Por Jorge Marchant Lazcano

Tenía alrededor de 35 años cuando Sonia Fuchs me llamó a escribir guiones para el Área Dramática de Televisión Nacional. Eran tiempos difíciles.

Ni siquiera a María Izquierdo, por entonces su nuera, pudo Sonia salvar de la guillotina de los milicos infames e ignorantes que manejaban el canal. Así y todo, escribí junto a Nestor Castagno, «La Villa» y «A la sombra del ángel», que me gustó particularmente por transcurrir en tres épocas. Después pasé a las ligas mayores (¿se dice así?) con «Bellas y Audaces», con un elenco de mujeres bellas, audaces y queribles como Luz Jiménez, Silvia Piñeiro, Sonia Viveros, Lucy Salgado, Gaby Hernández…, y hasta Nydia Caro en los capítulos finales.

Y llegó la democracia. Y nosotros apostamos por «Volver a Empezar», la teleserie más infravalorada en la historia de nuestra televisión, según la opinión de expertos. Jael Unger, una escritora que volvía del exilio, Claudia di Girolamo por primera vez en TVN, y hasta el lujo de tener a María Cánepa en el elenco.

Eran otros tiempos. Creía que las teleseries podían ser vehículos para transmitir ideas propias, un nuevo género más popular. Pero no era así : entramos en las comedias de los 90 con «Trampas y Caretas», «Rompecorazón» y la pantalla se iluminó con el rostro fresco y rebelde de Carolina Fadic.

1995, «Estúpido Cupido» y a mi me cae un rayo encima como el que fulminó al avión de Air France en el Atlántico, claro que yo, cojeando, sobreviví. Sobreviví a los nuevos tiempos, a los nuevos equipos de guionistas. Pude seguir leyendo proyectos, dando ciertas veladas opiniones, más de alguna vez presentando proyectos, renovando año a año mi contrato, siempre pensando que aquello tarde o temprano terminaría.

Y terminó. La espada de Damocles me atravesó la espalda, y vino de la mano de María Elena Wood quien en dos líneas, en un miserable mail, me dio las gracias por mis servicios a TVN, y fuera…

¿Dónde quedaron – me pregunto – esos casi 25 años? Nadie del Área Dramática tiene una palabra de despedida.

A la calle, como suele sucederles siempre a los escritores de nuestro país cuando ya no los necesitan.

Ahora tengo 59 años, y aunque sea un poco tarde, he aprendido otra lección.

Junio del 2009.