Terremoto y maremoto en Chile

Por Miguel de Loyola 

La fuerza de la naturaleza sigue siendo superior a la del hombre. Podemos preguntarnos si algún día lograremos vencerla, o al menos aplacarla o prevenirla con la ayuda de la tecnología. En Chile, todavía parece un sueño imposible. Fallaron los sistemas de comunicación en pleno siglo de las comunicaciones, de las comunicaciones inalámbricas por doquier.

En un momento en que vía onda celular parecían cubiertos todos los espacios, acortando las distancias de esta larga franja extendida hacia los confines australes, acercando esos mundos distantes de la centralidad capitalina, tan propia de los países del tercer mundo. El terremoto de 1928 echó abajo las ciudades de Talca y Constitución, del mismo modo implacable como lo acaba de hacer ahora, ochenta y dos años más tarde. El avance tecnológico alcanzado a la fecha, no ha servido para prevenir el pavoroso movimiento o reacomodo de las placas del globo terráqueo. Menos aún para atajar las violentas marejadas del majestuoso Océano Pacífico, por siempre enfurecido con este extremo del continente. Gigante atronador que azotó las costas del Maule llevándose en sus aguas pueblos completos hacia la inmensidad de sus entrañas, sin darle tiempo al hombre para salvaguardar sus bienes más preciados, sin darle a muchos la oportunidad para despedirse de sus seres queridos y de su paso por este mundo maravilloso e inexplicable. Sus cuerpos inertes quedaron algunos flotando en las aguas ahora tristes del Maule, pero a los más se los tragó el mar insaciable y misterioso como catacumba impenetrable.   

En 1928 Talca y Constitución pasaban por ciudades prósperas, acaso tanto o más prósperas que en la actualidad. Talca, entonces todavía ciudad terminal de ferrocarril, con tranvías en sus calles, de allí salían los trenes al sur del país provenientes de Santiago. Constitución florecía todavía bajo el alero de sus astilleros y su marina mercante. Hoy la agricultura y la forestación le han dado nueva vida y mayores progresos a la zona del Maule. Sin embargo, las implacables fuerzas de la naturaleza le han dado un golpe tan contundente como el de hace cien años. Nada ha cambiado, la energía de la destrucción sigue prevaleciendo bajo sus capas subterráneas, igual como el inconciente destruye a veces los logros de la inteligencia sin que las sociedades civilizadas logren hacer nada para detener la barbarie. Pero habrá que seguir viviendo, levantando otra vez las ciudades con la misma energía, con el mismo valor con que el hombre de todos los tiempos ha reconstruido una y otra vez el mundo sobre la faz de la tierra, con la misma ilusión de inmortalidad, con el mismo ímpetu fervoroso de los seres llamados a la vida, cualquiera sea su situación y circunstancia. Porque el llamado de la tierra es superior a todas las fuerzas de la naturaleza, y ningún maulino descansará mientras no vea a sus pueblos otra vez levantarse.

Las imágenes mostradas por la prensa y la televisión son un pálido reflejo de la realidad particular, individual, del deterioro interior de los bienes de sus habitantes, de su patrimonio y de sus sueños despedazados por la fuerza del cataclismo. Talca y Constitución parecen hoy ciudades bombardeadas tal y como en 1928, tal y como aquellas ciudades aplastadas durante la Segunda Guerra Mundial por bombas racionalmente programadas para destruir. Pueblos y ciudades levantadas ayer a pulso por sus habitantes, por el deseo, por la necesidad, por el llamado a la vida. Todavía muchas casas de barro con techumbres de greda en nuestros suelos del Maule. Autóctonas construcciones levantadas con materias primarias. Tierra, paja, agua. Capaces de resistir los embates normales de la naturaleza, y dar cobijo y hogar a la familia chilena durante siglos, pero vulnerables ante las impulsos irracionales e imprevisibles como los terremotos y maremotos. Construcciones que guardaban y seguirán guardando en el futuro los sueños de una nación.

El 1° de diciembre de 1928 las ciudades de Talca y Constitución junto a cientos de pueblos aledaños se desplomaron ante la fuerza implacable de la naturaleza, pero volvieron a levantarse con la fuerza y la tenacidad de los maulinos, para volver a desplomarse ahora por las mismas causas en el verano del 2010. No hay dudas en que la historia volverá a repetirse, volverán a levantarla con esa tenacidad y valor que caracteriza a sus habitantes. Chile no se rinde, Chile seguirá avanzando a pesar de las inclemencias, a pesar de su trágica ubicación geográfica, a pesar de su aislada posición en el continente americano, territorio atrapado entre mar y montañas, porque es una nación que lleva en la sangre la fuerza y la voluntad de sus invencibles antepasados, y la fortaleza anímica de las nuevas generaciones capaces de heredar las tradiciones que hacen grandes a los pueblos de esta tierra. El Maule no se rinde, el Maule está en pie en la entereza anímica de los mauchos. ¡Viva Chile, mierda!, como dijo el recordado Fernando Alegría en su poema inolvidable.