Por Artemio Echegoyen
Una madre que pierde la memoria entrega a su hija una carta que es un sobre vacío. ¿Para quién es la misiva? Escalofrío, y es que en estos relatos cortos o muy cortos (es que está de moda), Max Valdés, quien era niño para el golpe de 1973 (eso dicen en la solapa), parece estar buscando la nada.
Nada de recuerdos, o su pérdida atenuada por una esposa que desciende a los sótanos mental-arquitectónicos del marido. Cuerpos sin alma, almas sin cuerpo, finales de épocas: una ausencia incómoda llena estas páginas. Se dice en «Reprimenda»: «La mañana en que su madre le levantó el castigo, el niño ya había desaparecido dentro de la habitación en tinieblas». Sin que se oyera, diríamos, «Ni un rumor en la oscuridad», título del delgado volumen. Valdés aborda el vacío de modo frontal, a veces un poco obvio, en el sentido de que no queda otra, y en ese talante adivinaríamos un carácter capaz de lanzarse atado a una cuerda elástica desde un puente. Tal vez no sea el caso. Tal vez se lanzare el autor, más bien, a los abismos del útero que le dio origen. Cómo, si no, interpretar la ubicua figura materna que o bien se va al olvidarlo todo, o bien es émulo benéfico de la muerte para un prisionero fusilado. Esto último se ve en el paralelismo lineal del cuento «La segunda dimensión», donde si hay que morir, no está mal volver a ser niño y que la muerte sea, como pensaban los griegos, la hermana más grave del sueño, en los dedos de mamá.
Desarrollo iracundo de una reyerta conyugal: he ahí la sustancia de «Tres volantines», tras cuyo final el esperanzado lector desea creer que «vulnerable» puede ser sinónimo de «copulable», y no de otra cosa (igual es muy improbable, pero nos duele la disolución de los matrimonios, sobre todo si hay niños de por medio). Los padres-varones reciben aquí, también, lo suyo, al menos el de Franz Kafka, anciano a quien se le augura una vengativa putrefacción no paradisíaca.
Paraísos citadinos cree hallar un conductor de automóvil que de manera recurrente se interna en un túnel, hasta que el cántaro al fin se rompe. Los protagonistas de Valdés suelen desafiar al mencionado vacío. Juegan con un fuego tremendamente fatuo, metafísico incluso. En otra página un hombre parece mutar cada día, según la imagen que ve en el espejo; pero probablemente es su extrañeza intrínseca respecto a sí mismo, de modo que el contínuum de su identidad se transforma en una secuencia discreta. Alienación, sí, alienación. La lectura de este libro no es recomendable para quienes padecen debilidad de carácter.
NI UN RUMOR EN LA OSCURIDAD
Cuentos
Max Valdés
Mosquito, 2007
60 páginas
En: La Nación
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…