Por Miguel de Loyola
En nuestro país, no hay dudas, los muertos suelen gozar de mejor reputación que los vivos. Nuestro sentido común adhiere a la idea de que todos los muerto son santos, y debemos canonizarlos cuanto antes. Es cosa de ver las velas encendidas en los cementerios a los asesinos más deleznables. En nuestro estrecho círculo literario, a los escritores difuntos se los venera muy por encima de los vivos buscando -tal vez- apaciguar ciertas conciencias culposas arrastradas por causa de no haberlos valorado a tiempo.
El caso de Bolaño, por ejemplo, es comparable con el de Juan Emar, ambos son llamados hoy día genios de la literatura nacional. Pero también se habla en un tono semejante de Huidobro, la Mistral, Tellier, Rodrigo Lira, Mauricio Wacquez, Estela Díaz, María Luisa Bombal, Enrique Lihn, etc. La lista de venerables podría resultar interminable.
La temprana muerte de Roberto Bolaño (1953-2003), sacudió las conciencias de críticos y amigos, y los comentarios post mortis respecto a su obra, lo han puesto a la altura de los más grandes escritores, ya no nacionales, sino mundiales de la lengua castellana. Sus obras se han traducido a muchos idiomas y se leen hoy en todo el mundo. Se trata, sin duda, de un escritor vanguardista que no alcanzó a cosechar los frutos de su temprana siembra. Ya en La pista de hielo (1993), nos encontramos frente a un estilo resuelto y provocativo que escarba en la conciencia del lector. En la novela funcionan tres narradores protagonistas que poco a poco van configurando una misma historia. Tal vez sea ésta, por ser la primera, la más autobiográfica, en tanto entrega los pormenores de los trabajos con los que el autor se ganó la vida durante los primeros años en Europa. El uso de un narrador en primera persona y protagonista responde a una característica de la literatura europea del momento, por lo tanto por allí no encontramos lo más novedoso de su narración, pero si destaca un ligero tizne de ironía solapada que en lo sucesivo será el germen medular de novedad en su estilo. Una ironía para componer los hechos narrados y también para juzgarlos, sin ese resentimiento primitivo que a tantos novelistas no permite alcanzar el tono literario, quedándose siempre en la crónica y fuera de la novela. En Estrella distante la ironía en sordina adquiere un mayor color, y termina por poner en evidencia que se trata del arma estratégica de Bolaño. La novela recrea diversos momentos que pueden leerse y anexarse también como parte de la vida real del autor, pero maquillados hasta convertirlos en sucesos literarios, más firmes y sólidos que la propia realidad. Como ocurre con el caso de Carlos Wieder y las atrocidades cometidas por la Dictadura. La demencia y la ferocidad de los torturadores queda así denunciada literariamente. Sin embargo, en La literatura nazi en América (1996), este soporte estilístico decae, acaso porque las semejanzas con la Historia Universal de la infamia (1935) de Borges, resultan demasiado evidentes, aunque sirve de evidencia para relacionar la pluma de Bolaño con la del eximio escritor Argentino. La distancia que toma Bolaño para narrar resultan semejante. Una distancia que permite al escritor desprenderse de los sentimientos para que sea el propio lector quien los imprima y juzgue en su imaginario personal. En Amuleto (1999), si bien Bolaño repite el uso del narrador en primera persona, ahora encarnado en una voz femenina, la novela presenta una estructura diferente a la tradicional. Los acontecimientos no caminan hacia el siempre esperado clímax y desenlace, y permanecen girando en torno a sí mismos. También Amuleto es una novela denuncia, como Estrella distante y las que seguirán. Bolaño parece obsesionado con la idea literaturizar la literatura nominando a cuanto escritor ha leído o conoce, dando cuenta así del universo intelectual de la época referida (1965). En Nocturno de Chile la voz narrativa focalizada en el personaje Sebastián Urrutia Lacroix, se hace cargo de exponer la situación literaria de chile, y concretamente la labor de sus críticos, jugando, como se ha dicho, con esa ironía que comienza a asemejarse también a la antipoesía de Nicanor Parra, poeta admirado por Bolaño y al cual emula -ya no cabe dudas- su forma de desvirtuar y mirar la realidad. Lo mismo que a Borges y a Ricardo Piglia, en quien pueden hallarse muchas semejanzas estéticas, me refiero a la búsqueda de un sentido nuevo de composición narrativa, distante del llamado Boom latinoamericano.
Con posterioridad a estas obras cuyo eje temático gira fundamentalmente en torno a la denuncia política y a las dictaduras latinoamericanas que han marcado su juventud, pero sin un compromiso social sino más bien puramente estético, las sucederán otras, como Una novelita lumpen (2002), donde la denuncia adquiere un tono existencial, aunque siguiendo con el mismo estilo descarnado, exento de sentimientos, consiguiendo proyectar la desolación del hombre actual con mayor fuerza. La voz narrativa a cargo de la protagonista Bianca, nos pone al corriente de su vida junto a su hermano una vez que han sido abandonados a su suerte. El relato da cuenta de la soledad en que viven los jóvenes europeos. En el caso de 2666 (2004) obra monumental del autor, pueden apreciarse todas las marcas antes mencionadas, pero llevadas acaso a su máxima expresión. La parte de los críticos, Bolaño insiste en traer los temas literarios al lector, recreando el interés de un grupo de especialistas en la obra de Archimbol, pero ahora desde la perspectiva de un narrador omnisciente. La amistad entre Espinoza, Pelletier, Morini y Liz resulta de antología, y proyecta acaso la necesidad de encontrar pares en el mundo.
La parte de Amalfitano, responde a la lógica de la historia sin sentido unívoco que ha venido desarrollando como tesis de fondo en sus novelas. El hecho de narrar acontecimientos que no se explican, y que ayer explicaba la novela decimonónica. Un recurso moderno que Bolaño lleva al extremo, siguiendo la línea del Ulises de J.Joyce, lejos de la búsqueda racional del sentido del sin sentido, lejos de la lógica creada por el racionalismo aristotélico para ordenar y explicar la realidad. Bolaño la deja correr en su misterio inexplicable, cual reflejo de la vida misma, dejando al lector siempre con la misma libertad.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…