Por Magda Díaz y Morales

Bohumil Hrabal, Una soledad demasiado ruidosa, Trad. Monika Zgustová (Barcelona: Destino, 2001)

El oficio de Hanta, el protagonista de la novela, es prensar libros y reproducciones de cuadros. Lleva treinta y cinco años trabajando en una trituradora de papel, «embadurnándose de letras», como él dice, y siendo culto a pesar de él mismo.

Ya no sabe qué ideas son suyas y cuáles ha adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años se ha fusionado con el mundo que lo rodea, aunque más que leer, Hanta:

Tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mi, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.

Prensa unas dos toneladas por mes, y para tener fuerza en la realización de su trabajo toma cerveza, ha bebido tanta que «con ella se podría llenar una piscina olímpica o una buena cantidad de viveros de carpas navideñas». Prensa libros sin hacer caso ya de los ratoncitos que caen a la máquina, «nidos enteros, familias enteras de ratoncitos ciegos protegidos por su madre que salta dentro de la prensa para acompañar a sus pequeños, que se queda allí y comparte el destino del papel viejo y de los clásicos».

El prensador de libros vive en un país que sabe leer y escribir desde «quince generaciones atrás», vive en «un antiguo reino donde siempre ha persistido la costumbre y la obsesión de atiborrarse pacientemente la cabeza con ideas e imágenes que aportan un goce indescriptible y un dolor más grande aún», vive «envuelto entre personas dispuestas a dar incluso la vida por un paquete de ideas bien prensadas». Cada anochecer se dirige a su casa después de un día arduo de trabajo, va por las calles inmerso en una profunda meditación y con varios libros guardados en su cartera, son los libros que ha salvado de morir en la prensa y de los cuales espera le expliquen algo sobre sí mismo, algo que todavía desconoce:

Hace treinta y cinco años que hago paquetes de vieja papelería, tachando los años, los meses y los días que faltan para que me jubile, para que nos jubilemos mi prensa y yo, cada anochecer me traigo libros en la cartera, y mi piso, en una segunda planta, en un barrio de las afueras de Praga, está lleno a reventar de libros y más libros, el sótano y el cobertizo se han quedado pequeños.

Hanta ha llenado de libros la cocina, la despensa e incluso el baño, solamente deja caminos libres hacia la ventana y hacia la estufa, en el baño apenas tiene el espacio justo para sentarse porque encima de la taza ya empiezan los estantes llenos de libros que llegan hasta el techo, quinientos kilos de libros, «bastaría, dice Hanta, un gesto imprudente a la hora de sentarme para que media tonelada de libros se deslizase, se derrumbase y me aplastase con el pantalón en los tobillos. En el water no cabe ni un libro más, y por eso hice colocar más estanterías entre las dos camas que hay en la habitación; así he creado una especie de dosel para la cama, y encima de ella, hasta el techo, se erigen cantidades enormes de libros, dos toneladas de libros que he ido amontonando allí durante treinta y cinco años, y cuando duermo, las dos toneladas de libros pesan sobre mis sueños como una inmensa pesadilla; a veces cuando me giro imprudentemente o grito en sueños y hago un movimiento brusco, me asusto y con horror presto oídos para saber si los libros se están desmoronando, tengo la impresión de que basta un leve roce de mi rodilla o un grito para que se precipite sobre mí, como un alud, toda aquella montaña que hay encima del baldaquín».

En Una soledad demasiado ruidosa nos adentramos al amor inmenso por los libros, por la literatura, por esa admiración que Hanta tiene por Hegel, Nietzsche, Novalis, Lao-Tse o Kant, y todo este amor nos llega a través de una fina prosa plagada de imágenes poéticas (es hermoso cuando el narrador nos cuenta el episodio de la gitana), descripciones maravillosas de Praga, interesantes anécdotas que rodean la vida de Hanta y que nos cuenta mientras recuerda sus años de juventud y acude a las cervecerías para contar sus congojas habituales.

Muy joven, Bohumil Hrabal abandonó la lujosa residencia de sus padres para instalarse en una pequeña casa de las afueras de Praga que ni siquiera tenía baño; después, ya maduro, se trasladó a una casa de campo donde no disponía de agua corriente. Por lo demás, bebía diariamente grandes cantidades de la justamente afamada cerveza checa en su taberna favorita, donde departía con los que se acercaban a él. Tras la Segunda Guerra Mundial desempeñará los más variados oficios, desde prensador de papel hasta ferroviario, pasando por tramoyista y trabajador de los altos hornos. El 2 de febrero de 1997 falleció al caer por una ventana de la clínica donde recibía tratamiento (quería darle de comer a las palomas). Como relatará Monika Zgustová, «antes de partir hacia lo desconocido se vistió solemnemente con sus viejos pantalones texanos, que tanto apreciaba».

En: Apostillas literarias