Por Álvaro Matus
Después del ejercicio documental de «Puño y Letra», la escritora vuelve a la ficción con «Jamás el fuego nunca», novela protagonizada por una pareja de ex revolucionarios que en pleno siglo XXI continúa viviendo en forma clandestina. La mezcla de rencor y desamparo domina esta intensa y agobiante historia que estará en librerías la próxima semana..
La entrevista se realiza entre cuatro paredes. En la más grande, apenas iluminada por el sol helado y plomizo que entra por la ventana, hay un cuadro de Eugenio Dittborn. Se trata de una serie de rostros anónimos, deteriorados y, en cierta forma, ausentes. Sujetos que sucumbieron a la historia. La atmósfera lleva a suprimir cualquier preámbulo y comenzar a hablar directamente de Jamás el fuego nunca, la novela con que Diamela Eltit regresa a la ficción pura y dura. Sobre todo dura.
La acción transcurre casi por completo entre cuatro paredes, en la precaria habitación donde vive una pareja de antiguos revolucionarios. Sólo se escucha la voz, circular y repetitiva de la mujer: «Continuamos, en gran medida, clandestinos. No contamos con nombres civiles, seguimos prendidos de nuestra chapa, ya nos acostumbramos o nos posesionamos, no lo sé. Pero si alguien dijera mi nombre civil, no voltearía la cara. Para qué. Tú podrías estar en la mira, con seguridad serías tú».
El delirio paranoico se entremezcla con el rencor, la pobreza con la decrepitud y la soledad con la traición, dando cuerpo a un relato que habla del poder y su reverso: la derrota. Un tema que se repite con sutiles variaciones en la obra de esta novelista, ensayista y profesora de la Universidad Tecnológica Metropolitana. Jamás el fuego nunca, de hecho, comprueba que su literatura se construye sobre las ruinas de la realidad. De allí que estos deteriorados personajes que viven semiescondidos resulten tan cercanos, tan verosímiles, tan agobiantes. «Son miembros de una militancia eterna, cruzada por persecuciones que terminan por producir paranoias», reflexiona Eltit. «Ellos son excedentes de otros tiempos, cuerpos del siglo pasado que sólo alcanzan el estatuto de organismos».
-¿Qué los lleva a mantenerse juntos si se detestan?
-No lo tengo tan claro, pero hay una forma solidaria, no sólo en el sentido humanista del término, sino una solidaridad que se parece a la dependencia y la neurosis. Porque hay que considerar que en cada persona pueden producirse casi simultáneamente sensaciones de afecto y de rechazo. La idea era trabajar sobre sujetos muy cercanos, una cercanía agotadora que llega a ser insoportable. Y eso también se relaciona con el espacio, porque la cama es miserable, muy angosta.
-Ella parece condenada a servir. ¿Es la herencia de la rígida militancia lo que le impide rebelarse?
-Ella es una militante dura y disciplinada, que sabe lo que es obedecer, pero también se la puede ver desde otro ángulo: en realidad ella controla cada uno de los movimientos de él. Ella decide cuándo salir a caminar, cuándo es la hora de comer y, además, es ella la que sale sola, por su cuenta, aunque sea a trabajar. Él, en alguna de las aristas, puede ser un rehén de ella. Entonces, no es tan sometida. O es sometida, pero también somete al otro.
-Cuando ella siente el deseo de comprarse un vestido pareciera que renuncia a los votos revolucionarios. ¿Es una caricatura de lo que sucedía?
-Bueno, tú lo pones en el ámbito religioso, pero sí, en realidad la práctica política tiene un componente místico, pero el punto acá es el deseo y su desborde, es la explosión de lo femenino como programa, esa estética que filia a la mujer a una representación cultural externa y fetichizada. La vitrina es ese mercado de imágenes que la protagonista conoce y desdeña, pero enfrentada a la seducción de la vitrina, creo que busca el vestido para huir de la realidad de sí misma, de su prolija autoconciencia.
-Se ha dicho que en tus libros no hay historias sino escenas. Pero ahora optaste por una forma más tradicional: el monólogo. ¿Representa esta novela el ingreso a una etapa más narrativa?
-No lo sé, pero es posible. Yo nunca he tenido miedo de ingresar a un mundo narrativo o de salir de otro. A mí lo único que me importa es que el texto se sostenga. Pudiera ser, por supuesto, que el texto cuente una historia en forma más tradicional, pero esto se debe a que responde a otros escenarios y a otros desafíos. En este caso, lo más difícil fue sostener a una pareja en la cama. Tradicionalmente la cama tiene una connotación erótica y sexual, sobre todo para una pareja, pero lo que yo perseguía era retirar la sexualidad… Incluso, sacar la erótica. El desafío era entonces sostener a una pareja en una cama y, luego, eliminar entre ellos el deseo, lo que literariamente es muy difícil.
-¿Y por qué querías que no hubiera erotismo?
-Quería que fuera una pareja convertida en biología, sin ninguna carga discursiva, entendiendo, claro, que las eróticas son una producción de los discursos sociales. La idea era que los personajes fueran, no sé cómo decirlo, meros órganos: envejecidos, cansados, gastados.
-¿Es la novela una crítica a las opciones políticas radicales?
-No, en ningún caso me anima una crítica general. Sólo funciona para este caso, para este libro, para estos personajes. A mí me interesó el hecho de que parte de las estructuras sociales se organizan sobre la base de estructuras orgánicas. Por eso hablo de célula en términos del grupo y de la célula del cuerpo, la estructura más básica de la que estamos hechos. Creo que efectivamente ella tiene una parte política rígida, acuciosa, dura, aunque eso no me permite pensar que toda militancia conlleva aspectos negativos. Lo que ocurre es que ella también se desenvuelve en un plano donde ya todo ocurrió, se ha terminado esa posibilidad histórica por la que apostó. Entonces se vuelve evidente el fracaso, que es un doble fracaso: del cuerpo social y también del cuerpo y su desgaste. Esta situación pertenece al orden de la ficción.
-Pero es evidente el paralelo entre estas ruinas humanas y el fracaso del proyecto revolucionario.
-Definitivamente. Quise trabajar los límites sociales y los límites corporales, el sujeto y su percepción de la historia, los cambios, las revueltas, pero también me interesó todo aquello que el siglo XX desplegó y cerró, el paso de la sociedad industrial a la posindustrial, el tránsito de lo monetario a lo posmonetario, en fin… Pensé mucho en estos temas una vez que el siglo ya perdía su realidad «real» para transformarse en objeto de la historia.
-¿Cómo te gustaría que se leyera esta novela?
-La lectura que hace un autor de sí mismo no necesariamente corresponde con la realidad de sus textos. Más aún: todo lo que el autor dice en torno a su obra es riesgoso, porque puede fijar criterios rígidos y hasta autoritarios que, en último término, reducen su propio trabajo. Yo prefiero hablar desde el deseo que movilizó la escritura, las sensaciones y las imágenes entre las que se organizó el trabajo literario, pero que, por supuesto, no siempre coinciden con el resultado del libro. Hecha esta salvedad, yo agregaría que lo que me interesó es la ambigüedad: aquello que no se puede fijar porque oscila, porque puede tener mas de una arista o porque el suceso es demasiado fragmentario.
-¿Ves la vida cotidiana como una suma de versiones indirectas?
-Pienso sinceramente que lo evasivo, lo ambiguo, es una posibilidad muy interesante; tanto o más que la certeza. Un mismo acontecimiento puede ser relatado de diversas maneras por la misma persona y no se trata de que esa persona mienta sino que han variado los énfasis. Entonces, trabajar con esas inflexiones de la memoria, en esos vacíos o repliegues, con algo que tiene que ver más con los matices que con los datos, me pareció un ejercicio interesante, más abierto, con más posibilidades. Se me viene ahora a la mente la gran novela de la memoria: En busca del tiempo perdido, de Proust. Ahí uno ve cómo los sentidos organizan los relatos. El olor convoca una memoria y por lo tanto genera un relato. El sonido del tren atrae otra memoria. Estoy segura de que dentro de una vertiente existen múltiples versiones y hasta aversiones.
-¿Dirías que aquí importa más la voz que la historia propiamente tal?
-Creo que no pueden separarse. Sobre la voz está la trama y, en cierto sentido, la voz es la trama. Ahora, en esta novela intenté frecuentar técnicas literarias que favorecen el despliegue de la voz de la narradora para así configurar sus contornos, pero sigo pensando, de manera preferente, en la escritura como soporte estético.
-Pero hay autores donde lo más importante es la voz, como en Faulkner y Lobo Antunes. Y cuando uno dice «la voz» piensa en esos narradores borrachos, amnésicos, nunca fiables del todo.
-Los autores que mencionas tienen una propuesta estética y es eso lo que sigue resonando. Cuando uno habla de ellos nunca se refiere a un libro en particular: la potencia está en su poética, en las voces que elaboran. Es una literatura que me convoca.
-La novela transmite una profunda decepción por el estado de las cosas. ¿Tú sientes lo mismo?
-Uno de mis defectos, a estas alturas, es ser optimista. No hay nada que a mí me parezca cerrado en términos políticos, sociales, culturales o literarios. Hay espacios que vemos muy invadidos, quizás demasiado monolíticos, pero siempre se pueden encontrar puntos de fuga. Pero claro, otra cosa es la ficción literaria… Estos personajes de la novela pierden una batalla política que, por otro lado, nunca estuvo consolidada. De algún modo están muertos, como en Pedro Páramo, o forman parte de los detenidos desaparecidos chilenos. Es ambiguo, es múltiple.
-Temáticamente puede ser tu novela más radical.
-No lo sé. Yo pienso que uno tiene que ir a donde la escritura te lleva. De lo contrario, no vale la pena. Yo no alcanzo a evaluar el texto, pero sé que cuando uno escribe hay una cierta energía que te dirige y hay que dejarla que progrese hacia un lado más eficaz, sin intervenirla. Esto fue bastante duro, porque en este libro hay varios derrumbes, derrumbes corporales y derrumbes ideológicos. Es una novela del derrumbe.
-Eres una autora minoritaria, pero con un reconocimiento creciente. ¿Te acomoda el lugar que has llegado a ocupar?
-Es posible que efectivamente las novelas que he escrito hayan recorrido un camino cultural positivo. Qué bueno por los libros, ¿me entiendes? Pero mi vida sigue más o menos igual que hace 30 o 40 años, haciendo clases y escribiendo. El punto es que no es posible guiarse de acuerdo a lo que se dice o no se dice de tu libro. Algunas veces una novela puede tener juicios dispares o distintos, pero la creación literaria nunca pasa de manera primordial por el afuera. No en mi caso.
-A propósito de tu trabajo como profesora, ¿cómo vives la contradicción de esa actividad tan normativa y autoritaria con la escritura de novelas que buscan socavar el poder?
-Hay una paradoja ahí, porque lo más importante para mí es la literatura, la ficción, y luego la escritura de ensayos que me han permitido discutir o criticar ciertos aspectos políticos, estéticos, culturales, sociales. El área más compleja es la de profesora, una práctica relacionada con lo más estricto y disciplinar del sistema. Pero lo que yo hago es deconstruir ese poder mediante su escenificación. Es decir, les hablo a mis alumnos del poder académico y de su organización. Porque el poder se basa también en el silencio y en el automatismo. Foucault decía que el poder se ejerce, pero cuando hablas del poder desde el poder mismo, lo administras mejor.
-Tu primera novela ocurre en una plaza, pero luego los ambientes se fueron cerrando. ¿Es más desafiante mirar lo que está oculto?
-Yo siempre he trabajado espacios pequeños. Sencillamente surgen. Por otro lado, te puedo decir que a mí siempre me ha interesado la ciudad, pero no en un sentido tan general. Hay casi tantas ciudades como cuerpos. La ciudad de cada uno, a fin de cuentas, es muy restringida, limitada por las calles que uno recorre, los amigos que visita, el lugar donde trabaja. No son espacios tan grandes como pudiera pensarse cuando hablamos de ciudad. La ciudad habla para cada uno de manera distinta y misteriosa. Pero es verdad que cada vez los espacios se reducen, como la vida ¿no?
En: Revista de Libros de El Mercurio (15 de julio del 2007).
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.