La autora de La república de los sueños admite que muchos la llaman Scherezade, por su tendencia constante a inventar historias. Esto nace de una actitud compulsiva: “pensar lo cotidiano”.
Por Silvina Friera
La autora de La república de los sueños —considerada su obra maestra— y de la más reciente, Voces del desierto, cuenta que da entrevistas con mucha naturalidad porque “no tengo manías persecutorias”.
La escritora tiene la sonrisa fácil, abrazadora y contagiosa. Pero cuando descubre al fotógrafo, que está a punto de sacarle fotos, le comenta: “No sé si está de acuerdo conmigo, pero creo que la foto cuando una habla es muy fea, el humano tiene una arcada espantosa”. El fotógrafo le explica que en un reportaje “queda bien”. Parece que la convenció, pero cuando él se aleja, Piñon dice, en voz baja, a la cronista: “Cuando me dé cuenta de que está sacando, me callo, y me salgo con la mía”.
“Yo fabulo todo el tiempo; la gente me llama Scherezade, pero soy muy respetuosa con el tiempo del otro. En Brasil hay una expresión popular muy interesante: ‘me está alquilando mi oído’. Se dice de alguien que llega a tu casa y no se detiene, habla una hora y no tienes cómo impedir que se calle. Soy cuidadosa, trato de no correr ese riesgo”, bromea la escritora y académica brasileña, premio Príncipe de Asturias en 2005.
“Tengo la sensación de que soy una escritora las veinticuatro horas del día sin que esté escribiendo. Estoy preparada para pensar lo cotidiano todo el tiempo, me acostumbré a pensar, y esto me trae venturas y desventuras; estoy siempre mirando los gestos y fabulando a partir del material que me ofrece lo humano.”
Aunque en La república de los sueños escribió: “Desconfíe de las palabras, tanto afirman como desdicen”, Piñon es una defensora a ultranza de la espuma difusa de la pasión narrativa. “Fabular es la capacidad de convertir en cotidiano elementos de la realidad que, aunque estén, no todos pueden ver”, subraya la escritora.
¿Qué significa contar historias en tiempos en los que la palabra está devaluada, donde las imágenes se imponen por su velocidad?
—Verdad, es cierto, pero por ejemplo, la gente habla todo el tiempo por teléfono, con o sin imagen, hace uso del e-mail formando parte de una gran tribu. La intriga narrativa está siempre en lo cotidiano, nadie deja de contar historias. La gente sigue contando historias, más o menos legítimas, en el sentido de la pobreza del vocabulario, pero aun así hay recursos narrativos en la indigencia. Un grupo de jóvenes cuenta historias cuando se comunica a través de escasas palabras; aunque haya un predominio aparente de la imagen, la gente se reúne en las esquinas, en los bares, y habla, no sé exactamente sobre qué porque no estoy entre ellos, pero cuentan historias, están contando al otro lo que les pasó la víspera, y hay una apropiación de la vida ajena, están siempre al tanto de la vida del otro y de la comunidad. Pueden leer libros y periódicos, pero hablan de sí mismos todo tiempo.
“La conspiración verbal sigue vigente, es una tentativa que el hombre ha utilizado a lo largo de los siglos para preservar las pequeñas historias de la colectividad, que terminan siendo muchas veces historias con hache mayúscula. La narrativa nace de todos los descalabros verbales, del caos verbal, de los sentimientos espurios.”
Piñon hace una pausa brevísima, apenas un par de segundos, frunce los ojos, como el miope que busca enfocar mejor el objetivo, y retoma el hilo de sus pensamientos. “Mi obra tiene que ver mucho con mi evolución biográfica, con la repercusión de la vida en mí, con el atrevimiento de ser múltiple mientras soy única y de intentar lo que sea, de creer que todo es narrable. Eso es fantástico, pero también esperar que la vida te contemple con mejores pensamientos estéticos, que vayas aprendiendo mejor la técnica, el lenguaje, cómo expresar tu pensamiento narrativo a través de las palabras que te toca escribir.
“No se olvide que proclamé mi condición de escritora a los ocho años, sin tener noción del significado estético, moral o ético de ser escritora. A través de los libros que había leído, creía que ser escritora era vivir esas aventuras que leía. Escribiría porque había vivido. Eso me fascinaba; lo que yo quería era vivir las aventuras. Siempre me atrajeron las aventuras, tengo vocación aventurera, aunque sean aventuras narrativas.”
Y por si no quedó clara su pasión por la aventura, cuenta que le encantan los films de aventuras que la invitan a salir de lo cotidiano. “La aventura no te atrapa, te libera, te hace enfrentar peligros pero también placeres inesperados.”
En la aventura hay que salir de lo cotidiano, pero siempre hay que volver.
—Sí, sin perder la posibilidad de volver a casa. La aventura es un ejercicio de libertad, de eso se trata, salir con el hilo de Ariadna por los laberintos…; estoy fabulando, ¿no? (risas).
Hasta en las entrevistas…
—Me divierto mucho, a veces tengo tres o cuatro entrevistas seguidas y si no hablo contigo con gusto, como si no estuviera hablando con esto (señala el grabador), sería monótono y pesado para mí. Además estamos hablando siempre de la misma persona, soy yo siempre, entonces tengo que fabular sobre mí misma, pero no estoy fingiendo o inventando un personaje que no soy.
¿Por qué se suele asociar fabular con mentir?
—No es lo mismo fabular y mentir; para mucha gente fabular es una función femenina. Ahora no, pero antes se decía “¡Ah, la fantasía!”, como si fuera pertinente para la mujer o los niños, como si la fantasía no fuera un don masculino. La fantasía es un don maravilloso, fantasear no es salir de la realidad, es agregar a ella elementos nuevos, que faltaban, que existen pero no todos pueden ver. Hay un desprecio por lo que sale del realismo maniatado; la sociedad no acepta que puedas engendrar realidades que expulsen una realidad canónico-institucional. La imaginación siempre es una amenaza.
Lo que más sorprende de Voces del desierto es que la imaginación es una virtud, que Scherezade tiene que estar permanentemente fabulando para salvar su vida, para que el califa no decrete su muerte.
—El narrador tiene que salvar la vida estética, ¿verdad?, tiene que crear y fabular siempre para que no le decreten la muerte, para no dejar de ser el escritor que aspira ser. Muchos escritores dejan de producir y eso es como una muerte precoz.
Usted siempre se ha definido como una escritora que se ha alimentado de las tradiciones de la cultura portuguesa y española. ¿Por qué eligió el portugués como lengua de creación literaria?
—La lengua portuguesa para mí es un privilegio, una pasión que tengo, soy una enamorada del idioma. Es un privilegio tener una lengua como la portuguesa para escribir y pensar, es la lengua que necesitaba para crear. Cuando era adolescente, creía que también podría escribir en español, pero ya estaba totalmente enamorada del portugués, y además sentía que no escribir en portugués habría sido como repudiar moralmente mi idioma. Creo que deliberadamente elegí el camino más difícil, porque si hubiera escrito en castellano, habría tenido una carrera mucho más facilitada.
“No se olvide que Machado de Assis, del cual estamos celebrando cien años de su muerte, ha sido un escritor genial, pero muy poca gente lo conoce. Machado de Assis ha sido el primer gran escritor de nuestro continente que concentra su ficción y su creación en el mundo urbano. Él mismo era una gran contradicción: mulato, pobre, autodidacta, tartamudo, epiléptico, pero se fue formando y cuando murió era un escritor consagrado, una consagración modesta, pero no es tan reconocido en el mundo como en Brasil porque en la literatura seguimos siendo periféricos.”
¿Por qué siguen siendo periféricos?
—Hay siempre un centro que realiza una operación estética y decide quién es o no importante, y ese centro decisorio nunca favoreció a Brasil; sí favoreció, por ejemplo, a los hispanoamericanos. La literatura del boom, que tuvo grandes autores, no incluyó a Brasil. En ese sentido digo que somos periféricos, no en la calidad, sino en el reconocimiento.
Tomado de Página/12
En: La Ventana
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.