Por Juan Mihovilovich
“La valentía consiste en decir o hacer algo en el momento oportuno. Lo demás es remordimiento o acomodo.” (Heredia, pag. 187)
De nuevo Heredia, el personaje desmitificador de la sociedad chilena, arremete con una historia que nos obliga a escudriñar ácidamente en el pasado reciente de nuestra vida nacional.
Ahora, el centro de su investigación lo constituye el crimen de un individuo que sobrevivió a los horrores de la dictadura militar y que, recuperada la democracia, se vincula a organismos de derechos humanos para no olvidar la tragedia personal ni colectiva y respecto de la que asume un rol activo en las “funas,” que surgen como paliativo de la débil justicia institucional, incapaz de desentrañar el hilo de una madeja demasiado enmarañada, ya sea por simple abstracción u olvido de su misión verdadera.
Heredia, el detective solitario, culto y desengañado de la realidad cotidiana asume que tiene entre sus manos un extremo de esa madeja y que deberá inmiscuirse, nuevamente, en los propósitos oscuros de una trastienda manipulada por resabios de un militarismo autoprotegido, crípticamente ramificado, donde se mueven, efectivamente, las piezas de un tablero ignorado: allí cada jugada tiene un sello distintivo, una causa y un destino turbio que expande la codicia ciega amparada en la supuesta necesidad de sobrevivencia.
Estamos en presencia de una incursión necesaria por los vericuetos de una sociedad con doble fondo. Heredia nos retrata con crudeza el torvo mundo que habitamos: agentes de inteligencia u oficiales en retiro que buscan acomodarse a una realidad que ahora les parece hostil y donde la conciencia aguijonea fugazmente, remordiendo una existencia desolada y miserable, marcada a fuego por hechos de los que fueron actores y autores, cómplices o encubridores por acción u omisión o, por último, testigos obligados de aberraciones sin límite. Y aquello, con la mirada retrospectiva del hoy: todos insertos en un país que ha sido transformado, desde el simple paisaje arquitectónico hasta los más profundos cimientos de nuestras interioridades.
La tortura, como forma de control y dominación de opositores, se nos revela con dimensiones ignominiosas, no por lo que el relato expresa, sino por lo que insinúa, por las pausas o silencios que los personajes evidencian, por el cálculo con que adecuan sus respuestas como si permanentemente avanzaran por un terreno minado, sobre el que se erigieron antiguas persecuciones, obstinados apegos a doctrinas férreas e impositivas donde el don de mando era el leit motiv de un poder omnímodo, virtual y secreto.
Sin embargo, he ahí el tejido subterráneo de la historia pública: bajo los deleznables estropicios físicos ejercidos, se fueron encadenando, inevitablemente, los eslabones de una verdad siniestra que dibujó el mapa político y social del Chile próximo. Indudablemente, el develamiento de ese entramado es uno de los mayores méritos del universo herediano. Intentar resolver un asesinato conlleva siempre una mirada en perspectiva: detrás de la víctima está el entramado. Tras la huella criminal surge la atmósfera opresiva de quienes hicieron de la muerte una forma de vida, como cruel contrasentido.
Y es en medio de ese caos sobre el que funcionan las, aparentemente, derrotadas estructuras del pasado. Luego, resolver la ecuación criminal es para Heredia –y por ende, para el propio lector- apenas un pretexto que intenta dilucidar la vida actual, que consolida una visión de mundo desencantada al punto de exigir una suerte de exorcismo sensorial, una incitación a “abrir los sentidos,” porque siendo sujeto de la historia, no es posible mirar el futuro sin asumir el juego de la trastienda. Y al tomar la opción de esa trastienda, la complicidad por acción u omisión sobre los horrores cometidos suele estar en quien, desprovisto de su etiqueta militar, habita el departamento vecino o se esmera en “negociar” su alma con las nuevas empresas del mercado, mientras el pasado y sus efectos son únicamente alimañas molestas que deben pisotearse o eliminarse en aras del status adquirido.
Por eso también, esta novela nos redimensiona la superposición de esas realidades paralelas. Y la opción también es imperativa: ignorar lo ocurrido o empatizar decididamente con este detective romántico, intuitivo e insobornable, que nos advierte a cada momento sobre los riesgos del olvido y, por consiguiente, regresar a ese “oscuro reino de las armas.”
Relato construido sobre claves conocidas, pero no por ello, menos sorprendentes, punzantes y reveladoras.
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La oscura memoria de las armas
Novela, 289 págs.
Autor: Ramón Díaz Eterovic
Lom Ediciones. 2008
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…