“…Mientras me queden algunas historias
por volcar al papel, no intentaré zambullirme
en las aguas revueltas de esas memorias.”
Poli Délano
Ahora que vamos para viejos nos ponemos reflexivos y más memoriosos que antes. ¿Será que iniciamos una despedida? Hace un par de años que busco diarios y testimonios de escritores, y también de intelectuales especialistas de la historia o de la filosofía, que sepan escribir, como Hobsbawm, por ejemplo, que nos habla lúcidamente del “corto siglo veinte”, protagonista y crítico, a la vez; como Bukowski y Buñuel, como el extraordinario Sandor Marai… (A Winston Churchil le obsequiaron con el Nobel de Literatura por sus memorias de guerra, que valen lo suyo, sin duda, aunque estén lejos de constituir obra literaria de excelencia, pero la Academia Sueca, ya se sabe…)
A propósito de omisiones flagrantes, si Borges no escribió sus memorias en la tradicional forma de diario cronológico, su Autobiografía, dictada en inglés a su colaborador y traductor Norman Thomas di Giovanni durante los primeros meses de 1970, fue publicada en 1999, con ocasión de la feria del libro de Buenos Aires. Constituye un documento de lectura ineludible para aquellos que deseen internarse en la visión íntima de quien creara algunas de las páginas de la literatura fantástica más memorables de este siglo. De hecho, se trata del texto más extenso que escribió el argentino de la biblioteca infinita.
En Chile contamos con “Pretérito Imperfecto” (acertada conjugación de título) de Hernán Díaz Arrieta, “Alone”, y con el diario de nuestro querido Alfonso Calderón, “El Vuelo de la Mariposa Saturnina”, publicado hace cinco años. Ambos testimonios –el de Alone y Calderón- discurren entre la existencia íntima y la vida literaria, aunque esta última resulte más importante y trascendental para estos autores que vivieron escribiéndose a sí mismos entre los libros que leían y desmenuzaban con infinito amor y paciencia iluminada. También está el Diario de Luis Oyarzún, fino, evocador y poético (un tanto relamido, según el Chico Molina), que nos muestra al hombre tras la belleza inasible de los días pretéritos; y no podemos olvidar a Luis Sánchez Latorre –el maestro Filebo- y su “Memorabilia”, donde los recuerdos se engarzan a través de la crónica literaria, otra forma de construir un buen diario de vida.
Preciso es reconocer que los escritores siempre hablamos de nosotros mismos, que poseemos un yo grande o inflamado de egolatría compulsiva y lo vaciamos en la página en blanco, sea con los disfraces de la ficción o con los artilugios de la metáfora. (Ya es un tópico la sentencia de Flaubert: “Madame Bovary soy yo”) También preparo, sin pudor, mis memorias y las he bautizado ya como “El Libro de los Anhelos”, pero no voy a hablar de mí ahora –excúsame, indulgente lector-, sino para celebrar las “Memorias Neoyorquinas” de mi buen amigo e insigne narrador chileno, Poli Délano.
Porque si de recuerdos hermanados se trata –vitales y literarios- me remonto a veinte años atrás, en Buenos Aires, cuando Poli Délano viajó a la capital argentina para entregarme su solidaridad real en momentos existenciales harto penosos y difíciles para mí, sumido en una suerte de exilio financiero y sentimental. El reconocimiento y las gracias sean dados a este amigo leal y acabe aquí, en punto final, mi auto referencia extemporánea.
Seix Barral, Biblioteca Breve, junio 2009, “Memorias Neoyorquinas”, primer volumen de memorias de Poli Délano, libro que he recibido en su presentación, 13 de agosto 2009, en la Casa del Escritor, cuando el fecundo narrador nos adelantara, en cálida lectura: “¿Por dónde comenzar? Quizás por la infancia en México, el tiempo vivido en la Quinta Rosa María, con el matrimonio Neruda-Hormiga, el tejón que casi me mata una mañana, las arañas, los viajes, las primeras amistades en el colegio, el miedo a los ‘robachicos’, las lluviosas tardes de tarea y tango desde una pequeña radio de madera, Cristal, Tarde gris, Griselle. O tal vez por los desafíos de la violencia que era preciso acatar para el acceso a las calles de Nueva York, los regalos de la cultura al alcance de la mano, el Central Park y los primeros besos…”
La vieja Sociedad de Escritores de Chile –esclerotizada en ciertas épocas de corto vuelo- rejuveneció en la hora vespertina del 13 de agosto, con una celebración de libro poco usual. Mario Valdovinos articuló un acto breve e intenso, con testimonios del autor extraídos de su libro, con canciones de una poetisa de honda voz, acompañada de fino guitarrista… Poli estuvo como siempre, moviéndose entre la soltura de sus monólogos, aderezados con oportunos mandobles de humor; hasta se dio mañana para entonar un blues que no figuraba en el programa. Era una voz que extrajo de sus días de Nueva York, cuando se enamoró de Renee Bacall…
El libro se desgrana, en doscientas páginas, según la maestría narrativa de Poli Délano, como historia hecha de varios relatos personales, desprovista de toda pretensión ególatra, con su estilo directo, heredero de esos narradores norteamericanos cuyo influjo le marcaría para siempre, librándole del peso de una literatura chilena de profusa adjetivación –herencia hispana de terco barroquismo-, o de tendencia recurrente a la cursilería eufemística, a través de la cual han querido expresarse muchos poetas frustrados de nuestro medio, comenzando por algunos críticos a la violeta que incurren latamente en los vicios que ven como paja en el ojo ajeno.
Hijo de dos conocidos intelectuales chilenos: el escritor Luis Enrique Délano y la fotógrafa Dolores Falcón, Poli nació en Madrid, en 1936, poco antes de que estallara la Guerra Civil Española. Su nacimiento iba a ser el preludio existencial de una vida constante de viajes, exilios y peregrinaciones, experiencia que se uniría a la palabra escrita, como destino inexcusable y oficio permanente, sin vacilaciones ni dudas vocacionales, bajo la mirada atenta, llena de camaradería, de su padre y de la compañía protectora de su madre. Destaca nuestro memorialista que ambos le dejaron moverse y desarrollarse en un ambiente de libertad en la acción y de tolerancia y amplitud de miras en las ideas, sin esa aprensión neurótica que suele rodear a los hijos únicos.
Desde aquella adolescencia neoyorquina, Poli Délano conoció a significativos personajes de la vida intelectual española, europea, latinoamericana y chilena. No en balde Luis Enrique, su padre, fue lúcido escritor, periodista, pintor y diplomático, trashumante por impulso atávico y necesidad circunstancial. Este contacto, que iría ampliándose a través de la vida de Poli, no menoscabó para nada su natural sencillez, esa rara mezcla de franqueza a toda prueba y candor asertivo que ha volcado en sus cuentos y novelas, como quien se interesa por sus personajes, entendiéndolos y amándolos, sin juzgarlos de acuerdo a cánones preestablecidos ni a moralinas al uso, sino mostrando sus peripecias para que seamos capaces de vivir a través de ellos, o que nos vivan, como ocurre infrecuentemente con los buenos libros.
De Nueva York a Santiago de Chile, a la casa de Ñuñoa, donde “vivimos mi madre y yo… después de casi diez años de lejanía… Llegar a Santiago… era como una relegación a la provincia más remota y modesta. Una aldea de un piso surcada por tranvías con acoplado, acequias de riego deslizando su corriente al borde de las aceras, niños jugando al trompo o a las bolitas. Pero la aldea tenía su encanto. Montañas nevadas, mucho árbol, sobre todo el barrio de Ñuñoa, lugar de ñuños”.
Vendrán los días del Pedagógico, a comienzos de 1954, cuando Poli Délano inicia sus estudios de Pedagogía en Inglés, carrera que elige, lúcidamente, sobre la base de su experticia en la lengua de Hemingway, lo que va a permitirle el menor esfuerzo académico y la dedicación exclusiva a ese amor que recoge toda su fidelidad: la literatura. Esta primera parte de sus memorias termina con la estancia en Pekín, en la China de Mao Tse Tung, y el regreso a Santiago de Chile después de una breve incursión en París…
He leído “Memorias Neoyorquinas” en una noche, sin poder abandonarlo. Me quitó el sueño y aventó el cansancio de mis tediosas horas contables. Era como escuchar la conversación viva de Poli Délano, como revivir diálogos de hace un cuarto de siglo… Quedé, no obstante, con “gusto a poco” y si algo tuviera que criticarle al autor, es lo escueto de su discurso memorioso, especialmente en la tercera parte, a ratos simples pinceladas de cronista acelerado… Le sugiero que en su próxima entrega se explaye más, que no sea egoísta con sus recuerdos, porque ya van dejando de ser suyos, nos pertenecen, como amigos, como lectores, como compañeros de ruta.
El día 13 de agosto fue un buen día y un número de feliz vaticinio: el venidero 2010 debiera obsequiarnos –a él y a nosotros- con el merecido Premio Nacional de Literatura para Poli Délano.
Amén.
Edmundo Moure
Ñuñohue
Agosto de 2009
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…