Por Alejandro Lavquén
Desde el momento de su muerte -y quizá desde antes- el presidente Salvador Allende emerge como un personaje que pasaría a ser parte de la memoria popular. Memoria que conserva, sobre todo, la figura del presidente combatiendo en defensa de su pueblo, atrincherado en el palacio de La Moneda sin más compañía, al decir de Neruda en sus memorias, que el corazón envuelto entre las llamas.
Una honda imagen poética, sin duda. Preguntamos, al poeta Raúl Zurita, si creía que la muerte de Allende en La Moneda, desde una óptica poética, podría considerarse un acto épico mayor. «Mi respuesta -nos dijo- es muy simple: Sí». Estamos de acuerdo con la aseveración, pues fue un acto digno de ser cantado en el tiempo. De hecho, las propias palabras finales de Salvador Allende, despidiéndose de su pueblo, están construidas con frases equivalentes a versos mayores: «no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos» (…) «Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa: me seguirán oyendo» (…) «Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».
Allende fue un amante de la poesía, y varios de sus amigos fueron poetas, entre ellos Neruda y De Rokha. Incluso escribió poesías durante su juventud. En el libro de Diana Veneros «Allende» (Ed. Sudamericana, 2003), ésta cita el poema «Angustia», publicado por el futuro presidente en 1929, a los 21 años, en el periódico Viña del Mar.
ANGUSTIA
Calma un instante tus angustias locas,
pobre corazón mío,
Si sientes que te oprime el hondo frío
de las nieves eternas y las rocas
Pronto a este invierno seguirá el estío
Pero tiene la vida
amargas horas de implacable duelo
Las tiene el ave, que en la selva
herida,
Arrastra su nidal de rama en rama.
Las flores que hacia el suelo
Pálidas doblan sus marchitas hojas
La virgen infeliz que sufre y ama
Y devora en silencio sus congojas
La desolada madre que en pedazos
Siente su pobre corazón partido.
Al ver que para siempre se ha dormido
El hijo de su amor entre sus brazos.
Y hasta la mar inmensa que batalla
Con su dolor a solas
Y, sollozando, vierte sobre la playa
Cual torrentes de lágrimas sus olas.
Pero no todo es duelo ni quebranto
Ni jamás es eterna la agonía.
Y surge a veces el placer del llanto
Como tras la noche surge el día.
No sufras, corazón. calma un instante
Esa angustia letal que te domina
Y ten valor en la áspera jornada.
Tu alegre despertar no está distante
Ya el oscuro horizonte se ilumina
Con todo e resplandor de una alborada!
No es la finalidad de estas líneas realizar un análisis del poema de Allende. Sólo diremos que tanto en este texto, como en el fragmento transcrito, de sus últimas palabras, se percibe su sentido de futuro, de esperanza. Existe en sus expresiones, una fuerza que le hace creer siempre, que es posible vencer las adversidades, sean cuales sean las circunstancias. Es el mismo sentido sobre el que escribiría el poeta Patricio Manns durante su exilio: «Nunca el hombre está vencido,/ Su derrota es siempre breve». Allende así lo creía. Es el mayor legado que nos deja: «El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse».
Tras la muerte del presidente, el 11 de Septiembre de 1973, su consecuencia moral y política, así como la lealtad y espíritu democrático que demostró hacia el pueblo, recorrieron el mundo. Cientos de calles y plazas tomaron su nombre. Poetas y trovadores, crearon decenas de canciones y poemas. Silvio Rodríguez, Mario Benedetti, Pablo Milanés, Ángel Parra, Patricio Manns, Carlos Henrickson, José Ángel Cuevas, Carlos Muñoz A. (El Diantre), por nombrar algunos, recordaron al presidente Allende en sus escritos y composiciones. Han pasado casi treinta y cinco años la muerte de Allende, y en cada generación de poetas que va surgiendo, continúan apareciendo poemas en homenaje a su figura. Aquí les entregamos dos textos, uno del poeta uruguayo Mario Benedetti y otro del chileno Carlos Henrickson. Los dos se titulan, simplemente, Allende.
ALLENDE
(Mario Benedetti)
Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que congregar todos los odios
y además los aviones y los tanques
para batir al hombre de la paz
tuvieron que bombardearlo hacerlo llama
porque el hombre de la paz era una fortaleza
para matar al hombre de la paz
tuvieron que desatar la guerra turbia
para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando
para batir al hombre de la paz
tuvieron que asesinarlo muchas veces
porque el hombre de la paz era una fortaleza
para matar al hombre de la paz
tuvieron que imaginar que era una tropa
una armada una hueste una brigada
tuvieron que creer que era otro ejército
pero el hombre de la paz era tan sólo un pueblo
y tenía en sus manos un fusil y un mandato
y eran necesarios más tanques más rencores
más bombas más aviones más oprobios
porque el hombre del paz era una fortaleza
para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.
ALLENDE
(Carlos Henrickson)
En la duermevela los sueños se filtran.
Revive en el aire la República –el sueño
de una ciudad armada hasta los dientes, que tuvo
un griego–, y se ve, como espejismos
en plena luz de aurora, la larga mesa
cubierta de vino y manjares, las antorchas
en los muros, el esclavo leyendo
los poemas de Homero. Toda duermevela
es peligrosa. Allá afuera los muchachos
dan al aire las cartas. Hay quien quiere
su victoria cada día ondeando como bandera
bajo el viento de la historia, y quien
repartir sonrisas por oficio y quien
su derrota de siempre, atesorada. La palabra
República se recorta violentamente
tras la luz perversa y fantasmal de cuanto invento
la pesadilla de este país –el tuyo, Allende-
ha creado año tras año, en dos siglos
largos y tediosos. Toda duermevela
es peligrosa, Allende. El aplauso del día,
la palma victoriosa, caerá sobre ese relámpago
de pelo hirsuto. El tiempo de los lobos
se ha iniciado esta madrugada de martes;
y el bello sueño de la República no puede
caer como una presa en el hocico hipócrita
de un prusiano fingido. Vuelen con tus sesos
los sueños griegos, venga el día real de la sombra
y la escaramuza bajo los cielos enrojecidos,
váyase todo ese humo de palabras
que tu casa echó al mundo, hasta el otro borde
de los espejos, la dulce patria de los duendes
y las blancas ovejas.
***
Publicado en revista Punto Final N° 665 (junio 26/ 2008)
*En la foto, Salvador Allende junto a su amigo, el poeta Pablo de Rokha.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…