dinamiza este proceso comunicacional que va de la creación y la edición, al lector y el crítico – y en una suerte de sentido común de época – establece un canon o lecturas modelos que, al decir de Harold Bloom, lo encabeza Shakespeare y el Pentateuco, sorprendiéndonos al aseverar que, este habría sido escrito por una de las esposas o favoritas de Salomón, de origen Hitita, quien supo con su genialidad penetrar las capas más profundas del inconsciente y la espiritualidad.
Este placer que brinda la cultura y la modernidad – un placer no exento de sacrificios, en el cual su aprendizaje que exige desde destrezas neurológicas, físicas y corporales, a la adquisición de códigos y el ejercicio de la inteligencia y la memoria – fue durante siglos patrimonio de escogidos, en torno de los cuales se formaban grupos y hasta no hace mucho en nuestro Chile, la familia reunida en torno de quien leía las noticias como registro de cuando la lectura fue un hecho social.
El proceso que acompaña la lectura intensiva, pocos libros muchas veces, la biblia, almanaques, a la lectura extensiva, muchos libros una vez, corresponde al desarrollo vertiginoso, que nos trae del medioevo a la modernidad y a la post modernidad, donde ya emerge la cultura de masas y de la imagen, el cine, la televisión, la inmediatez de las comunicaciones, el computador e internet. De allí en más una merma constante de lectores parece ser la norma que acompaña paradojalmente una superproducción de libros de ficción.
Se encienden las alarmas, las instituciones y hasta el Estado, se ocupan del problema, con políticas que la realidad día a día se encarga de ignorar y desconocer.
¿Qué es lo que ocurre? Eso es lo que intentaremos desentrañar.
Estadísticas recientes indican que se publicaron 978 libros de ficción literaria equivalentes a un 31,04% de lo publicado en un año en el país, de ellos 236 correspondían a poesía chilena con un 35,65% de lo publicado en el área y ocupaba un 7,49 % de las publicaciones totales del país; de aquellos 978 libros de ficción, 214 títulos correspondían a narrativa, llámese cuentos, ensayos o novelas, con un 32,33 % de las publicaciones literarias y un 6,79% de las publicaciones totales del año.
Estas cifras que la Cámara Chilena del Libro maneja como un gran éxito editorial, lamentablemente no se condicen con la lectura de estos mismos textos. Efectivamente en 1990, los lectores permanentes de literatura y de ficción llegaban a 10 mil, y hoy no superan los 2 mil, es decir, pese a las políticas y esfuerzos del Consejo del Libro y a las autoridades relacionadas con la lectura y la educación, la cantidad de lectores disminuye dramáticamente año a año.
Sin ánimo de desdeñar la lectura útil y práctica, queda excluido de este análisis, ese otro porcentaje de libros publicados que alcanza un 68,96% anual, correspondiente a textos legales, políticos, filosofía, de educación y autoayuda, de ciencias e ingeniería, agricultura, religiosos, esoterismo, etc. etc. que excluiremos por escapar, al menos en su intencionalidad, del carácter de ficción que es el tema que nos ocupa, y a los cuales, pese a su utilidad no nos referiremos. Igualmente queda fuera de este análisis el libro de ficción “informal” o “cunetero” que se vende y distribuye en las ferias de chucherías y de supervivencia, de los cuales no existen estadísticas ni de sus ventas, ni del heroico lector que corre el riesgo de ser detenido y multado por acceder a la lectura a un cuarto del precio del mercado formal de librerías.
El primer enemigo de la lectura en nuestro país es, sin lugar a dudas, el precio del libro, grabado además con un 19% de IVA, es decir, cada niño que nace en nuestro Chile bicentenario, ya debe el 19% de lo que leerá, del caudal de sus lecturas futuras…Paquete literario de por medio, este es el marco de exclusión de partida, luego viene el resto de consideraciones.
La lectura de ficción, frecuentemente a lo largo de toda su existencia, ha sido considerada como un peligro, amenaza que hoy no pareciera ser determinante en el fenómeno que estudiamos; sin embargo y pese a ello, José Miguel Ibáñez Langlois, figura del Opus Dei, señala “ es un cuidado general en el Opus Dei…en cuanto a qué leer, para no leer antes de tiempo cosas que le hacen mal a su alma y para las cuales no están preparados. Lo que hace el Opus Dei es orientar lecturas ¿Hay libros prohibidos? Le pregunta la periodista M.O. Mönckeberg. No – replica – pero la palabra prohibido es una palabra muy desagradable también. Hay libros que están desaconsejados para tal persona en tal momento de su vida…para el caso, Ibáñez Langlois teme al poder de seducción de Niezstche, uno de los filósofos más literarios, pero teme también a la literatura, así como temieron el cura y el barbero de los libros del ingenioso hidalgo que lo arrastraron a la locura, haciendo una purga memorable…”Pidió las llaves a la sobrina y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volviose a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo…rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros”…de aquella purga, se salvan los cuatro tomos de Amadís de Gaula, por ser el primer caballero andante y el mejor, pero “Las sergas de Esplandián” hijo legítimo de Amadis no…”que no le ha de valer al hijo la bondad del padre – dice el cura – Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que ha de hacer”. Así como este barbero y el cura, como Ibáñez Langlois, así también muchos generales defendieron a sus pueblos del poder encantador de la literatura, como muchos padres también protegieron a sus hijas, maridos y novios alertas, y madres que vieron amenazado el futuro de sus hijos, en resumen, todo el espectro social y familiar fue amenazado o se ha visto amenazado por la ficción literaria. Pero, ¿cuál sería esta amenaza? Pareciera que el carácter de verdad demostrada que portan los motivos literarios, la verosimilitud, esa verdad particular que se hace universal, tendría un poder de seducción irresistible, los caballeros andantes para el caso del ingenioso hidalgo, una vida atractiva e interesante para Emma Bovary, y así, cada obra valiosa (verosímil) portaría un mensaje, un motivo del cual sería difícil escapar por su fuerte carga portadora de verdad, y en realidad lo es, por ello los escritores, los verdaderos escritores no temen la lectura, antes al contrario y abrevan en todos los manantiales, desarrollan espíritus amplios y fuertes, por lo cual el peligro que acecha, que verdaderamente acecha, es el fundamentalismo, la ceguera del fanático, la visión sesgada, la mala fe, de quienes estrechan el ángulo de visión y la inteligencia, en una suerte de jibarización intelectual, que prohíbe y censura.
Sin embargo, y pese a ser portadora de un mensaje peligroso, no es fundamentalmente por este latente peligro que la literatura haya perdido lectores y adeptos.
La lectura de ficción, entre sus características principales, somete al desocupado lector a una suerte de reescritura de los textos con sus propias vivencias, de modo tal que también el lector se vuelve un creador, que genera para sí la propia seducción del texto que lee, circularidad que lo hace cómplice y a la vez lo lleva – junto con leer – a vivir la obra. Esta cercanía, entre narrador y lector, genera una identificación entre ambos que anula todo “peligro” incluso la conciencia de que este exista. De pasada, este lector adquiere un conocimiento de sí mismo que por ninguna otra vía podría alcanzar. Areas profundas de la personalidad quedan al descubierto y un tipo o forma de meditación se abre paso, una meditación que no viene de la razón, sino desde la delicadeza de los sentidos que, con Marcel Proust por ejemplo, alcanza profundidades del espíritu que desconocíamos: “El caso es que cuando yo me despertaba así, con el espíritu en conmoción, para averiguar, sin llegar a lograrlo, en donde estaba, todo giraba en torno a mi en la oscuridad: las cosas, los países, los años.”
>Pero Marcel Proust ya no existe, sin embargo, puedo dialogar con él y, como decía Francisco de Quevedo, puedo “escuchar a los muertos con los ojos”. Los Incas compusieron una bella imagen también para el lector, al ver leer a los invasores, dijeron que estos “conversaban con papeles”.
La palabra escrita y su prestigio también está asociada a un carácter sagrado, en las religiones del libro por ejemplo, judaísmo, cristianismo y el Islam, en las cuales, el libro mismo es carne de lo dicho, porque son sagrados en el todo y en cada una de sus partes, en la estructura y composición, hasta la palabra que abriría todas las puertas, que por más símbolo que sea, lo materializa, lo hace ver a través de una unidad de lenguaje y voz.
Pese a este prestigio antes señalado y a que la lectura puede considerarse como un capital atesorado consistente en conocimiento y distinción, en libertad de pensamiento y elección, los lectores no cesan de disminuir. Los motivos son diversos y de distinta naturaleza y origen, en la base de todos ellos, encontramos un mundo que cambia vertiginoso, desde la irrupción de la televisión al computador y la Internet; con ello la cultura de la imagen se sitúa en el centro de la producción y superproducción para el mercado del tiempo libre y la entretención, un mundo en el cual el artista no es el demiurgo que conecta con lo celeste y el infinito, sino un fabulador que produce para el mercado de la entretención, es decir, la relación antes de identificación, narrador vs. lector, se ha profanizado en una suerte de promiscuidad creativa – receptiva, sin grandes aportes a la tradición productiva de ficción. Por otra parte, atenta también contra la lectura, el carácter del tiempo, en el cual la velocidad el dinero y la inmediatez tecnológica del correo electrónico y el celular, imponen una pauta de tiempo libre, y una calidad del mismo, diametralmente opuesto al de los procesos productivos de 30 años atrás y a la psiquis que lo acompañaba, ampliándose las jornadas laborales de manera incluso voluntaria a tiempos que impiden toda relación con la lectura y el libro de ficción, una suerte de relación en permanente carencia con la familia y con los propios afectos.
Otras son, entonces, las necesidades y las disposiciones que constituyen este nuevo sujeto producto del sistema internacional del capitalismo, un sujeto caracterizado por el síndrome de la fragmentación, volátil y flotante, poroso, descentrado, proclive a asumir identidades diferentes, y para el cual, la lectura de ficción le resulta como una supervivencia de costumbres inútiles y añejas, lentas horas perdidas en el limbo o la nada sin efecto práctico alguno, por tanto descartable. Este sujeto esencialmente práctico, este target, que desdeña toda otra lectura también, incluso la práctica, se nutre de breves papers o resúmenes y ve enormes cantidades de cine por video y televisión, cine fluido y rápido, hablamos de un profesional moderno; en las antípodas, los marginales que carecen de todo y por supuesto de literatura también. En ambos casos, entre el stress de la producción para el mercado y la dramática picaresca del eterno cesante, la ficción narrativa queda como un lujo de iniciados, individualidades que se desprenden de la arrolladora máquina moledora cotidiana y se sumergen en el ritual de volcar la hoja, y componer con sus propias vivencias la sinfonía que las palabras hilvanan, los mundos imaginarios que sustentan el mundo real. Porque el mundo real es en grado sumo semejante y congruente con el imaginario social dominante, que si este es estrecho y miope, estrecha y miope será la realidad, en tanto no se abran las compuertas de la imaginación generosa y la solidaridad del que convida afectos, ideas y ganas, el creador encarnado en el cuerpos social, como lo fue “Rayuela” de Julio Cortázar, “El vaso de leche” de Manuel Rojas, o “Coronación” y “El obsceno pájaro de la noche” de José Donoso.
“Chile quiere leer – aseveraba no ha mucho quien fuera nuestra presidenta y más bien corregía – pero también debe leer (…) porque el libro es el principal instrumento de la cultura y debemos fomentar este hábito en nuestros hijos. Por eso como gobierno nos hemos comprometido a que para el 2010 exista una biblioteca de calidad en cada comuna del país y también a que trabajemos en el plan nacional de fomento a la lectura.”
En parte importante lo dicho se ha cumplido, pero los lectores disminuyen por igual. Este fracaso que no es sólo nacional, se debe en parte a los cambios tecnológicos y civilizacionales que sufre el mundo, cuyos parámetros difieren con la morosidad que se articula la ficción, a la aparición de nuevos medios de diversión y entretención, la TV, el DVD, el MP3 y 4, la blackberry, los multicines y al carácter de evento y producción que toma o que se tiñe todo acto cultural, respondiendo más bien al resultado fácil y a la multitud, en una suerte de epidermismo que no compromete la fibras íntimas o se ampara en la histeria colectiva; arte en serie, artistas en serie, descarta, álbumes descartables, libros descartables, de temporada como la ropa, fenómenos pasajeros, inventados y producidos al efecto, generando un descrédito que el honorable intuye como pasajero y falso, pero es lo que hay, como se dice hoy, y detrás, sin duda una concepción que evita encontrarse frente al espejo, “la utopía realizada del liberalismo”, así lo expresa la escritora y ensayista uruguaya Josefina Ludmer, ya no rige la lógica del campo literario ni el criterio de valor. Tras de ello, también subyace una concepción ideológica sobre la lectura de ficción, que la evita a partir de su precio, de gravarla con impuestos, de volverla invisible, de ocultar y transparentar sus mensajes y sumirla en fanfarria y papilla chatarra, lejos, muy lejos de la sensibilidad y la inteligencia.
Bibliografía:
– “El canon occidental” Harold Bloom.
– “El imperio del Opus Dei” María Olivia Mönckeberg.
– “Por el camino de Swan” Marcel Proust
– “Elogia de la Lectura” María Eugenia Góngora. U. De Chile.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…